142. Razones

Tiene que alejarse de él. No puede permitirse que la observe de esta forma.

—Así que suéltame. Suéltame, no quiero saber más nade de ti, ni de ella.

—Maya…—murmura Maximiliano de vuelta.

Su voz la hace volver a donde siempre han querido estar. Y la monotonía de esto parece ser sólo un sueño. Un sueño en donde su único anhelo es tenerlo frente suyo y de todas las maneras posibles.

—No me hagas esto —pide Maya, negando—. Vas a tener un hijo. Y yo no soy la madre de tu hijo…

—Tienes que escucharme.

—Maldita sea, ¿y qué tengo que escuchar? —suelta. Al instante entonces jadea—. No creíste en mí cuando más necesite de ti. Al cerrar los ojos y al abrirlos estas junto a ella otra vez. Max, esto no es justo. Me estás haciendo daño.

—No quiero hacerte daño —sus ojos verdes la buscan entre la soledad de la calle y apenas algunos carros navegando sobre la ciudad celestial—. Debes saber que nunca te engañé. Nunca lo hice, nunca lo haré.

Maya se moja los labios, casi sonriendo. Pero es una
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