¡Me divorcié! ... y a mi jefe le conviene
¡Me divorcié! ... y a mi jefe le conviene
Por: Rebeca Benítez
OO

—¡Un placer! Me voy a divorciar —Scarlett saludó a la mujer del asiento de enfrente que se abrazaba al hombre que no paraba de hablarle al oído. Aquella pareja se apartó y le miró enojada.

Su esposo, mejor dicho, la persona que se iba a convertir en su ex esposo, volteó a verla, hecho una furia.

—En serio quieres ponerme en ridículo, ¿verdad?

—Es lo que menos te mereces, Patrick —siseó.

—¡No tienes que avergonzarme en público!

—Fuiste tú quien se acostó con otra persona en la misma cama donde yo, tu esposa, dormía. No me jodas ahora con tu pena. Si no te daba vergüenza meter tu-

—¡Ya cierra la boca de una vez, Scarlett! Santo cielo, qué dramática eres, en serio. Supéralo —discrepó Patrick y trató de agarrarla por el brazo para someterla.

—Quítame las manos de encima, perfecto mentiroso, ¡o te las voy cortar en pedacitos! ¡¿Quieres eso?!

—Ya contrólate. Nada de este show me obligará a quedarme contigo.

—Guau, sí que tienes el ego por las nubes, querido —se burló Scarlett, ignorando las miradas extrañadas de los otros pasajeros.

—Scarlett...

Ella lo sacudió lejos, ya que su simple toque era capaz de envenenarla, y sí, se atrevía a decir que podría envenenarla, ya que eso era lo que siempre había hecho Patrick desde que se conocieron, con sus palabras, con sus caricias falsas y besos plásticos.

Aunque, Scarlett tuvo que reír para no romper a llorar a cántaros, pues a Patrick qué le iba a importar su dolor y su humillación a estas alturas.

—¿En serio piensas que quiero salvar esta farsa de matrimonio? Primero le regalo mis bragas al señor chofer. ¡Me encantaría verlo babear y fantasear con esta mamasita! —Scarlett carcajeó en voz alta y le guiñó el ojo al conductor cuando este la miró por el espejo retrovisor.

Para su satisfacción, el conductor se sonrojó. Unos pocos pasajeros intentaron ocultar sus risas.

La cabeza de Patrick giró de un lado a otro, abochornado. Intentó tocarla, pero Scarlett lo espantó. No porque lo detestara, sino por miedo a que lograra persuadirla y manipularla.

—Estás loca.

—Te odio.

Patrick se burló y la miró con una cara que decía: «sabes que me amas y harías lo que sea por mí».

Ella se mordió la lengua para no admitirlo.

—Eres demasiado tonta por desaprovechar la oferta que te di.

—Por favor...

—Te ofrecí seguir casados, recuérdalo —aseveró Patrick—. Te pagaría todo, no te faltaría nada, solo tenías que ayudarme un poco más hasta que lograra arreglar mi situación y calmarlo la marea. Sería un trabajo sencillo para ti. ¡Tú tomaste la decisión de volverte una salvaje demente! ¡Una total insoportable!

—¿Insoportable? —Bufó, indignada—. ¿Por qué? Dejé de ser tu títere, tu coartada, y allí me convertí en un estorbo.

—Eso no es cierto.

—Era más fácil tener a una esposa sin autoestima ni carácter. Admítelo. Yo admito que ese error fue mío.

—Jamás te obligué a que renunciaras a tus estudios ni que cambiaras por mí. —Patrick negó con la cabeza—. Esa decisión la tomaste por tu cuenta.

Asintió, lacónica e indiferente. Ella no le dijo que tomó esa decisión porque él solía quejarse de su horario. Reclamos como: "Nunca estás para cocinarme", "No había nadie en la casa para atender a mi tía", "¿Por qué no dejas tus tareas y planchas mis camisas?", "Me serviría mucho si te quedaras siempre en casa".

No. Scarlett tragó su amargura y se reservó esas lamentables memorias.

—Sí —contestó seca—. Lo sé.

Patrick chasqueó la lengua.

—¿No podemos hacer esto sin lastimarnos?

—Tú me arrancaste el corazón.

