Maya trata de abrir la boca y sólo maneja un saco de nervios por lo que sucede. Al tener devuelta a Sean en su mirada, éste no hace más que sentirse también con gesto impresionado. Ella le sonríe.—No te preocupes, está bien. —¿En serio? Yo no sé si tú… —Hoy, Sean, es el día en que menos quiero pensar las cosas. Además, eres mi amigo. Despreocúpate ahoraSean inclina su cabeza. Envuelta en su propio mohín encantado se prepara para hablar.Ella abre la puerta y cuando ya nada más quedaba por decir, los tres entonces se dirigen por el centro de Nueva York hacia la pequeña ItaliaEn busca de mantener los pensamientos a como ya las organiza, observa como Chris y Sean empiezan a llevarse bien. No cree que Chris sepa que los dos estuvieron involucrados románticamente hace mucho, pero es mejor que las cosas continúen de este modo. La charla es amena porque ella también se inmiscuye en su conversación, haciéndolos reír. Observa el alrededor, los rascacielos de Nueva York empezando a
—¿En dónde está Phoenix?Le pregunta a Jenny en cuanto ya se acerca a la puerta—¿Quién sabe…?—se ríe Jenny, observándola por el hombro. Nota a Chris voltearse y posar su mirada en Jenny, que le guiña el ojo.—Supongo que haciendo travesuras —dice Chris. —Nada de eso —y Jenny le responde. Cuando está justo enfrente de su puerta, Jenny señala la entrada—. Maya, quieres abrirnos. Te toca a ti.—¿Y por qué? Acabas de decirme que tienes mis llaves —y Maya se ríe, mientras ya son las suyas quienes hacen el sonido en su abrigo. —Pero es tu casa, no la mía —Jenny se acerca hacia Chris y es su turno de guiñar el ojo. Y ya dentro de poco, Maya abre su apartamento. Son sólo momentos después que pasan muy rápido para cerciorar de lo que sucede ahora, y enciende la luz.La impresión atiborra todo su cuerpo.—¡Sorpresa!Oye decir al instante. Deja caer su cartera, tapándose la boca. Los sollozos vuelven aparecer. De una manera que no comprende y ni puede pasar ni siquiera por
Mauricio Seati extiende sus cejas hacia arriba, y se propone a sonreír con suavidad. —No, corazón. Todo está bien —su sonrisa se muestra. Radiante. Tuvo mucho tiempo corriendo de sus amigos y amigas por tener a un padre, según todos ellos, tan atractivo. La había tenido a la misma edad que tiene ahora, y no sintiendo que ronda cerca de los sesenta, Mauricio Seati sigue encantando con su sonrisa y sus ojos azules y pelo negro. Maya lo abraza. Su padre siempre la ha consentido, y viéndolo aquí ahora se siente segura. Suspira—. Hace tiempo que te esperaba. ¿Por qué no has ido? —Todo esto del proyecto me tuvo tan ensimismada, papá. Ya es hora de tomarme un descanso, y en California sería mejor. Cuando regresen me iré con ustedes. Supongo que la casa de California cerca de la playa aún la visitan, ¿No? Mauricio Seati desvía la mirada. Al parecer ha tenido reacción las palabras de Maya en él, y bebé un poco de su vaso. —Papá —menciona Maya, confundida—. ¿Pasa algo? Dime, ¿Sucede alg
No hace mucha falta para que Maya describa lo que siente después de cerrar la puerta. Apenas mantiene de buena forma lo que le ha dicho Sean, porque mencionó a su hermano menor, Tommy. Lo recuerda bastante porque Tommy nunca creció con sus padres. Quien lo crió fue su hermano, Sean, y se hizo cargo de él una vez que cumplió la mayoría de edad. Sus padres murieron por un accidente automovilístico, Sean salió ileso pero Tommy quedó indispuesto. Con apenas doce años de edad tuvo la desgracia de quedar sin movimientos automotores. Y Sean, volviendo ya a los diecinueve años una estrella en el campo de beisbol, hizo todo lo posible por no dejar a su hermano menor solo. Cuando lo conoció, apenas Sean hablaba del pasado y de sus padres, y cuando le tocó el turno de conocer a Tommy, tuvo desde el primer instante una conexión. Y de la misma forma le tomó mucho apreció a ese joven. Aunque la separación con Sean no afectó nunca el vínculo con Tommy, Sean se fue de Nueva York y se lo llevó. Así que
