17.DianaDiana es la persona que había jugado con su corazón. Lo enamoró como un tonto y cuando ya sería el anuncio de los votos, ella tomó el teléfono, le mandó un mensaje, y todo se fue directo al caño. “Sabes, deberíamos pensar las cosas. Te amo, pero no puedo continuar.” Y eso lo había sentado de súbito, para poder contener el estado de choque. Todo un mundo se vino abajo. Y él con ese mundo. No le molestó aquella situación, Diana seguramente no estaba lista, y él podía entenderlo. No le reprochaba eso. Lo único que había partido su corazón en mil pedazo fue que ella, al día siguiente, desapareció, yéndose de Nueva York y dejándole otra carta. “Me tomaré mi tiempo para pensar las cosas. Perdóname.” Y no la llegó a ver hasta el mismo domingo, tres semanas después. Diferentes sentimientos en tan poco tiempo; no sabía qué podía pensar. Había creído por tanto tiempo, y desde los meses que habían estados comprometidos juraba que ella era la mujer de su vida. Cuando compartieron momen
18. Nuevamente frente a frenteRobert niega como si fuese un trampolín, porque como se han invertido las cosas, se pone en forma de guardia, cruzando los brazos y echando una mirada a su primo con las cejas cejijuntas. Un poco más serio que antes, y Maximiliano le echa una gran carcajada.—Bueno yo te dije la razón por la que Stephanie vino conmigo. Su madre no estará el fin de semana.—¿Sí, verdad? Qué casualidad —Maximiliano triunfa por su mirada y da clavo para fortificar una mirada decidida a resplandecer como si se le fueran a partir el entrecejo por tanto presionarlo—. Qué raros ustedes dos. Hablándose ahora. Cuando Mauricia me tomó una vez por los hombros y me gritó “¡Dile a tu primo que me dejes en paz que ni en pintura yo lo quiero ver! ¡Maldito infiel!” No sé por qué te sorprende que ella no quiera verte.—Qué cosas tiene el destino ¿no? —Robert finalmente dice, inconsolable, pero sabe que lo dicho tiene razón—. Bueno, no es que esté hablando de ella. Es que no sabía que Ste
19. Ojos verdesDesaparece casi de inmediato.Robert pone los brazos en jarra y aún con ese gesto tontuelo mira a la acallada Maya Seati, que continua aún con esa sonrisa fingida.—Bueno, pero qué le pasa a éste —expresa Robert. Su rostro está perplejo. Tiene otra que preguntarle a la mujer a su lado—. ¿Tú sabes qué le sucede?Y la secretaria se ríe, moviendo las manos, como si no lo supiera.—¡Ni idea, señor!—¿Sabes? Ve en un momento a su oficina, seguro que ya está loco con todo esto.—Sí, claro que sí. Cuente con eso —Maya lo señala con un bolígrafo, y riéndose, sale casi corriendo de su vista.Robert D'Angelo cree entonces que la locura ya ha venido al Livende porque la locura siempre estaba en los empleados tratando con los clientes. Y sale otra vez por el camino que dejó Maximiliano, junto a esa actitud absolutamente nada propia de él. Pues, el Maximiliano seguro de sí mismo y sonriéndole a todo el mundo parece haberse marchado. Una vez que pasa desapercibida por los trabajad
20. Más que listaEntrecierra los labios y ahora es Maya quien también sale de un ensueño. Su jefe la suelta y ella finalmente tiene que carraspear, y como de costumbre dirige su mechón hacia atrás.—Otra vez yo haciéndote pasar malos ratos. Perdóname, Maya.—¿Por qué dice eso? Para nada. Es consciente de que a veces soy yo la despistada —se arregla su falda de tubo deprisa. El ambiente está tenso de por sí y lo menos que desea ahora es mirar a su jefe. Así que le sonríe rápidamente, rodeando su cuerpo.—Ya es hora de chequear la lista de invitados, así que voy a ir…—Maya —es su jefe quien menciona.Y ella se gira, su movimiento es vertiginoso. Al mirarlo, la ojeada es impropia de él. Cabizbajo, como avergonzado. Ella no comprende, pues, no siente que él le deba algo. Sino ella a él. Una disculpa por haberlo tratado de una manera tan inmadura.—Necesitamos hablar. Por lo de aquella vez, Maya. Sé que aún sigues incómoda conmigo. Te ruego que no pienses mal de mí, y no es tu culpa. Es
