Conociendo la manada

No me di cuenta de que me había dormido, pero al despertar, me sobresalté terriblemente. Volver a verme en esa casa extraña y lujosa me hacía creer que era toda una alucinación de parte de mi mente.

—¿No te has vestido todavía, luna? —preguntó la voz de una dama al costado de la cama.

Yo no había notado su presencia hasta que habló. La mujer debía ser la hermana de Mark, porque la recordaba vagamente de la escuela. Era mayor que nosotros, otra cosa que olvidé.

—Tu falta de memoria es preocupante. —observó ella, al tiempo en que extendía su mano para darme las prendas de ropa.

Escogí la falda negra y el suéter grueso de lana violeta, me pareció que abrigarme haría que me sintiese mucho más segura. La casa estaba llena de personas que también me despreciaban.

—Lo siento, buen día. —saludé, con los ánimos puestos en caerle bien. —Esto es una locura para mí.

—Los lobos somos criaturas leales, nadie te lastimará aquí. —La mujer suspiró. —A pesar de lo que has hecho.

Tragué saliva, santo cielo, no podía importarles tanto un simple rechazo de secundaria. Vi que me habían liberado de mis esposas, lo cual significaba que, en parte, ahora volvía a tener una pizca de libertad.

—Es difícil de creer, cuando se está secuestrada. —puse los ojos en blanco, sabía que sería grosero, pero no podía con mi genio.

—Eres una muchacha demasiado ingenua. Si somos peligrosos ¿Por qué nos faltas así el respeto? No tiene mucha lógica. —apretó los labios y entonces, sentí el miedo recorriendo mi espalda.

Ella se transformó en una gigantesca loba, tan grande como Mark, pero de color crema. Era hermosa, no podía negarlo, pero era una bestia implacable. Gruñó ante mí, mostrándome sus afilados dientes. No pudo atacarme por el sonido de la puerta que nos interrumpió. Ahí estaba él, Mark ingresó a la habitación con un traje de color oscuro, tirando a un rojo sangre, elegante y pulcro. Lo hacía ver tan guapo y fuerte que lo miré sin pestañear. Él se dio cuenta de eso, por lo que su desprecio fue todavía más amplio. Apenas me dirigió la palabra, haciéndole una seña a su hermana para que me dejara en paz.

Me tomó del brazo sin amabilidad alguna y me condujo por un amplio corredor, de pisos claros y luminosos. Yo arrastraba los pies de mala gana, quien sabe lo que me esperaba en esta locura. El cambió tanto desde la última vez que lo vi, cuando era un chico ingenuo y dulce. Ahora parecía un demonio, una bestia enjaulada en un hombre demasiado atractivo. Sus ojos negros me intimidaron.

—Muévete, no tengo todo el día. —dijo él, gruñendo, mientras me llevaba.

Aceleré el paso para no hacerlo enfadar. Me llevó a un altillo en lo alto de la casa, la cual parecía enorme y sin fin. En esa habitación, en balcón daba a un enorme jardín. Busqué sentarme en uno de los sofás. En la mesa, había pan tostado y café.

—Me gusta el café con azúcar y con crema. —pedí, porque no había nada que me disgustara más que el café puro.

—No lo tendrás, no eres una invitada de honor. —contestó a secas Mark, tomando de su taza, junto a la mía.

—El pan es de centeno y eso tampoco me gusta, no lo comeré. —crucé mis brazos, desde que era una niña no me agradaba en lo absoluto comer cosas que no fueran de mi agrado.

Siempre había sido quisquillosa, mis padres me consentían mucho.

—Malcriada. —soltó él, al tiempo en que sonreía con cinismo.

El desayunó con tranquilidad, sin importarle nada que mi estomago estuviera rugiendo. Tomé aire para no darle la razón, era imposible que me estuviera pasando esto a mí. No era lógico, este hombre que parecía salido de una película me trataba como si tuviera peste. Me odiaba. Lo veía en sus ojos, no olvidaba nuestro pasado.

—Lo siento. —busqué mirarlo a los ojos, pero solo me ignoró. —Si sirve de algo, era joven y no sabía lo que hacía.

