Margarita miró a Daniel, quien suplicante estaba detrás de los familiares.—Señor Daniel, ¿me podría prestar usted su auto?Daniel asintió sin dudar. Margarita pidió rápidamente a sus familiares que la ayudaran a subir a su abuelo al auto, y enseguida arrancaron hacia el hospital a toda velocidad.En el camino, Daniel llamó al hospital para avisar de la emergencia y coordinar la llegada. Cuando llegaron, ya los estaban esperando médicos y enfermeras en la entrada. De inmediato, trasladaron al abuelo a una camilla y lo llevaron a urgencias.Margarita, con la mano aferrada a la de Verónica, luchaba por mantenerse de pie. Sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y desesperación. Más el tiempo parecía eterno, hasta que finalmente la puerta de urgencias se abrió. Un médico salió y se dirigió a los familiares.—El señor ya está fuera de peligro, pero encontramos un tumor en el cerebro tras hacerle una tomografía. Dado su edad, operarlo es muy riesgoso, y aquí no podemos realizar esa cirugía.
—Diego, yo me voy a la oficina.Marina, con el bolso en la mano, se acercó a Diego, que esa mañana estaba en el jardín alimentando al patito que vivía allí.—Ok —respondió Diego, girando la cabeza para dedicarle una sonrisa tranquila.Al amanecer, y fingiendo normalidad, Marina se levantó temprano y se preparó para ir a trabajar. Salió de la casa, subió al auto y partió rumbo a la oficina.Mientras tanto, Diego terminó de alimentar al patito, se levantó, se lavó las manos y fue a cambiarse. Renato ya lo esperaba afuera. Cuando vio a su jefe salir, abrió la puerta del auto para él.Diego se subió sin decir palabra, mientras Renato se acomodaba en el asiento del copiloto. El vehículo comenzó a avanzar hacia las afueras de la ciudad, recorriendo calles con edificios viejos y descuidados. Los primeros rayos del sol se filtraban por las ventanas, llenando el interior del auto con luces y sombras que parecían bailar con el movimiento.Finalmente, el auto se detuvo frente a un edificio ya cas
El día de hoy, el presidente del Grupo Cabello, Matías, y su prometida, la señorita Martina celebrarán su boda.El salón de banquetes está repleto; los invitados ya han llegado, vestidos con sus mejores galas. Entre brindis y conversaciones, el ambiente respira elegancia y lujo.Aunque Marina no pudo asistir personalmente, se aseguró de que Fernando llevara un regalo en su nombre.Fernando, impecablemente vestido con un traje perfectamente ajustado, sostenía una caja de regalo elegantemente envuelta mientras se acercaba a los recién casados.—Muchas felicidades a ambos. Les deseo una vida llena de amor y felicidad juntos. La jefa no pudo asistir debido a compromisos laborales, pero me pidió que les trajera este regalo con sus mejores deseos.Matías, con su característica sonrisa cortés, respondió:—Agradezco mucho a Marina por el detalle y a ti por venir en persona, Fernando.Justo en ese momento, Luna y Nerea hicieron su entrada al salón. Luna, al notar a Fernando, echó un vistazo ráp
Pero lo más importante ahora era la operación del abuelo.Verónica observó la expresión de su amiga y luego siguió con la mirada a Daniel mientras se alejaba. No hacía falta que Margarita dijera nada; Verónica probablemente ya intuía lo que ella estaba pensando. Sin embargo, guardó silencio. Sabía que este no era el momento para hablar de aquel asunto....Más en la casa de Mateo, la noche era un completo caos.En la sala, la abuela de Félix lloraba y gritaba sin con suelo alguno, montando un escándalo que parecía no tener fin.—¡Félix es un buen joven! ¡¿Hasta cuándo lo van a tener ahí?! ¡Por favor, no abandonen a mi nieto!Entre sollozos, la abuela golpeaba el suelo con las manos, su rostro estaba empapado en lágrimas y mocos.Sandra, que estaba de pie al lado, claramente molesta, sentía cómo la vergüenza y la frustración se le acumulaban en el pecho. Miró a su esposo Mateo, que también lucía visiblemente incómodo.Mateo estaba sentado en el sofá, con una expresión seria y cansada. F
