Silvia, disimuladamente, se hizo más para dentro.Daniel, que había estado observando en silencio, se percató claramente de los pequeños movimientos de la mujer, y sus ojos sonrientes se entrecerraron ligeramente, pero lo entendía, porque ella siempre fue así con los desconocidos.—Sr. Daniel, ¿va al Hotel Perla? —El conductor, a través del espejo retrovisor, vio que la mujer, vestida de forma sencilla y decente, guardaba distancia de Daniel, cosa que le sumó más respeto a la chica.El Hotel Perla siempre había sido el lugar donde Daniel llevaba a sus invitados, y en él se encontraba su reservado privado solo para él.Daniel reflexionó un poco y miró a Silvia: —¿Qué recomienda, Srta. Somoza?Silvia se quedó estupefacta y pensó un momento: —Si está acostumbrado a ir allí, vayamos, usted me ha hecho ya varios favores y Vivian me ha ayudado hoy, así que les invitaré a cenar como forma de mostrar mi gratitud.Le debía un favor a Daniel, y aunque lo hizo por su hermana, le tenía que devolve
—Fírmalo.Una voz fría y grave sonó por encima de su cabeza, y una copia de los papeles del divorcio apareció delante de ella. Silvia Somoza se sobresaltó ligeramente, y miró a Carlos Ferrero en silencio, esbozando una amarga sonrisa.Ya entendía todo.No era de extrañar que esa mañana la llamara para decirle que aquella noche tenía algo que decirle, ya que normalmente no lo hacía.Llevaba todo el día alegrándose por esa llamada, pero resultaba que lo que le iba a decir era aquello...Tres años de matrimonio que finalmente habían llegado a su fin.Sin decir nada, Silvia tomó los papeles del divorcio, apretándolos un poco, antes de preguntar con la voz un poco ronca: —¿Tenemos que divorciarnos sí o sí?Carlos frunció el ceño, evaluando a la mujer que tenía delante.Parecía que acababa de ordenar la habitación, unas gotas de sudor aún resbalaban por su frente, tenía la mirada cansada y desconcertada, y unas gafas de montura gruesa destacaban en su rostro sin maquillaje. Daba la sensació
Silvia bajó la mirada mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba fuera del estudio.En los años transcurridos desde que se había casado con Carlos y había pasado a formar parte de la familia Ferrero, siempre había tratado de la mejor forma a su suegra y a su cuñada. Incluso había sido la que había cuidado de Leticia en el hospital cuando la operaron tras un accidente de coche. Y en el caso de Roberta, fue tratada con aún más respeto y cuidado.Sin embargo, al parecer, no importaba cuánto se esforzara, la actitud de los Ferrero nunca cambiaría.La llamada de Lucía Lázaro no tardó en llegar, y en su voz se podía oír un leve dejo de cansancio:—Sisi, ¿estás segura de que no quieres ir? Recuerdo que te encantaba la caza en el campo, por no hablar de la oportunidad de hacer carreras de autos.Silvia se quedó perpleja por un momento, mientras algunos recuerdos comenzaban a acaparar su mente.Antes de casarse con Carlos, Silvia disfrutaba de la caza, las carreras automovilísticas
Mientras Leticia la miraba atónita, Silvia tomó su maleta y se marchó sin mirar atrás.Y, al salir de la casa de los Ferrero, vio cómo Lucía abría la ventanilla del coche y asomaba la cabeza para lanzarle un beso con una ceja levantada: —Nena, sube. Tenemos que celebrarlo.Eso decía, pero Lucía sabía bien que Silvia se acababa de divorciar y estaba deprimida, por lo que solo la llevó a un restaurante de temática musical, en donde le preguntó los pormenores de su divorcio. —¿Otra vez Fátima? —preguntó, con evidente molestia—. Pero ¿qué le ve Carlos?—No lo sé... —respondió Silvia, con un tono perezoso, mientras removía su café. Silvia no conocía a esa mujer, ya que había conocido a Carlos cuando Fátima se había marchado del país.Se decía que Fátima era tan gentil y buena, que cuando Carlos y el anciano Ferrero se pelearon por ella, esta había sido muy comprensiva y había persuadido a Carlos de que no discutiera con su abuelo, gracias a lo cual Carlos se había casado con Silvia.Vien
