Batalla.

—Pero qué malagradecido me has salido, hijo mío —la voz de Albert resonó cuando, acto seguido, él apareció detrás de uno de sus hombres. —¿Vienes a casa y no pasas a saludar?

Su imagen era suficiente para que Andrew sintiera el ardor del desprecio hacia él subirle por la garganta.

No sólo era un sujeto malvado, sino que era un mal padre, un mal esposo y en el último de los casos, un criminal que estaba dispuesto a todo por asegurar la riqueza que representaba Valery.

—Tú no eres mi padre, Davis —escupió él con asco, para sorpresa de todos los presentes, especialmente de Valery, que se aferraba a su brazo, presa de miedo.

Ella desconocía todo lo que había sucedido tras días encarcelada, pero no dejaba que la sorpresa la venciera, y buscaba con los ojos la manera de salir de allí, con pocas esperanzas.

Contraria a la reacción que esperaba, Albert soltó una risotada que le sacudió todo el cuerpo, y sus ojos, de por sí siempre extraños, con un iris amarillento, se volvieron más escalofria
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