Es despertar y saber que he pescado un bicho. Como puedo me levanto, estrujo mis ojos, me duelen, así como todo el cuerpo. Las náuseas me hacen salir corriendo al baño.
Joder…
Después de sentir que mi vida se iba por el retrete me aseo para bajar al desayuno. Espero que el día de hoy no sea tan ajetreado como el de ayer, o definitivamente no le aguantaré el ritmo a mi jefe.
Mi reflejo en el espejo da pena, esas ojeras no desamparan mi cara, me aplico un poco de corrector. Sé que apenas volver a la ciudad, debo ir al médico. Ya no puedo seguir ignorando los síntomas de mi cuerpo.
Solo deseo que… sea algo viral y no tenga mayor complejidad.
«Eso te pasa por no ir al médico desde el primer momento en que te sentiste así» dice esa voz molesta en mi cabeza.
Una vez estoy lista, bajo. Mi jefe no me ha escrito de seguro ha de estar durmiendo. Debido a unas negociaciones que está haciendo con los Reyes, nos encontramos en su rancho.
Nos invitaron a conocer el proceso del cultivo de las uvas y la elaboración de los vinos que distribuyen a la corporación de los Gallardos (mis jefes).
Pensé que no iba a aceptar, no cuando tenemos un montón de problemas en la oficina por unos inversionistas que resultaron ser unos estafadores, pero a Sebastián Gallardo le pareció buena idea irse al campo por unos días. Tomar unas merecidas vacaciones en medio de tanto caos y llevarse a su asistente con él.
No quiero ni imaginar como siguen las cosas en la corporación.
—Señorita, buenos días. —pego un respingo, estaba tan concentrada en mis pensamientos que no me percaté que llegué al área del comedor. Saludo a la señora que me presentaron ayer como la encargada de la casa.
Me indica que en unos minutos no tardan de poner la mesa, sus señores ya están por bajar, así como lo ha de estar mi jefe. Me pregunta si deseo algo en específico para el desayuno, me quedo pensando en… un jamón serrano delicioso… soy adicta a el cuando de tomar la primera comida del día se trata.
Le indico lo que deseo, cambiando a último momento el cuenco de fresas por uno de uvas. La señora asiente y va en dirección a la cocina, de donde vienen varias trabajadoras a poner la mesa.
Camino hasta uno de los grandes ventanales de la casa. Toda la vista de este rancho es… impresionante. Desde el camino de tierra de la entrada hasta el confort de las almohadas.
—Señorita Pedroza, buenos días —me saluda el socio de mi jefe, quien viene acompañado por su esposa.
Les doy una sonrisa.
El olor del perfume de Sebastián Gallardo inunda mis fosas nasales, muerdo mi lengua para no morder mis labios y delatarme frente a ninguno de los presentes. Giro mi cabeza encontrándome con la imponente figura de mi jefe.
—Ileana.
—Señor Gallardo —lo saludo profesional.
Él rueda los ojos.
En ese momento la encargada de la casa nos indica que podemos pasar a la mesa. Al llegar mi boca se hace agua con todo lo que hay en ella, pero algo en específico llama mi atención, y sí, es el jodido jamón.
Tomamos asiento y comenzamos a desayunar, hablan de cosas que para mí pasan a segundo plano, pero que debo estar atenta porque por algo soy la asistente del Ceo de Corporaciones Gallardo.
Casi sufro un orgasmo al llevarme a la boca el jamón, mi jefe me frunce el ceño. Seguro ha de pensar que estoy loca y estoy avergonzándolo frente a estar personas, pero… puff, no me importa, todo sea por mi jamón.
Llevo a mis labios una de las uvas, su olor me hace arrugar el entrecejo y la boca. Las he comido antes, incluso las comí ayer, pero hoy…
—¿Se siente mal señorita Pedroza? —me pregunta la esposa del señor Reyes.
Intento responder, pero viene la arcada. Llevo mi mano a la boca y salgo corriendo en dirección a donde sé que está el baño. No tardo en caer de rodillas.
