—¿Qué vas a hacer si ese niño es mío?Maximiliano baja un escalón. Todo mareo se esfuma de repente y sólo queda aquella imagen envuelta de rencor, de acidez, de distancia. Pero no puede ser frágil al observar esos ojos ambarinos que lo hacen subir a cualquier cielo que exista. Una mirada que lo puede colocar de rodillas si así es lo que ella quisiera. Pero sus palabras y su emoción actual la hacen obtener una mirada saturada de tristeza. —¿Cuál es el problema? Continua diciendo. Y define la marca de refulgencia enaltecerse bajos las cuencas de sus ojos ámbar. La manera en la que responde a lo agrio de sus palabras es peor de lo que imagina. —Sólo quiero saberlo…—¿Por qué? —enfatiza Maximiliano, con la dureza de sus ojos aún más en contra suyo.—¿Y por qué no lo sueltas ahora? —pronuncia entre dientes también ella devuelta. Su mirada no consigue valerse ahora de tristeza sino de impotencia. Ruge toda su voz para cuando la manera en la que llega su ira lo desencadena todo—
No trajo nada más que el periódico y su tristeza. Y retrocediendo entonces toma su bufanda. —No puedes creer que te abandoné. —Lo hiciste —Maya termina por ponerse la bufanda y tomar el último aliento—. Lo hiciste y no lo quieres asumir. —Nunca me dijiste que ibas a entrar en algo como eso —Maximiliano la observa con fijeza. Sus ojos también están a punto de quebrarse—. ¿Cómo pudiste no hacerlo? —Max… —Claro que tuve que ser yo la persona a tu lado —suelta, desdichado—. No me dejaste serlo. Maya se oculta parte de su rostro y asiente, ya no puede más con todo esto. —Bien, como prefieras. Es lo último que oye decir para cuando la mujer que ya se había convertido en sus sueños desaparece. —Espero que ese niño esté muy orgulloso del padre que tendrá. Maximiliano arroja la botella hacia un rincón al que no presta atención y se voltea para mirar el horizonte de Nueva York. Su mandíbula se tensa. Su dolor lo está aniquilando. Su dolor lo hunde más en el desesper
Inquiere en un hilo de voz. Y busca la forma necesaria para no hacer que esto sea verdad. Jason ni siquiera la mira. —Preferiría no saberlo, Maya. Y como un balde de agua se siente gélida en su sitio. Repleta de angustias y cerciorando que la noticia no sólo está afectándole a ella. La expresión que ahora ronda en los ojos de Jason no hace más que figurar que está del mismo modo que el suyo. Maya le toma el rostro. —Jason… —Maya, te pido no mencionar nada de esto. ¿Qué si lo sé? ¿Cómo no voy a saberlo? Si toda Nueva York sabe ya que Diana está embarazada. Pero no es motivo ahora por lo que estoy aquí contigo. Quiero olvidar que todo esto está pasando con ella, y no quiero hacer otra cosa que olvidar por completo que Diana June existe y existió en mi vida. Jason se levanta del asiento. Maya le sostiene del brazo, mientras hace que la mire únicamente a ella. —Espera Jason —ruega Maya una vez que hace entender nada más que la sensación por la que ahora está aquí es por lo m
Pero fue interrumpida por la bocina de su teléfono. Jason lo cogió de una vez y contestó. Sin embargo, Maya no pudo facilitarse para sí misma ninguna respuesta a ésta conmoción, que le hizo nada más que hacerse ensimismada a este gesto. Miró su vaso ahora lleno otra vez y no le quedó de otra que encogerse de hombros. No fue la manera de descifrar la actitud de Jason pero no tenía mente ahora sino en sus propias actitudes y pensamientos. Dio un sorbo para cuando observó la expresión de su amigo. —Sabes tú una cosa —Jason entonces se preparaba para tomar su chaqueta—. Que las cosas llegan cuando menos te lo esperas.—Siempre tiene que tratarse de algo bueno —Maya respondió. Al mirar sus movimientos supo que ya se marchaba—. ¿Ya te vas?—Oh, sí. Ya tengo que irme. Mi primo tuvo que quedarse en la universidad, y apenas a esta hora terminó lo que hay que hacer. Puedo llevarte…—No, no —contestó rápidamente Maya—. Yo me quedaré un rato más aquí. Descuida —Maya se levantó también de su as