Silvia detuvo su paso, parecía tranquila, pero no devolvió el apretón, por lo que Fátima se tensó ligeramente.—El abuelo se enteró de lo nuestro —comenzó a decir Carlos, sacándola de aquella incómoda situación—, y quiere que vayas a cenar esta noche. Vine a recogerte porque tienes el móvil apagado.—De acuerdo —asintió Silvia, mirando el celular y comprobando que en verdad estaba apagado—: Primero, voy a cargarlo. Estaré allí en un rato —añadió, dejando en claro que no iría con ellos.—¿Qué tal si espero a que bajes...? —inquirió Carlos, frunciendo el ceño.—No —lo interrumpió Silvia, con una sonrisa—. Iré por mi cuenta. Y, si te viene bien, mañana a las nueves, iremos por el certificado de divorcio —añadió, mirando a Fátima, al ver que él se quedaba en silencio. —¿Es tan urgente? —preguntó Carlos, un tanto frustrado, aunque Silvia no entendía por qué. —Sí, es urgente —asintió Silvia, con seriedad.Tras aquellas palabas, Carlos no dijo nada más y, con una expresión tensa, rápidament
Mientras pensaba, una mano cálida le sostuvo suavemente, Carlos inclinó la cabeza y Fátima le miró con preocupación: —Carlos, ¿estás mal del estómago, quieres un poco de sopa?Pero Carlos negó con la cabeza.Cuando Silvia terminó de saludar al anciano, se sentó, silenciosamente, ajena a la interacción de aquellos dos, mientras que, en cambio, el anciano Ferrero soltó un gruñido desdeñoso.En la familia Ferrero, era una regla no hablar durante la cena, y Silvia, que tenía poco apetito, solo tomó algo por acompañar al anciano.Cuando terminó la comida, el anciano Ferrero la miró, diciendo: —Me contaron todo, Sisi, pero no te preocupes, toda la familia Ferrero solo te reconoce a ti como la legítima esposa de Carlos. —Hizo una pausa, mirando recelosamente a Fátima y a Carlos, quienes tenían una expresión tensa, e insinuó—: ¡Incluso si alguien tiene que dejar la familia Ferrero es la rompehogares y ese bastardo irresponsable!Ante aquella aseveración del anciano, Silvia no sabía qué decir
—Se casó contigo, a pesar de que tu madre es mala e indiferente con ella —dijo el anciano con un tono triste, mientras dejaba la taza de té sobre la mesa, con la mirada perdida—. Las veces que estuvo enferma, siempre fue Silvia quien llamó primero al médico, y todo lo que quisiera o le gustara a tu hermana, era ella quien sacaba dinero de su bolsillo y se lo compraba. Eso sin contar con las veces que llegabas tarde a casa. Ella siempre ha estado allí esperándote con la cena preparada. ¡Esa vez que te dolía el estómago, se quemó la mano para cocinarte una sopa! —Suspiró—. Incluso cuando murió su padre. Carlos, Sisi ha hecho tanto por ti, pero no lo ves. En cambio, ¿qué ha hecho Fátima? Solo te puso un poco de sopa. ¿En serio con eso piensas que es la mejor del mundo?Carlos escuchaba, mientras su mano se cerraba poco a poco en un puño, y la oscuridad brotaba bajo sus ojos oscuros como la tinta.Silvia no sabía lo que había dicho el anciano, pero aun así tuvo una rara noche de sueño repa
Las pestañas de Silvia se agitaron, mientras pensaba que si, en ese entonces, no se hubiera casado con Carlos se habría convertido en psicóloga. Sin embargo, ahora que llevaba varios años fuera del oficio, ¿realmente podría regresar a lo que tan bien se le dabaEl profesor Cisneros también vio la vacilación en su corazón, y la persuadió con voz cálida: —No hay prisa, pero, si tienes la intención, estoy dispuesto a ayudarte.—Gracias, profesor —le agradeció, sintiendo una grata calidez en su corazón.En verdad, dado que no había tenido tiempo de visitar al profesor en los últimos años, no esperaba que él se acordara de ella.Silvia volvió a preguntar con preocupación por el estado del profesor, charló con él durante un buen rato, e incluso este, entusiasmado, le ofreció quedarse a comer, por lo que Silvia no se despidió de él hasta bien tarde.Silvia se había preocupado de recoger la ropa y el equipo que había preparado, por lo que, llegada la hora Lucía pasó a recogerla y ambas se dir