Han transcurrido ya dos días desde que nos enteramos de la situación de nuestra madre, y hoy finalmente nos toca visitarla. No he logrado conciliar el sueño en toda la noche, atormentada por pensamientos inquietantes sobre el estado en que la encontraré. Aunque su relación con nosotras no siempre fue la mejor, y su trato a menudo fue frío y distante, ello no significa que no sintamos un afecto profundo por ella. Después de todo, es nuestra madre.La visita está programada para empezar a la 1 de la tarde, y tenemos que esperar a que Danna termine su jornada escolar. El reglamento del centro de rehabilitación es realmente frustrante: solo se permiten visitas dos días a la semana y, además, solo durante tres horas al día. Miré el reloj y me percaté de que apenas eran las 5 de la mañana. A mi lado, vi a Danna, quien empezaba a restregarse los ojos antes de sentarse en la cama y colocarse sus aparatos auditivos.-Lucy, ¿tú tampoco dormiste bien? -me preguntó en lenguaje de señas, su expres
Dana y yo permanecíamos sentadas en aquel sillón, nuestras mentes atrapadas en un torbellino de angustia y ansiedad. La sala, tradicional y un tanto polvorienta, parecía oprimir con su silencio. Afuera, la luz del día se desvanecía lentamente, cada rayo de sol que se perdía era como un minuto más de incertidumbre.Cuando finalmente escuchamos el sonido de la puerta abriéndose, nuestras miradas se dirigieron de inmediato hacia la entrada. Papá apareció en el umbral, su rostro pálido y sus ojos desbordando una preocupación que nunca antes había visto. Una punzada de miedo atravesó mi pecho. Algo malo había sucedido. Mi mente trabajaba a mil por hora, y solo podía pensar en lo peor: que mamá estuviera mucho más grave de lo que habíamos imaginado.Papá se aclaró la garganta, un gesto que indicaba que tenía algo importante que decir, pero que le costaba encontrar las palabras adecuadas. Se acercó a nosotras, su expresión reflejando un peso que parecía tan abrumador que podría desmoronarse
Al despertar, me encontré tendida en mi cama, con Dana sujetando suavemente mi mano. Su rostro reflejaba una profunda preocupación, y a mi lado estaba Elena, quien sosténía un vaso de agua. La imagen de ambas en ese momento me parecía irreal.-Toma, mi niña. Es agua con azúcar. Te estabilizará un poco -me dijo Elena, su voz suave como un murmullo de aliento reconfortante. Con dificultad, traté de incorporarme y le pregunté:-¿Qué me pasó?Elena bajó la mirada, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran un peso demasiado grande para ella.-La noticia te afectó tanto que te desmayaste...Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La realidad de lo que había sucedido se apoderó de mí como una sombra pesada.-Entonces todo es real... No es una horrible pesadilla, ¿verdad? Mi madre está muerta?-Sí, cariño. Lo siento mucho, Lucy -me respondió, su tono era de una empatía profunda y sincera.Al girar mi mirada hacia Dana, noté que su brillo habitual había desaparecido; sus ojos est
Me despierto, con los ojos aún entrecerrados y una cierta dosis de somnolencia que se niega a abandonarme. A mi lado, Dana comienza a desperezarse lentamente. La luz que se filtra a través de las cortinas ofrece un tenue resplandor, un recordatorio de que el día ha avanzado sin nosotras. Intento levantarme de la cama, pero en cuanto mis pies tocan el suelo, una extraña sensación me invade; el piso parece moverse en todas direcciones, como si estuviera sobre aguas turbulentas. La marejada de confusión me ancla en su lugar, y no puedo evitar que un leve estremecimiento recorra mi cuerpo.- D.a...na - murmuro, aunque mis palabras se sienten torpes y poco claras, como si mi lengua luchara por encontrar su camino.La vislumbro a mi lado, luchando también contra la pesada bruma del sueño. Con cuidado, me acerco y ayudo a colocar sus aparatos auditivos. Dana, al notar mi esfuerzo, me dirige una mirada de complicidad y, con su delicada habilidad, comienza a comunicarse en lenguaje de señas.