Mi disculpa no era nada sincera, yo no pensaba que le hubiera hecho semejante daño. Porque solo fueron un par de citas que le rechacé y ya, no comprendía porque le parecía tan terrible y traumático. Me enfocó entre sus ojos penetrantes, su rostro tenía una simetría perfecta y misteriosa, me cautivaba, aunque estuviera enfadada.

—No sirve de nada, tu los has dicho. —carraspeó, aclarando su garganta. —Necesito que te vistas para una ocasión. La ropa está ahí. —señaló una maleta beige, impecable.

—¿Qué dices? No sé quien te crees que eres. —maldije, en voz baja para no provocar demasiado al lobo. —Yo no iré a ninguna parte hasta que me expliques que es lo que sucede aquí. Mark, sabes que esto es una locura. —intenté tomar su mano, pero me apartó con brusquedad, desviando la mirada.

—No mereces información. —respondió. —Obedece o estarás encarcelada. Créeme, no querrás estar ahí.

Me negué a moverme siquiera un centímetro, yo no iría a ninguna parte. Estaba harta de tanto suspenso. Yo debía volver al trabajo, a mi departamento, a mi vida normal donde tenía una rutina que se me hacía muy agradable y cómoda.

—Quiero volver a mi departamento. —dije poniéndome de pie.

Gruñó con una fatal furia, convirtiéndose en lobo y dejando su apariencia humana atrás. Los ojos rojos se posaron en mí y me derribó, rasguñando con sus garras el suelo y parte de mi brazo derecho.

La sangre corrió como un hilo en mi piel y solté un sollozo por el ardor. No era una herida grande, pero la saliva del lobo parecía una especie de veneno. Pensé que me mataría en estos momentos, su rabia era incontenible porque yo lo desafíe. No había tiempo para arrepentimientos de cualquier modo, yo y mi necesidad de rebeldía ante la bestia.

Cerré los ojos, el miedo a la muerte paralizó cada uno de mis huesos. No logré moverme, de igual modo no tenía caso intentar huir de un lobo tan grande y fuerte.

Al contrario de lo que pensé, el lobo retrocedió, con la mirada diferente. Ya no parecía enfurecido, sino que sus ojos reflejaban algo distinto. Su pelaje se suavizó, calmando su enojo, al tiempo en que iba bajando la cabeza. Noté que estaba asustado, le aterraba el hecho de haberme causado ese rasguño.

Pude acercarme a él, lentamente. Tenía la cabeza gacha, arrepentido, su increíble pelaje brillaba ante la luz del sol que entraba por la ventana. Acaricié su lomo despacio, él lo permitió. Desde esa perspectiva, se veía tierno incluso, no aterrador como un demonio. Era agradable sentir su pelaje contra mi piel, me hacía sentir protegida.

Pero ese instante de paz duró tan solo unos pocos segundos, cuando él volvió a su forma humana y me apartó con el mismo desprecio de siempre.

—Ponte lo que hay en la maleta, Sara. Ya me has hecho enfadar. —soltó él, con la voz ronca y gruesa.

Volvió a su indiferencia habitual, sentándose en el sofá con los brazos cruzados y su atractivo rostro enfadado. Me observó mientras me colocaba las prendas, tan elegantes que parecían sacados de una revista de época. Un vestido rosa claro con bordados tan pequeños, invisibles de flores delicadas. Unos zapatos de tacón negros cómodos y una loción que rocié en mi piel. Me pareció que era bastante fuerte para mi gusto, pero no quería volver a generar otro conflicto.

Mark tomó mi mano, causándome un cosquilleo en el estómago de emoción por ese contacto y me indicó que debíamos irnos por fin.

Era tan confuso lo que sentía, el me había herido en su forma de lobo, ese rasguño. Sin embargo, aquello lo hizo sentirse mal y arrepentido. Eso quería decir que, aunque me odiara, sentía algo más por mí.

Mi destino era tan incierto, mi vida normal quedó atrás entre este mundo de bestias y mi pasado, que era lejano y mi falta de memoria lo empeoraba todo. Ahora, solo ansiaba sobrevivir.

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