—Scarlett, esto es difícil para ambos.

—Por favor. La única que ha hecho el ridículo aquí soy yo. ¿Qué pasa si lo hago un poco más? —gruñó la rubia—. Aprendí a cocinar tus comidas vegetarianas y planchar tus p*tas camisas. No solamente te entregué mi vida entera, ¡iba a darte un bebé, una parte de ti!

—Un bebé que tú abortaste por estar despechada, ¿o ya lo olvidaste? —escupió Patrick, apuntándola con un dedo. El dolor y el resentimiento escritos en su semblante, también un poco de odio, hacia ella y lo que él estaba seguro que ella había hecho—. ¿Y por qué? ¿Fue porque no te follaba y no te tocaba ni un pelo? ¿Por eso te deshiciste de…? Joder, te deshiciste de una criatura inocente que no tenía la culpa de los problemas y las diferencias entre tú y yo, Scarlett. Tú lo mataste.

Scarlett se echó para atrás con labios temblorosos. Eso fue como un disparo.

—Yo no lo hice, jamás lo haría. Pensé que, al menos, me conocías —insistió, más enojada que herida.

—Supongo que resultaste una completa extraña, también.

—¿Cuántas veces tengo que explicarte lo que ocurrió con mi embarazo, Patrick? Estaba muy feliz, estaba ilusionada. ¿A ti se te olvidó eso? ¿La forma en que acariciaba mi vientre y te sonreía, como si realmente me hicieras feliz, a pesar de todo? ¿La manera en que yo… tomaba tu mano y te mostraba lo que había aquí…?

La voz de la rubia se endureció mientras rozaba una mano en su vientre plano, vacío y marchito. Ya no se quebraba como antes. Era un progreso, probablemente, que ella pudiera revivir esta pérdida sin entrar en un ataque de pánico. Al principio, había sido incapaz de ver su reflejo en el espejo, tuvo que esconderse de sí misma para no pensar en el angelito que perdió, una pequeña esperanza que pudo revivirla y rescatarla de esta pesadilla.

Sin embargo, Patrick insistió en no creerle absolutamente nada, resoplando. Scarlett sabía que él se había ilusionado con el bebé, pero lo superó muchísimo más rápido que ella. Él no tenía ningún derecho a decirle esas cosas horribles después de todo el sufrimiento que atravesó, en su completa soledad.

—Fácilmente pudiste estar actuando —dijo él.

—¡Amaba a nuestro hijo como nunca amé a nadie! ¡Fue lo único hermoso que obtuve de nuestra jodida relación!

La boca de Patrick se torció con disgusto.

—Es otra de tus técnicas de víctima. ¡Bravo! —Él aplaudió y se burló con malicia—. Te queda de maravilla.

—Vete al carajo.

Ojalá le hubiera dicho esas tres palabras mágicas desde el principio.

Pero la mala suerte tocó la puerta y Scarlett le abrió.

Patrick Down fue el tipo que se cruzó en su camino en las borrascosas etapas de su adolescencia, cuando su madre narcisista no dejaba de criticarla y repetirle que era la decepción de la familia por no estar casada ni tener hijos.

Él se convirtió en el 'AMOR DE SU VIDA', en mayúsculas, con sus pequeñas muestras de afecto. Tal vez pudo salvarse de todas sus mentiras, Scarlett no lo sabía a ciencia cierta. A esa edad, las emociones quemaron sus neuronas. El rechazo de su madre triplicó su necesidad emocional de aceptación.

Se enamoró del hermoso y tímido Patrick en el primer segundo. Se convirtió en una idiota extrema solo por quererlo y adorarlo. Lo que alimentó su ilusión fue que Patrick aparentó corresponder sus sentimientos, y vaya que se ganó un premio de oro, porque le salió de maravilla la actuación.

Cayó en su trampa, lo siguió como un perrito faldero y le costó muy caro. Patrick le propuso matrimonio cuando ella tenía diecinueve años y estudiaba para ser maestra de primaria. Scarlett dijo llorando: «¡Claro, mi amor, te amo y vamos a casarnos que yo abandonaré todo para estar a tu lado, porque sin ti no puedo respirar!» y Patrick le respondió: «¡Serás la esposa perfecta para mí!»

