19. Ojos verdesDesaparece casi de inmediato.Robert pone los brazos en jarra y aún con ese gesto tontuelo mira a la acallada Maya Seati, que continua aún con esa sonrisa fingida.—Bueno, pero qué le pasa a éste —expresa Robert. Su rostro está perplejo. Tiene otra que preguntarle a la mujer a su lado—. ¿Tú sabes qué le sucede?Y la secretaria se ríe, moviendo las manos, como si no lo supiera.—¡Ni idea, señor!—¿Sabes? Ve en un momento a su oficina, seguro que ya está loco con todo esto.—Sí, claro que sí. Cuente con eso —Maya lo señala con un bolígrafo, y riéndose, sale casi corriendo de su vista.Robert D'Angelo cree entonces que la locura ya ha venido al Livende porque la locura siempre estaba en los empleados tratando con los clientes. Y sale otra vez por el camino que dejó Maximiliano, junto a esa actitud absolutamente nada propia de él. Pues, el Maximiliano seguro de sí mismo y sonriéndole a todo el mundo parece haberse marchado. Una vez que pasa desapercibida por los trabajad
20. Más que listaEntrecierra los labios y ahora es Maya quien también sale de un ensueño. Su jefe la suelta y ella finalmente tiene que carraspear, y como de costumbre dirige su mechón hacia atrás.—Otra vez yo haciéndote pasar malos ratos. Perdóname, Maya.—¿Por qué dice eso? Para nada. Es consciente de que a veces soy yo la despistada —se arregla su falda de tubo deprisa. El ambiente está tenso de por sí y lo menos que desea ahora es mirar a su jefe. Así que le sonríe rápidamente, rodeando su cuerpo.—Ya es hora de chequear la lista de invitados, así que voy a ir…—Maya —es su jefe quien menciona.Y ella se gira, su movimiento es vertiginoso. Al mirarlo, la ojeada es impropia de él. Cabizbajo, como avergonzado. Ella no comprende, pues, no siente que él le deba algo. Sino ella a él. Una disculpa por haberlo tratado de una manera tan inmadura.—Necesitamos hablar. Por lo de aquella vez, Maya. Sé que aún sigues incómoda conmigo. Te ruego que no pienses mal de mí, y no es tu culpa. Es
21. Encuentro cercano. Empieza una música suave entre las voces de los invitados, la mirada se vuelve hacia las personas brindando el pequeño concierto que se cierne entre toda la muchedumbre. Giovanna está a su lado y su madre del otro. Oye el zumbido de las razones concernidas de la celebración, halagos y muchas satisfacciones, que le hace sonreír de sobremanera y de querer entretener la manera en que se endereza, mira hacia al frente y se pone en alerta para cualquier cosa. Robert también está charlando con una de sus compañías aquella noche y al parecer cada uno está metido en su asunto. Menos su madre, Antonella D’Angelo, que trata de llamar su atención con algunas preguntas sobre la supervisión que tendrá Robert a base de todo el hotel, y como sabe que su madre no desistirá, se propone en sonreírle y apretar su mano que se aferra a su brazo. —Todo está bien, mamá, Robert hará un excelente trabajo. Yo sé que lo hará, además, ya tengo encima más de una docena. Se necesita más d
22. Embelesado. Maximiliano D'Angelo se queda quieto de súbito por la mujer que observa frente a sus ojos. Fue ella a quién miró llegar. No sabe cuál fue el motivo de su reacción, y lo único en que puede pensar ahora es que tiene la virtud de observar a una mujer tan bella. No es aquella con quien comparte las mismas horas en un espacio únicamente para ellos dos. Ni quien siempre viene hacia él con mejillas rosadas y ojos calmados pero emocionados. Una ráfaga recorre su espina al tener la mirada de Maya Seati en la suya y retrocede, sonriendo un poco. Ensimismado por la hermosa mujer frente suyo entonces alza la mirada para también saludar a sus compañeros del hotel, que se ríen y disfrutan la velada con delicias colocadas en sus bebidas y los bocadillos. A propósito Jenny mira el gesto que tiene Maya y sonríe grandemente y alza las manos. —¡Señor! No lo habíamos visto. ¿No le parece que está fiesta está desbordándose? Toda la gente está maravillada. Maximiliano asiente a la par y M
