Y Giovanna sale sonriendo después de un momento. No pasaron varios momentos cuando es su madre la primera en recibirla en sus brazos. Stephanie la trata con cuidado y Robert junto a su lado también la recibe. Todos sus familiares se ponen alegres justamente al verlos. Trata de buscar la mirada de Maximiliano pero solo siente un gran abismo infernal. —¿Por qué no vienes con nosotros? Rápidamente niega. —No te preocupes, pequeña. Yo te visitaré pronto. —Y necesito regresar al Livende, y a todos esos lugares. Incluso a la universidad, ¿sabes? Y sin embargo, todo pasó tan lento. Así que dentro de poco Giovanna se despide y se marcha con su familia. Maya se despide de todos menos de Maximiliano, hace mucho que también se fue. Se hace la idea de que él no quiere ni verla. Bien, ella no irá detrás suyo con la intención de ver sus desprecios. Pero no puede dejar que piense así de ella. Es una sorpresa que Elizabeth encuentre a su hija en donde está quedándose, trayendo
Maya ruge con fuerza. Al terminar por decir cierra los ojos, y suspira. Bien, no es el momento de estar aún enojada y más ensimismada en todo esto. Parece que ahora la mención de Diana busca hacerla fruncir el ceño. Y aunque ella también fue un factor cable en la relación con Maximiliano, no quiere ni pensar como Jason puede estar pensando ahora en la presencia de su exjefe.—¿Por qué lo dices? —inquiere Jason.—Escucha —Maya lo señala—. Quiero que sepas que lo único que deseo es que consigas a una mujer que realmente te quiera. Y si dudas ahora, es por algo, Jason. Pero tú mismo tienes que saber en qué te estás involucrando y con quién, ¿de acuerdo? Sólo eso puedo decirte.Maya lo atrae hacia sí, y lo infunde en un abrazo. Pone su mentón justo en su hombro.—Debes entender que hay muchas cosas por la que debemos pasar para cerciorar si una persona es para nosotros. No quiero que nunca sufras, Jason.Y le deja un beso en su mejilla. Hablar sobre aquello también tiene peso sobre
No sabe ahora como obtiene las fuerzas necesarias para retroceder. Las piernas flaquean y el intento de obtener la tranquilidad, sencillamente, se va al borde. Da otro paso hacia atrás y su cuerpo choca ante algún objeto que se pasa por alto, que no da nombre. Un tumulto de sensaciones intrínsecas viajan por todo el alrededor de una alrededor que se vuelve asfixiante. No es comparado con el arresto incapaz de contener porque se cae a la silla y ahí queda mirando a la nada. Como si lo demás desaparece, en realidad, tirando entonces el poco sosiego sentido por milésimas de segundo. Cerca suyo ya no oye sino un timbre en el oído, como si los sonidos perecen a su alrededor y el único existiendo en ese instante es algo intachable y vasto de controlar. Es punzante ahora, cuando el pecho se encoge y no hace más que estar callada, impávida, con el mismo latido escucharse ser un eco a la lejanía. Impidiendo, de una vez por todas, que la tranquilidad la inunde.—¿Maya?La voz de Jenny a
—Tranquila, Maya —ruega Jenny, abrazándola aún más—. Esto debe ser mentira. Esto no puede ser real… —¿Cómo no va a hacer real? —y Maya se separa. Mueve la cabeza, entre sus delirios que no dejan de verse ante su rostro, destruido y envuelto en lagrimas—. ¡Si ella es a quien él ama! ¡Si es ella a quien siempre tuvo en mente! ¡Y yo fui una tonta en creer que podía amarme también! ¿Pero sabes que es lo peor de esto? —Maya intensifica el manifiesto de sus manos moviéndola, como si contara en realidad un chiste, mientras sus lágrimas siguen botándose y su propia falta de aire y tristeza le hacen botar el equilibrio de la falsedad—. Que me duele —y suelta, señalándose a si misma. Jenny se queda en silencio, mirándola con tristeza—. Me duele, Jenny —gime, cerrando los ojos, derrotada—. Me duele mucho porque es como si yo hubiese quedado como la mala de esta historia —no entiende que sus mismas palabras le hacen aún más daño—. Me duele porque prefirió a otra mujer cuando yo estaba decidida