La definición de 'perfección' que él tenía, no era la misma que ella creía. Perfecta significaba: sin ambición ni autoestima. Significó ser un títere.

Resultó que Scarlett sí era capaz de respirar sin Patrick Down, pero lo comprendió después de sobrevivir ocho años de matrimonio, siendo esa versión patética de sí misma. Primero tuvo que mendigar por las migajas de su atención, atender un hogar de fantasía, dormir en una cama vacía con el c*ño dolorosamente vacío. Luego llegó el tiro de gracia: Patrick le reveló que era gay.

Él lo supo desde niño, claro, pero para él fue muchísimo más fácil aprovecharse de su amor incondicional y volverla su perfecta esposa-coartada. ¿Para qué? Todo para recibir una herencia.

Le funcionó el plan. Patrick heredó el negocio familiar de su abuelito millonario. Ahora era dueño de varias cadenas de restaurantes y bares en Miami. Era jodidamente adinerado, y Scarlett ya no le servía de nada al imbécil millonario. La Cenicienta defectuosa de veintisiete años, que no terminó la universidad, había caducado.

Scarlett había decidido divorciarse meses atrás, cansada de ser la cáscara de una mujer que renunció a tanto por nada. Pero, ¡qué humillante se sintió que él se lo pidiera primero! Su corazón estaba roto, pero su dignidad finalmente llegó a un punto de quiebre.

—Basta de lloriqueos. Si lo que te molesta es la plata, tú tranquila. Te daré dinero para que te pagues un hotel por ahora y no tengas que arrastrarte a los pies de tus padres —protestó Patrick medio divertido, mientras le enviaba mensajes a su pareja, el instructor de gimnasia con el que le montó los cuernos desde la noche de bodas.

Su cara se pone roja, azul, morada...

—Yo no quiero tu puto dinero. Prefiero levantarme y pedir limosnas —espetó Scarlett, señalando el pasillo. Ella lo obligó a usar el transporte público para ir al tribunal civil a concretar y firmar los papeles de la disolución del matrimonio, solo por capricho—. Así que jódete.

Patrick rodó los ojos.

—Cómo quieras. Estoy tratando de ser gentil contigo por estos catorce años que estuvimos juntos —él suavizó su voz, pero no logró conmoverla, porque sintió lástima por ella, y eso la hundió mucho más en el pozo de la humillación.

Sacudió la cabeza y miró a la mujer de enfrente, se inclinó y gruñó: —No pienses tanto con la v*gina, amiga.

—¡Deja de meterle disparates en la cabeza a mi mujer! —reclamó la pareja de la mujer, echando humo por las orejas—. ¡Lo que estás es mal follada!

Resopló, cruzando las piernas. Por supuesto, no revelará que su vida sexual era un fiasco, por serle fiel a un hombre que la tocó un par de veces, la embarazó y luego la culpó por perder el bebé, porque él necesitaba tener un hijo y ella se lo negó. Patrick discrepó: «¡Tú lo hiciste! ¡Pensaste que un hijo sería un obstáculo entre nosotros! ¡Cómo pudiste deshacerte de nuestro bebé!»

Trató de explicarle que no había sido culpa suya; era normal y muy común sufrir un aborto espontáneo en el período de las veinte semanas. Él no le creyó.

Fue un impacto doloroso. Tuvo que ir a terapia, confesar sus frustraciones y procesar que había perdido un bebé que había comenzado a amar de todo corazón. Sucedió cinco meses atrás, fue el momento en el que Scarlett decidió ponerle fin a este matrimonio. La terapeuta no se lo dijo directamente, pero la llamó cobarde y ciega, a su manera. Scarlett tampoco era bruta.

—Te vas a acordar de mí —le murmuró a la mujer de enfrente, y luego observó la ciudad por la ventana.

Se preguntó a dónde había ido la buena suerte en su vida. Si tal vez se olvidó de que ella existía. O quizás la estaba castigando por cometer tantos errores.

Fuera lo que fuese, Scarlett no volvería a caer en sus emociones. Nada de enamorarse, ni de entregar su corazón.

Después de todo, alguien se lo había arrancado y destruido en mil pedazos.

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