23. Extraña sensación Cuando nota que su secretaria deja a un lado el tacto de su brazo, aparece la lejanía y consigo la mirada de reojo que le envía directamente a ella, que abraza y saluda a la joven, fiel y compañera leal de la mujer a su lado. Y así lo es. Maya Seati se había vuelto muy cercana a Giovanna D'Angelo. El último año pareció haberlas unido más de la cuenta, y fue momentáneo porque, al instante de conocerla, el vínculo nació tan natural y lleno de confianza. Giovanna había encontrado con quién expresar sus penas y pensamientos en una mujer que al parecer también la entendía y que tenía también sus propios pensamientos y sus propias penas. Meses después de haber empezado el trabajo, Giovanna se expresaba de Maya Seati de una forma que a su hermano le parecía nada más que agradable porque, para sus últimas secretarias y secretarios, no había tenido el poder con el que había llegado unas mejillas rosadas, cabello corto, falda de tubo y tacones de punta. Pareció ser iguales
Maya empieza a buscar el estuche de maquillaje. —Sí, yo digo lo mismo. ¿Sabes? No creí que aquí estaría Anthony, ¿recuerdas? El amigo del señor Maximiliano. Lo vi cerca de donde estaban ellos y hubiese sido mejor si estabas ahí conmigo.Jenny pone una cara de incredulidad.—¿A qué te refieres?—Me dijiste que hoy es un buen día para bailar toda la noche —Maya alza una ceja, sonriendo. Es mejor bromear ahora con Jenny, de esa manera no sentirá los ojos de Maximiliano D'Angelo rondando por su mente.Jenny se echa a reír porque conoce esa entonación. Y sabe que Maya no se refiere precisamente a “bailar” en la pista de baile con ciento de gente alrededor.—¿Me estás diciendo que coquetee con Anthony? —Jenny empieza a soltar con risa—. Bueno, es verdad que antes teníamos algo, sin embargo, no creo que el interés sea el mismo.—Yo sólo digo bailar, Jenny —Maya niega, empezando también a colocarse en sus labios aquel rojo que ta bien le queda—. ¿Viste como piensas mal?—Bueno, lo intentaré.
Maya frunce el ceño, pero una sonrisa también se deja ver en su rostro. Sus mejillas se abultan al instante. Y la expresión risueña de su jefe se deja ver cuanto antes. No le da tiempo de contestar para cuando él toma su mano, la atrae hacia él, y dirige el camino que no es el mismo de la recepción. La adrenalina recorre su cuerpo justo en el punto en que arriban al otro lado del lugar, hacia abajo. Ni siquiera conoce bien el sendero porque todo está en oscuras. Un par de segundo después salen directo hacia el estacionamiento. Y al sentir la mano congelada por la falta de calidez que le había brindado su jefe por el gesto, cae en la tierra, entiéndelo.Su jefe en definitiva se marcharía del lugar.Parpadea al segundo y tiene que tomar su vestido, dar pasos con esos tacones altos y entenderle la zancadas.—¿El anfitrión se va de la fiesta?—Yo no soy el anfitrión aquí.En su mirada surge la mano, que señala ayudarla a subir al auto. No quiere esperar un segundo más y es la primera en m
Su jefe también consigue estar en su misma posición, y comparten miradas que solamente tiene aquella allegada unión.—¿Quieres regresar a la fiesta?—¿Usted quiere regresar?Maximiliano niega.—Es muy tarde, debes estar cansada.—Sí, fue un día muy largo —Maya echa una carcajada y saborea la húmedad de la noche. Con aquel vestido el ardor se deja hacia un lado. Ella alza las cejas—. Hurra por ese nuevo hotel, señor.Maximiliano entrecierra sus ojos por la sonrisa que le brinda, y confirma su adulación con el mismo gesto.—¿Quieres que te deje en la fiesta otra vez?Maya entonces se levanta cuando él le dice aquello.—¿Usted…—ella trata de murmurar— no va a regresar?—Debo ir a otro lugar —un gesto reconfortante es lo que le brinda, y se coloca aún más ensimismado en ella que lo único que puede hacer es acercarse—. Vamos. No quiero que por mi culpa te digan diciendo sosa.Se detiene es seco. Se endereza y ha doblado el cuello al instante hacia su propia dirección. No hace otra cosa q