Siento el deja vu de esta mañana, en la misma posición, sintiendo que boto todo por la boca. La presencia de mi jefe invade del baño, noto como arrodilla a mi lado, toma mi cabello en una mano, para que no me estorbe y se me llene de vómito.
—Ileana, ¿estás bien? —su voz se escucha preocupada, su olor masculino obnubila mis sentidos y poco a poco las náuseas se van—. Estás pálida —la mano que tiene mis cabellos, forma una especie de cebolla mientras sopla en mi cuello—. ¿ya pasó hermosa?
Ruedo los ojos.
Me inclino un poco hacia atrás, quedando recostada en su fuerte pecho.
—Ileana, háblame si no quieres que salgamos de aquí directamente a un hospital. —pide.
Una sonrisa tonta se dibuja en mis labios.
—No sabía que se preocupase tanto por mí, señor —bromeo a pesar de que me siento de la patada.
—Ileana…
—Puff… que gruñón eres —le hago saber—. Esto no es de lejos la relación de jefe y empleada que deseas mostrar ante tu socio.
—Tu salud siempre será más importante que una apariencia ante mis socios —mi pecho se calienta, sus ojos grises lucen preocupados, pero las palabras que añade a continuación, envían un latigazo a mi corazón—. La salud de mis trabajadores, siempre serán una prioridad, porque no en vano hacemos caridad en el sector Salud.
Eso somos para la familia Gallardo, caridad.
Me recompongo como puedo, sin su ayuda. Me veo en el espejo, tengo mal semblante. Lavo mis dientes para quitar el amargo sabor a vomito, todo ante la atenta mirada de mi jefe, quien está recostado de la pared, sin perder detalle.
Regresamos a la mesa. Los señores de la casa me preguntan si ya me encuentro mejor y asiento mintiendo. Me obligo a probar bocado, alejando lo más que pueda de mí las uvas, no quiero repetir la patética escena.
Una vez recogen la mesa, el señor Reyes, manda a alistar sus caballos para seguir explorando su rancho. Estoy por negarme, pero eso no sería profesional de mi parte.
Mi jefe se mantiene a metros de mí, evaluándome, hago como que no me doy cuenta.
Las horas comienzan a pasar, a tal punto que ya me encuentro agotada, pero no lo demuestro. El señor Reyes me invita para el día siguiente participar en el pisado de uvas, le sonrío, sin atrever a negarme, solo espero mañana no devolver el estómago.
Al caer la tarde, pasamos por un río que me deja anonadada, el agua es tan cristalina, que parece mentira, parece sacada de esos culebrones mexicanos que solía ver cuando era niña.
Al llegar a la casa, me dirijo a mi habitación, necesito una ducha, lo que me da un margen de una hora antes de bajar a cenar.
—¿Ileana? — la voz de mi jefe me hace detenerme. Respiro profundo antes de enfrentarlo—. ¿pasa algo? —cuestiona con el ceño fruncida.
Pongo mi mejor cara.
—¿Qué ha de suceder señor? —alzo mis brazos para darle credibilidad a mis palabras.
Me queda viendo, esperando que diga algo, pero no lo hago. Termino la distancia que hay entre mi habitación y yo, me refugio en ella, tratando de entender las emociones que me embargan.
***
Cuando bajo, ya están todos en la mesa, pido disculpas por mi tardanza, me quedé dormida en la tina mientras escuchaba la voz angelical de mi cantante favorita.
Tomo asiento y de inmediato me viene la sensación de que algo no anda bien. Hay un olor que revuelve mi estómago, trato de identificar de que alimento proviene, pero no doy con él.
Me sirvo en el plato lo que deseo comer, tomando como primera opción el jamón serrano. De tanto comerlo, ya me está saliendo tripita.
Escucho la conversación que gira en torno al sector vinícola.
La arcada viene a mí, cuando me da el olor de la carne. Tomo agua, trato de calmarme, pero se intensifica cuando a mi lado mi jefe mueve el cubierto con carne en mi dirección, preguntándome algo que… ni llegué a escuchar.
Mis piernas toman vida propia y corren hasta el baño, repitiendo la escena de la mañana.
