Generalmente, los movimientos de Álvaro se clasificaban en tres tipos:Actividades públicas que terminaban en las noticias.Asuntos confidenciales, conocidos solo por el círculo interno.Un itinerario estrictamente privado, del que casi nadie sabía. Algo que él solo había utilizado a principios de año, cuando sucedió lo de Noelia.—Entendido. Puede usar la identidad 3-9 para su viaje —asintió Laura, sin hacer más preguntas. Tan solo le recordó—: Aun si el accidente no fue grave, le aconsejo hacerse un chequeo completo antes de marcharse. A veces hay lesiones internas que no se detectan de inmediato.Cuando Laura llegó al hospital, Álvaro ya se había ido.—El señor Saavedra solo tenía un leve golpe en la cabeza. Le hicimos una tomografía y salió todo normal. Luego de que le curamos la herida en la frente, se marchó con prisa —le explicó el subdirector del hospital, entregándole el informe.—Gracias por su ayuda —respondió ella, hojeando rápidamente los resultados. Efectivamente, no habí
Después de comer, decidió pasear por el jardín para despejarse. Apenas empezó a caminar, recibió la llamada de un número desconocido, sin registro de procedencia. De inmediato supuso que podría tratarse de la misma persona misteriosa y contestó a toda prisa.—¿Te encuentras bien? —preguntó, con el corazón encogido.Hubo un instante de silencio. Luego, una voz cansada pero amable respondió:—La verdad… no muy bien.Gabriela parpadeó, sorprendida.—¿Doctor Zambrano?—Sí, soy yo. Feliz Año Nuevo —murmuró Cristóbal con un tono apagado.Para Gabriela, oír la voz de Cristóbal en ese preciso momento resultaba tan inquietante como si hubiera sido aquella otra persona.—¿Sucede algo? —indagó, con cautela.Cristóbal guardó silencio unos segundos.—Esta semana me han tratado como un producto en oferta. Mi padre y mi hermano mayor me han programado cita tras cita con chicas «adecuadas» para casarme.Gabriela, sin saber qué decir, se quedó callada.Cristóbal guardó silencio unos instantes más, hast
Recordó que, desde el principio, se había mostrado muy discreta cada vez que visitaba la casa Saavedra, con el propósito de no crear conflictos… Quizá eso había hecho pensar a algunos que era alguien fácil de menospreciar.—Que baje —ordenó con calma, dirigiéndose al mayordomo mientras se encaminaba hacia el interior de la mansión.Alicia estaba tan nerviosa que casi quería revisar a Gabriela desde la punta del cabello hasta los talones, asegurándose de que no tuviera ni un rasguño. El mayordomo, por su parte, alzó la vista hacia la terraza y encontró a Lola—su sobrina lejana—mirando con un gesto de insolencia. Llevaba cinco años trabajando para la familia Saavedra y, amparada en el parentesco con él, a veces se comportaba de forma altanera. Sin embargo, jamás había causado un incidente que pusiera en riesgo a los señores de la casa.—¡No fue mi culpa! —masculló Lola, cruzándose de brazos—. Ella es la de la mala suerte; ¡con tal de ponerse donde no debe, hasta el macetero quiso caerle
«¿No que antes de casarnos era virgen?» se dijo para sí con un toque irónico.—¡Eres de lo peor! ¡Qué desvergüenza! —Alicia, pálida de coraje, arremetió—. ¿En serio crees que mi señor Álvaro podría fijarse en alguien como tú? ¿Acaso no tienes un espejo? Si no, puedes usar un poco de tu propia orina para reflejarte y ver lo ridícula que eres. ¿Te crees que estás a la altura de mi señora Gabriela?La sirvienta, al notar que Gabriela guardaba silencio, pensó que realmente la había afectado con su insinuación. La expresión de orgullo en su rostro creció… pero no duró mucho.—Si crees que te despido por haberte metido en la cama de Álvaro, pues bien, digámoslo así a todo el mundo —soltó Gabriela con frialdad.Lola abrió los ojos, sin poder ocultar su inquietud. Enseguida comprendió el sentido de esa amenaza: si se corría el rumor de que la habían despedido por acostarse con el señor de la casa, ninguna familia importante la contrataría jamás. Y lo cierto era que los grandes apellidos detest
