Le dicen un par de cosas más, que le hacen aguantar unas sonrisas después. ¿A qué viene todo esto? Le causa gracia en realidad que el mismo Sean, quién se prenunciaba como un gran amigo fiel mucho antes de su relación, esté diciendo todo esto. Se mantiene sin duda interesada en la conversación. Entretanto consigue una de cada mil palabras que decir ante esto. —¿A qué viene todo esto de repente? El tirón que lanza hacia arriba una de sus cejas recrean otra sonrisa un tanto cómplice. No se le escapa nada.—Estoy asegurándome de que sí irás a mi juego. Toma un trago del vino y se encoge de hombros. No hay más que decir al parecer. —¿Por qué estás dudando? No he dicho que no iré. —No es suficiente —refuta Sean ante sus palabras. Sin embargo, no se le escapa nada más que sus suaves deslices de sonrisas—. Créeme, te conozco bien. Por cosas que te hacen pensar con certeza dudas de esto. —Eso mismo te digo yo a ti. —Yo daría de todo porque te sientas bien—suelta así de repente
Es un presentimiento raro que viene en cuanto sus padres se marchan del apartamento. Y aunque se fueron juntos, no es tan tonta como para no notar que hay guerra distancia entre ellos. Quizás esté haciendo escenarios que no existen y que no son para nada buenas, hablando antes de tiempo y creándose imágenes en la mente que tal vez nada tengan que ver con lo que sucede. Cuando menos se lo espera divisa a Chris viniendo solo y entretenido con lo que sea que estuviese hablando con Jason, absolutamente lejano a la conversación que tuvieron apenas unos días antes. Para Maya no es bueno ahora sentir que es una molestia innata para él, y aunque estuviese separados, la duda que ahora permanece no se irá sino hasta hablar de lo que sabe que le oculta.Chris finalmente se acerca en cuanto quita la mirada de Jason. Le brinda una gran sonrisa. —¿Y esa sonrisa? A Chris se le ilumina más el rostro. —Sólo —se encoge de hombros— estoy un poco feliz. Maya se endereza en su lugar. Chris no s
Tanto Chris, Roy Sidney y ella buscan la manera y las posibles salidas por este asunto. Y cada una indica lo mismo: irse del lugar. Tantas cosas malas estaban pasando en su cabeza y unas tras otras indican pesar, angustias y desconcierto. Irse del lugar indicaba una perdida gigantesca. De dinero y de todos los empleados. No es un asunto ni una decisión que pueda tomarla a la ligera. Y siendo ella la cabeza de todo este asunto, el tiempo se le agotaba. Los socios que llegaron también buscan una solución, y a pesar de no querer oír en realidad ninguna de ellas, porque terminan en el mismo asunto cada vez, lo único que pueden hacer es en ese día es asegurarse de que deben tener ese permiso. —Me dijiste alguna vez que tenías todos los permisos, Maya —en un momento que están apartados de las personas, Chris le menciona con demasiada formalidad.—Porque lo tengo —responde, asintiendo—. Sólo que no sé qué es lo que está pasando.—Nos está costando mucho obtener este lugar para nosotros
Pasa entonces por su lado. Marchándose. Ella gira el rostro. El aroma del perfume inunda sus sensaciones. Y le hace estremecer, porque ha sido el aroma que se ha impregnado incluso en su piel aquella vez que él mismo la había tomado frente de su cristal, en la oficina que tanto recuerdos le acribillan, en donde sentía un mismo hogar. No sabe cómo seguir otra vez y volver a la realidad y no perderse al pensar en Maximiliano. Verlo de aquella manera, de golpe, que con solo simples palabras le hace avivar el corazón. Pero aún sigue el mal encuentro de los dos y no cree que para eso haya remedio. Necesita volver a mirarlo para darse cuenta que nunca ese hombre será para ella. Cuando lo hace, no está más que equivocada. Maya convence su amor. No puede dejar de quererlo. De amarlo. Está tan enamorada…—Maya, ¿Él no es tu jefe? ¿No trabajas para él?Sean de pronto aparece en su realidad. Y como si hubiese salido de un sueño, parpadea y se dirige a mirarlo. Ella sonríe un poco, negan