Maximiliano se oye una vez más.—No pretendo nada. Sólo quiero saber, ¿qué haces aquí, sola y a esta hora? Maya se ríe, consternada.—¿En qué te puede afectar eso a ti? —tira con enojo—. ¿Es a lo que viniste? ¿Es en serio?Maximiliano suspira.—Vi salir a uno de tus amigos —comenta Maximiliano. Al instante Maya lo observa—. ¿Por qué has decidido quedarte aquí sola?—Te vuelvo a preguntar, ¿En qué te incumbe eso a ti? —toma la botella y se sirve, no dispuesta a siquiera mirarlo y obtener su mirada que no puede controlar y ni siquiera mantiene la tenacidad de la que siempre es presa cada vez que lo observa—. ¿O el señor Maximiliano a este punto se pone celoso de que un amigo mío salga conmigo a beber? —Y lanza un trago hacia su garganta.—No digas tonterías.—¿Y qué quieres que piense?Maximiliano toma una gran bocanada de aire y empieza a sacar su billetera, dispuesto a dejar cierta cantidad de dinero.—¿Qué haces?—Estás ebria.—Maldición —suelta Maya con furia—. No estoy
Tiene que alejarse de él. No puede permitirse que la observe de esta forma.—Así que suéltame. Suéltame, no quiero saber más nade de ti, ni de ella.—Maya…—murmura Maximiliano de vuelta.Su voz la hace volver a donde siempre han querido estar. Y la monotonía de esto parece ser sólo un sueño. Un sueño en donde su único anhelo es tenerlo frente suyo y de todas las maneras posibles.—No me hagas esto —pide Maya, negando—. Vas a tener un hijo. Y yo no soy la madre de tu hijo…—Tienes que escucharme.—Maldita sea, ¿y qué tengo que escuchar? —suelta. Al instante entonces jadea—. No creíste en mí cuando más necesite de ti. Al cerrar los ojos y al abrirlos estas junto a ella otra vez. Max, esto no es justo. Me estás haciendo daño.—No quiero hacerte daño —sus ojos verdes la buscan entre la soledad de la calle y apenas algunos carros navegando sobre la ciudad celestial—. Debes saber que nunca te engañé. Nunca lo hice, nunca lo haré.Maya se moja los labios, casi sonriendo. Pero es una
Maya lo escucha una vez que lo observa rodeando el auto. Ella alza el rostro.—No hay ninguna —escupe con fuerza—. No fue más que un error.Maximiliano alza una ceja.—¿O qué? —se cruza de brazos—. ¿Crees que puedes venir aquí y besarme mientras piensas en ella? No, Maximiliano. No seas un imbécil.—A la única mujer que yo he deseado con todas mis fuerzas —Maximiliano empieza a decir entre dientes. Maya alza una ceja también—, es a ti, Maya Seati —y la susodicha se queda inmóvil, observándolo desde su lugar—. Sin embargo, no quieres creerme…—Tú no me amas —Maya mueve la cabeza en señal de negación. Y se descruza de brazos, rendida—. Creíste que lo hacías y yo pensé que si era así.—No puedes pensar así ahora, Maya. —¡No te atreves a decir otra palabras más! —ruge, señalándolo con el dedo—. ¡Qué se me caiga toda la entera boca por haberte besado! ¡Que me caiga el mundo por ser una tonta!Y jadea, con la mirada borrosa. La sensación del alcohol y los mil y un pensamientos qu
Las manos de Maya se van a su teléfono y se quita el gorro que tiene puesto, tirándolo dentro de su pequeña cartera. Da unos pasos más hacia adelante y no pretender mirar a los lados ahora. su ensimismamiento está concentrado en la hora del teléfono y en las noticias de las calles que ha divisado, puede ser una posible distracción.Y esa distracción le cuesta un empuje ligero que viene a su lado.Maya se detiene para mirar la persona que apenas ha chocado y se tambalea otro poco más para alejarse y ceñir el cuerpo lo más lejos posible para objetar a su mirada y no creer que está mirando a estos mismos ojos que apenas horas atrás le dedicaban cálidas ojeadas. Tiene que dejar escapar un bufido que suena en realidad a una queja divertida y se pone las manos en el pecho.—¡Mierda! —expresa con fuerza. Después señala un dedo su presencia—. ¡Otra vez tú!—¡Maya! —es la respuesta que recibe y es más clara de lo que espera porque parece su expresión a cambiar a una de sorpresa—. ¿Qué…