A la mañana siguiente, Marina llegó a la empresa. Pero justo al bajarse del auto, un llanto desgarrador llamó su atención. Al mirar, vio a una anciana corriendo hacia ella con desesperación.Los guardias reaccionaron al instante, deteniéndola antes de que pudiera acercarse.—¡Por favor, te lo suplico! ¡Déjalo ir! ¡Mi nieto es joven aun! ¡Dale una oportunidad para redimirse! —gritó la anciana mientras llorando desconsolada caía de rodillas.Marina, sorprendida por la escena, se quedó inmóvil por un momento. ¿De dónde había salido esta mujer? Miró a su alrededor y vio que varios empleados y transeúntes se habían detenido a observar, con expresiones de curiosidad e incredulidad. Seguramente pensaban que Marina había hecho algo terrible.Suspiro para mantener la calma, Marina hizo un gesto a los guardias para que levantaran a la anciana, pero esta se negó rotundamente a ponerse de pie.—Levántate —dijo Marina con tono firme pero sombrío—. Podemos hablar, pero así no. ¿Quién es tu nieto?La
Dicen que a Yulia se le quemó la cara y que su familia ya no la quiere.Al verla en esa situación, la pareja decidió llevársela a su casa para que les ayudara con las tareas domésticas. Al menos, le darían algo de comida para que no se muriera de hambre.Cuando los vecinos se enteraron de esto, sintieron algo de lástima por Yulia, pero no dijeron nada más.La esposa de Aarón, Belén, salió de la casa estirándose. Al ver que Yulia no estaba frotando la ropa, molesta le dijo:—¡Feita! ¡Lava rápido! ¿Hasta cuándo vas a estar ahí fregando? ¡El sol ya se está poniendo!Yulia no se atrevió a seguir tocándose la cara. Bajó la cabeza y siguió lavando la ropa con fuerza. Ahora ya sabía leer los gestos, así que intentaba no hacer enojar a Belén.Belén se acercó al pozo, vio lo que Yulia hacía y, más molesta aún, le dijo:—¡Feita, con más fuerza! Al mediodía, te voy a enseñar a cocinar.Desde ese momento, Belén siempre la llamaba Feita. Yulia, todavía una niña, probablemente olvidaría su nombre or
—¿Marina? ¿Qué pasa? —Diego la miró preocupado, acariciándole la frente.—No pasa nada —Marina reaccionó lentamente, tratando de calmar su voz. Mientras comía, no podía dejar de pensar si su hija ya había comido lo suficiente—. ¿Ese hombre dijo algo sobre dónde está Yulia?Diego negó con la cabeza, serio.Marina, desanimada, dejó el tenedor y miró la comida sobre la mesa. Un sentimiento de impotencia la invadió.Diego vio que apenas había probado un par de bocados, pero no dijo nada, y en silencio también dejó el plato.Ambos se quedaron en silencio por un rato.Marina se recostó en el sofá, reclinando la cabeza hacia atrás, y apretó suavemente el entrecejo con los dedos.—Tampoco hay noticias de Yolanda —dijo, con la voz llena de frustración y desesperación—. No sé dónde estará Yolanda.Diego se acercó, tomándole la mano.—Victor también la está buscando —dijo, tratando de tranquilizarla un poco.Marina asintió, pero su mirada estaba perdida.—Diego, estoy tan preocupada. Yulia es tan
Diego dejó de golpear. Con calma, se quitó los guantes y los dejó sobre Hernán, luego se dio la vuelta y salió.Vaya, Nicolás sí que sabe escoger a su gente. Hernán es un hueso duro de roer....Ricardo dejó la merienda sobre la mesa.—Señora, esto es lo que el señor Diego me pidió que trajera.Marina miró la bandeja de pasteles.—Gracias.Ricardo salió de la oficina en silencio.La luz dorada del sol se colaba por la ventana y llenaba la oficina de Marina. Ella, con una mano sosteniendo la bandeja frente a la ventana, miraba el cielo azul y las nubes blancas. Con la otra mano, sacó su celular y abrió la cámara.La luz del sol atravesando el cristal hacía que los pasteles y el fondo del cielo se vieran aún más hermosos.Tomó la foto y se la envió a Diego con el mensaje: [Diego, muchas gracias].Marina mordió un pastel con calma, sonriendo levemente.El sabor dulce del pastel se esparció por su boca.En ese momento, alguien tocó suavemente la puerta.Marina dejó los pasteles y dio un so