Los sonidos de la lluvia afuera de aquel día no es más que austera y fuera de todo lo conocido. Como si supiera de sus mismas desdichas, y aun así, entendiendo que la infelicidad, que es intrínseca, entra justo hacia toda su desdicha. Nueva York amaneció con nubes oscuras y grisáceas. El tiempo ni siquiera puede darle tranquilidad. Las gotas recorren la persiana que observa con lentitud, con nada más que imperturbabilidad y la gota nada más que resbala el peso de una carga que también le inunda todo el pecho. La atribulación inmiscuye nada más que sus propios pensamientos. Las cosas no están saliendo de la manera deseada. Para el colmo, todo lo sucedido es más que austero. Es domingo por la mañana. El aplomo divaga todo su rostro. Mantiene los brazos cruzados y en busca de la manera de mantenerse cuerdo para cuando el momento de divisar a toda su familia llegue. La lluvia no deja el momento. Y ya para el instante que decide suspirar, volteando el cuello, se aleja del ventanal.Toma s
Lo último que mira Maximiliano es como a Diana se le salen un par de lágrimas. No puede hacer otra cosa que mirar hacia el suelo, y rendido ante todo lo que le ha dicho, lo que le ha confesado hace apenas unos minutos. Por un instante había creído que si hubiese sido posible todo lo que alguna vez creyó verdad y real. Pero ahora, esa realidad está tan lejos de hacerse una utopía. Maximiliano se toca la frente y suspira.—Es lo único que quería saber —su voz suena muy cabizbaja, pero no quiere mirarla. Ella también está sufriendo por todo esto.—Nunca quise que esto pasara, Max. En serio debes creerme —ella ataja sus palabras con rapidez y mantiene cuerda la posibilidad de conseguir nada más que su mirada—. Sé que no quieres verme. Y lo entiendo. Pero no puedes odiarme toda la vida. —Diana, yo —suspira Maximiliano, como si estuviese cansado de todo esto—, yo no te odio. ¿Cómo puedo odiarte?Diana se cruza de brazos, volteando la mirada.—Ya lo sabes, ¿No es así? Conoces la rea
—¿Qué vas a hacer si ese niño es mío?Maximiliano baja un escalón. Todo mareo se esfuma de repente y sólo queda aquella imagen envuelta de rencor, de acidez, de distancia. Pero no puede ser frágil al observar esos ojos ambarinos que lo hacen subir a cualquier cielo que exista. Una mirada que lo puede colocar de rodillas si así es lo que ella quisiera. Pero sus palabras y su emoción actual la hacen obtener una mirada saturada de tristeza. —¿Cuál es el problema? Continua diciendo. Y define la marca de refulgencia enaltecerse bajos las cuencas de sus ojos ámbar. La manera en la que responde a lo agrio de sus palabras es peor de lo que imagina. —Sólo quiero saberlo…—¿Por qué? —enfatiza Maximiliano, con la dureza de sus ojos aún más en contra suyo.—¿Y por qué no lo sueltas ahora? —pronuncia entre dientes también ella devuelta. Su mirada no consigue valerse ahora de tristeza sino de impotencia. Ruge toda su voz para cuando la manera en la que llega su ira lo desencadena todo—
No trajo nada más que el periódico y su tristeza. Y retrocediendo entonces toma su bufanda. —No puedes creer que te abandoné. —Lo hiciste —Maya termina por ponerse la bufanda y tomar el último aliento—. Lo hiciste y no lo quieres asumir. —Nunca me dijiste que ibas a entrar en algo como eso —Maximiliano la observa con fijeza. Sus ojos también están a punto de quebrarse—. ¿Cómo pudiste no hacerlo? —Max… —Claro que tuve que ser yo la persona a tu lado —suelta, desdichado—. No me dejaste serlo. Maya se oculta parte de su rostro y asiente, ya no puede más con todo esto. —Bien, como prefieras. Es lo último que oye decir para cuando la mujer que ya se había convertido en sus sueños desaparece. —Espero que ese niño esté muy orgulloso del padre que tendrá. Maximiliano arroja la botella hacia un rincón al que no presta atención y se voltea para mirar el horizonte de Nueva York. Su mandíbula se tensa. Su dolor lo está aniquilando. Su dolor lo hunde más en el desesper