—Tranquila, Maya —ruega Jenny, abrazándola aún más—. Esto debe ser mentira. Esto no puede ser real… —¿Cómo no va a hacer real? —y Maya se separa. Mueve la cabeza, entre sus delirios que no dejan de verse ante su rostro, destruido y envuelto en lagrimas—. ¡Si ella es a quien él ama! ¡Si es ella a quien siempre tuvo en mente! ¡Y yo fui una tonta en creer que podía amarme también! ¿Pero sabes que es lo peor de esto? —Maya intensifica el manifiesto de sus manos moviéndola, como si contara en realidad un chiste, mientras sus lágrimas siguen botándose y su propia falta de aire y tristeza le hacen botar el equilibrio de la falsedad—. Que me duele —y suelta, señalándose a si misma. Jenny se queda en silencio, mirándola con tristeza—. Me duele, Jenny —gime, cerrando los ojos, derrotada—. Me duele mucho porque es como si yo hubiese quedado como la mala de esta historia —no entiende que sus mismas palabras le hacen aún más daño—. Me duele porque prefirió a otra mujer cuando yo estaba decidida
Los sonidos de la lluvia afuera de aquel día no es más que austera y fuera de todo lo conocido. Como si supiera de sus mismas desdichas, y aun así, entendiendo que la infelicidad, que es intrínseca, entra justo hacia toda su desdicha. Nueva York amaneció con nubes oscuras y grisáceas. El tiempo ni siquiera puede darle tranquilidad. Las gotas recorren la persiana que observa con lentitud, con nada más que imperturbabilidad y la gota nada más que resbala el peso de una carga que también le inunda todo el pecho. La atribulación inmiscuye nada más que sus propios pensamientos. Las cosas no están saliendo de la manera deseada. Para el colmo, todo lo sucedido es más que austero. Es domingo por la mañana. El aplomo divaga todo su rostro. Mantiene los brazos cruzados y en busca de la manera de mantenerse cuerdo para cuando el momento de divisar a toda su familia llegue. La lluvia no deja el momento. Y ya para el instante que decide suspirar, volteando el cuello, se aleja del ventanal.Toma s
Lo último que mira Maximiliano es como a Diana se le salen un par de lágrimas. No puede hacer otra cosa que mirar hacia el suelo, y rendido ante todo lo que le ha dicho, lo que le ha confesado hace apenas unos minutos. Por un instante había creído que si hubiese sido posible todo lo que alguna vez creyó verdad y real. Pero ahora, esa realidad está tan lejos de hacerse una utopía. Maximiliano se toca la frente y suspira.—Es lo único que quería saber —su voz suena muy cabizbaja, pero no quiere mirarla. Ella también está sufriendo por todo esto.—Nunca quise que esto pasara, Max. En serio debes creerme —ella ataja sus palabras con rapidez y mantiene cuerda la posibilidad de conseguir nada más que su mirada—. Sé que no quieres verme. Y lo entiendo. Pero no puedes odiarme toda la vida. —Diana, yo —suspira Maximiliano, como si estuviese cansado de todo esto—, yo no te odio. ¿Cómo puedo odiarte?Diana se cruza de brazos, volteando la mirada.—Ya lo sabes, ¿No es así? Conoces la rea
—¿Qué vas a hacer si ese niño es mío?Maximiliano baja un escalón. Todo mareo se esfuma de repente y sólo queda aquella imagen envuelta de rencor, de acidez, de distancia. Pero no puede ser frágil al observar esos ojos ambarinos que lo hacen subir a cualquier cielo que exista. Una mirada que lo puede colocar de rodillas si así es lo que ella quisiera. Pero sus palabras y su emoción actual la hacen obtener una mirada saturada de tristeza. —¿Cuál es el problema? Continua diciendo. Y define la marca de refulgencia enaltecerse bajos las cuencas de sus ojos ámbar. La manera en la que responde a lo agrio de sus palabras es peor de lo que imagina. —Sólo quiero saberlo…—¿Por qué? —enfatiza Maximiliano, con la dureza de sus ojos aún más en contra suyo.—¿Y por qué no lo sueltas ahora? —pronuncia entre dientes también ella devuelta. Su mirada no consigue valerse ahora de tristeza sino de impotencia. Ruge toda su voz para cuando la manera en la que llega su ira lo desencadena todo—