Dormía plácidamente, sumida en un profundo sueño, cuando un sonido inesperado perturbó mi descanso. Era un susurro tenue, casi imperceptible, que se colaba entre los hilos de mis sueños.-Está mintiendo... El eco de esta frase resonaba en mi mente, inquietante y desconcertante.-Lucy, encuentra la verdad...Dios mío, ahora escucho voces. No es suficiente con todo lo que tengo que lidiar; ahora, además, hay susurros en mi cabeza. Esa sensación de desesperación se apoderó de mí. Mientras reflexionaba sobre la situación, la idea de que podía estar volviéndome loca me aterraba. Quizás debería decírselo a papá, confesarle que en mi mente se desata un caos. No quiero que me internan en un psiquiátrico. La verdad es que no sé qué es más aterrador: la posibilidad de perder el control o enfrentar los secretos que se ocultan tras mi reciente pérdida.La muerte de mi madre fue un golpe devastador, una noticia que llegó de improviso y que sacudió mis cimientos. Es posible que todavía esté en sho
Me encontraba en aquella inmensa cama, sentada en el borde, sumida en un torbellino de pensamientos que volaban a mil por hora. La vida, tan tranquila y predecible hasta hace poco, había cambiado de forma drástica y dolorosa en cuestión de semanas. La noticia de la muerte de mi madre aún resonaba en mi mente, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse en el aire. Sin embargo, había algo en mí, una pequeña chispa de incredulidad, que se aferraba a la idea de que esa realidad no podía ser cierta. A veces, el dolor se manifiesta de maneras extrañas, y esta negación parecía ser mi defensa ante el abismo que se presentaba ante mí. Desde su partida, Henry, mi padrastro, había estado comportándose de una manera que me resultaba desconcertante. Los momentos que compartíamos solían ser distendidos y agradables, pero ahora había una distancia tangible entre nosotros. Era como si un velo oscuro hubiera cubierto nuestra relación, creando una barrera que ni él ni yo parecíamos dispuesto
La dolorosa historia de la vida de mi madre resonaba en mi mente como un eco incesante. Cada recuerdo, cada instante compartido, se entrelazaba con un profundo sentido de pérdida y nostalgia. A pesar de los caminos que tomamos en la vida, siempre había un hilo invisible que nos unía, un lazo irrompible que, en momentos como este, se hacía más evidente que nunca.Después de un largo rato en la ducha, decidí salir. Enrrollé una toalla seca alrededor de mi cuerpo y, con pasos lentos, salí del baño. Busqué en mi maleta y, casi de forma automática, seleccioné la primera prenda que encontré. Cuando levanté la vista, vi a Danna sentada en uno de los cómodos sillones de la habitación, con la mirada perdida en un vacío que parecía devorarla. Su tristeza era palpable, y me partía el corazón ver a mi hermana así. La muerte de nuestra madre nos había golpeado de manera devastadora, dejando una herida que, aunque intentáramos ocultar, nunca sanaría por completo.La luz del día comenzaba a desvanec
Era temprano en la mañana cuando comenzamos a empacar nuestras cosas para regresar a casa. Papá nos había ofrecido quedarnos una semana más, o incluso dos, pero tanto Dana como yo sabíamos que lo mejor era regresar. La idea de pasar más tiempo en aquel hotel cerca de la playa, donde cada rincón traía consigo recuerdos imborrables de mamá, nos resultaba difícil de aceptar. La nostalgia pesaba sobre nuestras almas como un manto oscuro.Al llegar a casa, comenzamos a deshacer las maletas y ordenar la ropa. Después de un rato, decidimos refugiarnos en mi habitación, donde cerraríamos la puerta y nos sumergiríamos en maratones de películas. Así pasamos las dos semanas siguientes. Papá había tomado ese tiempo como vacaciones, pero de alguna manera, su presencia seguía siendo tan ausente como siempre. La mayor parte de su tiempo lo pasaba encerrado en su habitación o en la oficina, sumido en el trabajo, dejando a Dana y a mí solas con nuestros pensamientos y nuestros recuerdos.Durante esas