En esta ocasión no es Sebastián Gallardo quien me ayuda con mi cabello, si no es la encargada de la casa —a quien me topé en mi carrera al baño— quien me ayuda a sostener mi cabello.
Su mano se sitúa en el centro de mi espalda, dando leves masajes mientras las arcadas pasan.
—Mi niña, ¿no estarás embarazada? —apenas la pregunta sale de la boca de la encargada de la casa, siento que estoy suspendida en el tiempo
No.
Eso no es posible.
El mes pasado vi mi periodo, el anterior también, y el anterior a ese. Es más… no tengo relaciones desde… desde…
Joder.
No, no puede ser.
No veo, mi vista se vuelve borrosa, escucho gritos a mi alrededor, el olor de mi jefe y unos fuertes brazos tomarme antes de caer desmayada.
SEBASTIAN GALLARDO El rostro pálido de Ileana no me da buena espina. Algo está pasándole, algo está alterándola. Lo he notado estos últimos días, por eso mi decisión de traerla al campo, pero ella no pareció notarlo hasta esta mañana que salió corriendo como alma que lleva el diablo en dirección al baño, y ahora acaba de hacer los mismo.—¿Qué te sucede hermosa? —cuestiona con ella en mis brazos inconsciente.Mi socio llega con su mujer hasta nosotros, le dan una mirada a la encargada de la casa, ni siquiera reparé en ella cuando noté que el cuerpo de mi asistente estaba por colapsar.La señora Reyes, le indica que vaya por agua y alcohol.—Gallardo, ¿la señorita Pedraza se encuentra enferma? —veo preocupación en ambas caras y no es para menos, la palidez de Ileana me enferma—. Ya mismo, mando a preparar la camioneta para que nos lleven al hospital más cercano.Ileana… Ileana… Ileana…Despierta hermosa.La encargada regresa con lo pedido por su patrona, me entrega el alcohol con el a
SEBASTIAN GALLARDO.Fui claro al momento de hacerle saber mi inquietud al médico que nos recibió. Esperé alrededor de cuarenta minutos para poder verla, para poder confirmar las teorías que en mi cabeza se están formando. El hecho que la enfermera me pida que la acompañe a cierta área me indica que no están equivocados la dirección en la que van mis pensamientos.Pero necesito la confirmación por parte de ella. Que salga de sus jodidos labios.«No sabes si es tuyo» deshecho ese pensamiento.La enfermera abre la puerta, la veo recostada en la cama con la mirada fija en la pared, su rostro tiene un poco más de color, su cabello rojizo cae en cascada por sus hombros, produciendo que mi pecho se caliente.Es una vista…Es una vista digna de ver, pero no en las circunstancias que nos encontramos.Ella desvía la mirada de la pared y me nota.—Ileana —la llamo, preocupado.Sus ojos son una tormenta. Hay tantas emociones en ellos.—Señor Gallardo.Trago.Cada que me dice señor es un golpe a m
ILEANA PEDROZA.Después de que Sebastián sale de la habitación, me quedo viendo a la nada… Estoy cansada, siento el cuerpo estropeado. Quiero despertar y que esto sea un sueño, pero no, no lo es.Llevo mis manos a mi vientre. Tendré dos bebés. Increíble.¿Cómo no los sentí?Ya están en tiempo de moverse, ¿Y si sucede algo malo con ellos? ¿Y si la doctora no los revisó bien?Me invade los nervios, me obligo a tranquilizarme por mi presión arterial.Apenas lleguemos a Chicago lo primero que haré será concertar una cita con el ginecólogo y hacerme mil y un exámenes, porque para el tiempo que tengo es para que se notase mi pancita.Me subo la camisa y…«No lo viste por tonta, pero tus caderas están más anchas, y tu tripa está un poco más grande». Se burla esa voz en mi cabeza.Joder…¿Qué demonios que hecho estos cuatro meses que no lo noté? ¿Acaso necesito lentes? ¿Y si los puse en peligro?Suspiro profundo.Menuda mierda es esto… todo lo que se me viene encima. Mamá pegará el grito en e