No trajo nada más que el periódico y su tristeza. Y retrocediendo entonces toma su bufanda. —No puedes creer que te abandoné. —Lo hiciste —Maya termina por ponerse la bufanda y tomar el último aliento—. Lo hiciste y no lo quieres asumir. —Nunca me dijiste que ibas a entrar en algo como eso —Maximiliano la observa con fijeza. Sus ojos también están a punto de quebrarse—. ¿Cómo pudiste no hacerlo? —Max… —Claro que tuve que ser yo la persona a tu lado —suelta, desdichado—. No me dejaste serlo. Maya se oculta parte de su rostro y asiente, ya no puede más con todo esto. —Bien, como prefieras. Es lo último que oye decir para cuando la mujer que ya se había convertido en sus sueños desaparece. —Espero que ese niño esté muy orgulloso del padre que tendrá. Maximiliano arroja la botella hacia un rincón al que no presta atención y se voltea para mirar el horizonte de Nueva York. Su mandíbula se tensa. Su dolor lo está aniquilando. Su dolor lo hunde más en el desesper
Inquiere en un hilo de voz. Y busca la forma necesaria para no hacer que esto sea verdad. Jason ni siquiera la mira. —Preferiría no saberlo, Maya. Y como un balde de agua se siente gélida en su sitio. Repleta de angustias y cerciorando que la noticia no sólo está afectándole a ella. La expresión que ahora ronda en los ojos de Jason no hace más que figurar que está del mismo modo que el suyo. Maya le toma el rostro. —Jason… —Maya, te pido no mencionar nada de esto. ¿Qué si lo sé? ¿Cómo no voy a saberlo? Si toda Nueva York sabe ya que Diana está embarazada. Pero no es motivo ahora por lo que estoy aquí contigo. Quiero olvidar que todo esto está pasando con ella, y no quiero hacer otra cosa que olvidar por completo que Diana June existe y existió en mi vida. Jason se levanta del asiento. Maya le sostiene del brazo, mientras hace que la mire únicamente a ella. —Espera Jason —ruega Maya una vez que hace entender nada más que la sensación por la que ahora está aquí es por lo m
Pero fue interrumpida por la bocina de su teléfono. Jason lo cogió de una vez y contestó. Sin embargo, Maya no pudo facilitarse para sí misma ninguna respuesta a ésta conmoción, que le hizo nada más que hacerse ensimismada a este gesto. Miró su vaso ahora lleno otra vez y no le quedó de otra que encogerse de hombros. No fue la manera de descifrar la actitud de Jason pero no tenía mente ahora sino en sus propias actitudes y pensamientos. Dio un sorbo para cuando observó la expresión de su amigo. —Sabes tú una cosa —Jason entonces se preparaba para tomar su chaqueta—. Que las cosas llegan cuando menos te lo esperas.—Siempre tiene que tratarse de algo bueno —Maya respondió. Al mirar sus movimientos supo que ya se marchaba—. ¿Ya te vas?—Oh, sí. Ya tengo que irme. Mi primo tuvo que quedarse en la universidad, y apenas a esta hora terminó lo que hay que hacer. Puedo llevarte…—No, no —contestó rápidamente Maya—. Yo me quedaré un rato más aquí. Descuida —Maya se levantó también de su as
Maximiliano se oye una vez más.—No pretendo nada. Sólo quiero saber, ¿qué haces aquí, sola y a esta hora? Maya se ríe, consternada.—¿En qué te puede afectar eso a ti? —tira con enojo—. ¿Es a lo que viniste? ¿Es en serio?Maximiliano suspira.—Vi salir a uno de tus amigos —comenta Maximiliano. Al instante Maya lo observa—. ¿Por qué has decidido quedarte aquí sola?—Te vuelvo a preguntar, ¿En qué te incumbe eso a ti? —toma la botella y se sirve, no dispuesta a siquiera mirarlo y obtener su mirada que no puede controlar y ni siquiera mantiene la tenacidad de la que siempre es presa cada vez que lo observa—. ¿O el señor Maximiliano a este punto se pone celoso de que un amigo mío salga conmigo a beber? —Y lanza un trago hacia su garganta.—No digas tonterías.—¿Y qué quieres que piense?Maximiliano toma una gran bocanada de aire y empieza a sacar su billetera, dispuesto a dejar cierta cantidad de dinero.—¿Qué haces?—Estás ebria.—Maldición —suelta Maya con furia—. No estoy