Mauricio corre directo hacia su hija. Al igual que su madre que obtiene en su mirada aquella que es de alteración.—¡Maya! ¡Cariño! ¿Qué ha pasado? —su padre empieza arrodillarse con cuidado al mismo tiempo que su hija se arrodilla para empezar a buscar los trozos con cuidados—. No, no. Deja eso, Maya. Puedes lastimarte. —No es nada, papá. Estoy bien —trata de decir en cuanto su madre le busca la mano con cuidado, quitándoles los vidrios—. Mamá, descuida. Me distraje y fui una tonta.—No, basta. Está bien nena —Elizabeth consigue sonreírle, y la alza en cuanto es su padre quien termina por recoger todo. Maya cierra y abre los ojos, nada más que enojada consigo misma por un acto que le ha costado algunos trozos pequeños en las manos—. Vamos, cariño. Deja que tu papá termine de hacerlo. Mira que te han caído algunos trozos en la mano.Y va directo hacia la sala otra vez y Jenny se levanta, tomando sus manos con la intención de ponerse en alerta por lo que pasa.—Ya, no es nada. Só
Jenny es quien lanza la primera punta y es merecedora de una mirada rigurosa por parte suya. Se toma de sus piernas, poniéndolas cerca de su pecho, y espera que su amiga tenga la decencia de llegar a ella y sentarse a su lado. Un poco más cerca la una con la otra, no sabe qué mencionar porque la mirada de Jenny es tan suave que lo único anhelado en ese instante es más que suficiente para hacerla entrar en aquel profundo y desdichado lugar. Apenas el de la mañana. Sus ojos perforando todo su cuerpo. La manera en que empleó sus palabras contra las suya y en un estado dolido y falseado. No quiere pensar en eso. Maya no es tan fuerte como para pensar y que sus ojos no se enjuague por aquello. Alza la mirada para esfumar todas esas emociones.—Sí, Jenny —responde. No puede seguir ocultándolo—. Mi propio jefe.—Dime una cosa —dice su amiga, lista para oír aquello que tanto esperó—. ¿Es Maximiliano D'Angelo el hombre con el que salías?Maya aprieta las manos. Y asiente.Jenny se tapa la
Maya entonces pestañea, ciertamente confundida. Esto no se lo esperaba.—¿A qué te refieres con que era muy obvio?Jenny trata de morderse el labio, y finalmente se aleja de su amiga. No sabe qué otra cosa decir y al obtener la mirada llena de confusión de Maya, se cruza de brazos.—Realmente no sé si era algo real o inusual pero yo misma me daba cuenta de cómo te miraba —sin embargo, Jenny lo dice con la mayor de las sonrisas—. Tal vez tú no, pero no se podía pasar por alto la manera en la que él te miraba. ¿Acaso tú nunca…?Maya da otra calada al cigarro. No obstante, lo que la misma Diana le había confesado, lo que Maximiliano también le hizo saber. No puede dar las palabras de Jenny, pero es similar a lo que dice todo el mundo. ¿Era obvia toda esta situación? —Oh, Jenny —es lo que menciona Maya, consiguiendo que la misma mente se le vuelva recia y presa de lo que siente. No hace más que ponerse cabizbaja por lo todo aquello—. No hace falta que lo digas…porque…No sabe si es
—Esta es una gran noticia, Maya —es lo que confiesa la señora Miranda—. Qué feliz es escuchar eso. De verdad que te felicito. Mi hijo seguro lo entendió y no dudo que se haya puesto feliz. Se paraliza. La sola mención de Maximiliano le remueve el estómago. No puede hacerle saber lo que ha ocurrido entre ella y su hijo. Y trata de separarse, sonriendo.—No sabe cuan agradecida estoy. Muchas gracias.—¡Y Giovanna! —la señora Miranda exclama—. Giovanna, Maya. Ella está queriendo verte a cada momento. ¿Por qué no me acompañas al hospital? Justo voy para allá.—¿Al hospital?—Sí, vamos, ven conmigo —y la señora Miranda hace que se suba al coche. Maya se siente incapaz de sentir que puede dar otro paso más.—Giovanna, ¿ella cómo sigue?—Oh, ya está mejor que nunca. Despertó, Maya. Y estaré feliz que vayas con ella. Es más, Giovanna estará feliz de tenerlos a los dos juntos.Maya se voltea a verla de inmediato.—¿El señor…Maximiliano está en el hospital?Y la señora Miranda le s