Maximiliano tiende a esas miradas llenas de acopio y en seguida son sus manos que envuelven a su hermana pequeña. Al tener junto a si, de esa manera puede conseguirse a sí mismo sentir el querer que es dado junto con las manos enguantadas y directas hacia ella. Dispuesto a dejarlo un rastro de besos por su frente, Giovanna no deja de mirarlo con aquellos ojos verdes idénticos a los suyos, pero más juveniles y con un pensamiento distinto de igual forma. —No estoy diciendo mentiras —sale de su boca ese manojo de seriedad.—Lo sé —responde. Ahora que hasta Giovanna le hace saber que todo esto no es más que una simple agonía, se tiene que mantener aún neutral ante esto—. Giovanna, linda, hablaremos después. ¿De acuerdo?—Tienes que estar bromeando. ¿Ya te vas a ir?—No, no me iré —le dice con suavidad—. Robert llegó y me reuniré un momento con él. —Mamá estuvo toda la tarde preguntando por ti. Así que cuando termines, sube a verla. —Descuida —parece ser lo último que dice porque
Una vez consigue entender a qué se refiere Robert tiene que buscar la forma de mantenerse impertérrito. Pensar en ella es un mundo nuevo. Al mirarla hoy otra vez, teniéndolo tan cerca. Tan bella. Tan hermosa. Sus mejillas sonrosadas, su pelo que muere por volver a olerlo…Entre toda esa manía que lo ha de volver loco con su sola presencia, no le hace bien pensar. Son cientos y miles de pensamientos que atravesaron su solo estoicismo y que cayó hacia aquel sentimiento que indicaba tristeza por el simple hecho de pensar que la perdido.Y más aún cuando se trató de aquel hombre. A quien Maya le había confesado ser su pareja hace mucho tiempo allá. ¿En qué creer entonces? Si la misma razón por la que su relación también se fue de picado ha sido por Diana en medio de ellos dos. ¿Y aun así está de esta manera? ¿Qué puede decir si no hace nada más que pensar en Maya como si la necesitara ahora? No puede continuar con esto. Y las palabras de Robert tal vez tengan razón, no es justo seg
A Diana no se le atisba apaciguamiento en la mirada, y se pone a mover la cabeza en señal de desacuerdo.—¿Y qué quieres que diga? —Diana inquiere echa un manojo de rabia—. ¿Qué? No fui yo quien hizo todo eso.—Lo sé —responde Maximiliano—. Y no te estoy culpando. Pero debemos hablar de esto si es quieres que aún continuemos siendo amigos.Diana lanza una mirada inquisidora, llena de agravio y envuelta nada más que por la expresión incrédula.—¿Estás bromeando? —Diana se coloca en una mejor posición para verlo—. ¿Cierto?Maximiliano no contesta. Y en realidad, lo que hace es hablar de cierto tono ajeno y empieza:—En primer lugar, que fue un error todo esto. Que fue un malentendido —el coche sigue andando, hacia una calle que se vuelve más estrecha conforma avanza—. Probablemente alguien te escuchó y sacó provecho de esto —continua diciendo con normalidad—. Pero no quiero que creas que estoy molesto porque estás esperando un hijo, Diana, ni siquiera lo pienses. Ese niño nada d
Maximiliano se queda impertérrito. El mismo instante que daba cavidad a su esperanza se quiebra y toda certeza de la que había estado preso se esfuma, así como la llamarada de una hoguera. El pecho se encoge, el corazón se oculta, su clamor se apaga. Todo se vuelve oscuro. No ha sido nunca la mirada de la que quiere ser preso. Porque es peor conocer que este mismo hombre frente suyo es quien también tuvo un lugar en el corazón de la mujer que ni siquiera ve. Maximiliano se siente un idiota. Un completo estúpido. ¿Cómo creyó…?Quiere irse de inmediato, y no es el tiempo necesario para verificar como es Sean, quien todavía permanece abrazándola con la cabeza recostada en el hueco de su hombro, lo observa detenidamente y lo vuelve a oír. —¿Qué está haciendo aquí…?Sean también tiene una expresión incrédula, que no puede pasar por alto y mucho menos sentir que ha sido todo esto causa de tal vez una imprudencia. Es quizás la peor decisión que haya tomado. Maximiliano lo ati