21. Encuentro cercano. Empieza una música suave entre las voces de los invitados, la mirada se vuelve hacia las personas brindando el pequeño concierto que se cierne entre toda la muchedumbre. Giovanna está a su lado y su madre del otro. Oye el zumbido de las razones concernidas de la celebración, halagos y muchas satisfacciones, que le hace sonreír de sobremanera y de querer entretener la manera en que se endereza, mira hacia al frente y se pone en alerta para cualquier cosa. Robert también está charlando con una de sus compañías aquella noche y al parecer cada uno está metido en su asunto. Menos su madre, Antonella D’Angelo, que trata de llamar su atención con algunas preguntas sobre la supervisión que tendrá Robert a base de todo el hotel, y como sabe que su madre no desistirá, se propone en sonreírle y apretar su mano que se aferra a su brazo. —Todo está bien, mamá, Robert hará un excelente trabajo. Yo sé que lo hará, además, ya tengo encima más de una docena. Se necesita más d
22. Embelesado. Maximiliano D'Angelo se queda quieto de súbito por la mujer que observa frente a sus ojos. Fue ella a quién miró llegar. No sabe cuál fue el motivo de su reacción, y lo único en que puede pensar ahora es que tiene la virtud de observar a una mujer tan bella. No es aquella con quien comparte las mismas horas en un espacio únicamente para ellos dos. Ni quien siempre viene hacia él con mejillas rosadas y ojos calmados pero emocionados. Una ráfaga recorre su espina al tener la mirada de Maya Seati en la suya y retrocede, sonriendo un poco. Ensimismado por la hermosa mujer frente suyo entonces alza la mirada para también saludar a sus compañeros del hotel, que se ríen y disfrutan la velada con delicias colocadas en sus bebidas y los bocadillos. A propósito Jenny mira el gesto que tiene Maya y sonríe grandemente y alza las manos. —¡Señor! No lo habíamos visto. ¿No le parece que está fiesta está desbordándose? Toda la gente está maravillada. Maximiliano asiente a la par y M
23. Extraña sensación Cuando nota que su secretaria deja a un lado el tacto de su brazo, aparece la lejanía y consigo la mirada de reojo que le envía directamente a ella, que abraza y saluda a la joven, fiel y compañera leal de la mujer a su lado. Y así lo es. Maya Seati se había vuelto muy cercana a Giovanna D'Angelo. El último año pareció haberlas unido más de la cuenta, y fue momentáneo porque, al instante de conocerla, el vínculo nació tan natural y lleno de confianza. Giovanna había encontrado con quién expresar sus penas y pensamientos en una mujer que al parecer también la entendía y que tenía también sus propios pensamientos y sus propias penas. Meses después de haber empezado el trabajo, Giovanna se expresaba de Maya Seati de una forma que a su hermano le parecía nada más que agradable porque, para sus últimas secretarias y secretarios, no había tenido el poder con el que había llegado unas mejillas rosadas, cabello corto, falda de tubo y tacones de punta. Pareció ser iguales
Maya empieza a buscar el estuche de maquillaje. —Sí, yo digo lo mismo. ¿Sabes? No creí que aquí estaría Anthony, ¿recuerdas? El amigo del señor Maximiliano. Lo vi cerca de donde estaban ellos y hubiese sido mejor si estabas ahí conmigo.Jenny pone una cara de incredulidad.—¿A qué te refieres?—Me dijiste que hoy es un buen día para bailar toda la noche —Maya alza una ceja, sonriendo. Es mejor bromear ahora con Jenny, de esa manera no sentirá los ojos de Maximiliano D'Angelo rondando por su mente.Jenny se echa a reír porque conoce esa entonación. Y sabe que Maya no se refiere precisamente a “bailar” en la pista de baile con ciento de gente alrededor.—¿Me estás diciendo que coquetee con Anthony? —Jenny empieza a soltar con risa—. Bueno, es verdad que antes teníamos algo, sin embargo, no creo que el interés sea el mismo.—Yo sólo digo bailar, Jenny —Maya niega, empezando también a colocarse en sus labios aquel rojo que ta bien le queda—. ¿Viste como piensas mal?—Bueno, lo intentaré.