Gabriela observó con detenimiento a la joven sirvienta. Reconoció que siempre había sido de fijarse en el físico de la gente, y por más vueltas que le daba, no entendía en qué podría basarse el supuesto encanto de Lola para que Álvaro decidiera, a la primera vista, encargarle algo tan serio como tener un hijo. Máxime cuando Álvaro solía ser exquisitamente exigente con las personas.—Seamos francos: Álvaro está vivo y coleando. ¿No te da miedo que yo lo llame y le cuente todo para que te confronte? —preguntó Gabriela, con una nota de sarcasmo en la voz.—¡Se lo juro, es la verdad! —insistió Lola, cada vez más agitada.Gabriela, sin más, le dio la espalda:—Tramita el despido de la forma habitual. Que reciba la indemnización que corresponda y se vaya —sentenció, negándose a seguir escuchando las súplicas de la muchacha.Alicia, que hasta entonces se había mantenido vigilante, no pudo evitar dibujar una leve sonrisa de alivio. Al principio había temido que Gabriela se ablandara, sobre tod
Gabriela no respondió, sino que se concentró en terminar su bebida. Desde que había conversado con Florencio, sentía un extraño distanciamiento. Él le mencionó a unos supuestos «gemelos» con personalidades opuestas: un Álvaro bondadoso antes de los ocho años y otro, cruel, después de esa edad.Sin embargo, ni el de antes ni el de después coincidían del todo con el Álvaro que ella conocía. Había muchas incongruencias. Aunque lo había puesto a prueba varias veces, siempre la sorprendía de nuevo… nada encajaba completamente.Lo único que podía hacer por ahora era esperar. Esperar a que las personas de Mattheo le dieran acceso a esa verdad de la que habló Florencio. Quizá allí encontraría todas las respuestas a la sensación de ruptura que la agobiaba.Miró por la ventana, donde se acumulaban nubes oscuras en el horizonte. El pronóstico anunciaba otra gran nevada para Midred. Gabriela sintió un leve escalofrío, una ansiedad inexplicable.En ese momento, el teléfono vibró en su mano: era ese
Esto le trajo a Álvaro un leve recuerdo de aquella vez en que, esperando a Gabriela en el aeropuerto, una joven pareja también parecía haberlo confundido con alguien más.El nombre de aquel hombre…Emiliano.En su memoria se dibujaba la imagen de un joven corriendo hacia él, rebosante de entusiasmo. Emiliano, una persona que sin duda existió. Sin embargo, apenas Álvaro llegó al sur y encargó investigar su rastro, no encontraron nada: como si alguien hubiera borrado todo indicio de que Emiliano hubiera pisado alguna vez Mar de Cristal.No pasó mucho tiempo hasta que el ferry atracó en el muelle de esta isla, recibiendo a Álvaro con un ambiente muy distinto al de Midred. Había turistas por doquier, puestecitos de comida y artesanías, y un bullicio festivo que contrastaba con su vestimenta oscura y discreta. Él se ajustó la visera de la gorra y se internó entre la gente.Cerca del muelle, Isabel estaba sentada en el puesto familiar, con las piernas cruzadas y absorta en un videojuego nuev
Apenas este año habían colocado una lápida… Ese dato provocó una punzada de dolor en el pecho de Álvaro. Aun así, hizo lo que el dueño le indicó. En el trayecto, identificó varios lugares que Gabriela le había descrito en conversaciones aparentemente casuales, pero que ahora cobraban sentido. Vio el puesto de pastelillos dulces, y también a la anciana que, en teoría, vigilaba el local pero que, en realidad, estaba profundamente dormida, disfrutando del sol.«Mi Gabriela…»Recordó cómo ella observaba cada detalle con tanta atención. Bastaba con mencionarle de pasada a cierta persona o un lugar, y al llegar allí era fácil reconocerlo todo. Se dio cuenta de lo mucho que ella se había esforzado en compartirle ese universo al que él, hasta ahora, no se había atrevido a asomarse.Pronto divisó el Orfanato Mar de Cristal. Era un edificio mucho más pequeño de lo que imaginaba. Daba la impresión de llevar años abandonado, con un muro exterior lleno de dibujos desgastados y una vieja puerta de m