Ailan. Durante quince minutos, trate de explicar, sobre todo a mi padre lo que había pasado, sabía que daba igual como se lo contara a mi padre, se lo iba a tomar mal. Pare él, un desgraciado, había maltratado a su princesa, y el gran Norman Miller quería sangre. Mi madre con sus artes lo calmó, y se aseguró de que yo supiera que mis padres siempre me apoyarían en todo, que el mundo me daría otra oportunidad de ser feliz, y que no me preocupara por mi padre, ella se encargaría de que no hiciera ninguna estupidez. Casi lloré de felicidad, sabía que tenía unos padres maravillosos, y que nunca me fallarían, pero en cierta forma, yo, como hija, sentía que los había decepcionado un poco, ¿o era yo la que me había decepcionado?, no lo sabía, lo que si sabía era que nunca iba cometer los mismos errores, ya no. - “Ailan, los abogados de Walter me ofrecen un trato que te interesa, no pedirán nada de manutención, ni daños, ni indemnización, si nosotros hacemos lo mismo, un divorcio limpi
Ailan. - “¿Quieres ir a celebrar a algún sitio?”- me preguntó Roy mientras nos dirigíamos a nuestros respectivos áticos. - “No hoy prefiero quedarme en casa, con el revuelo que se ha montado hoy, y la esperada llamada de mamá para… ya sabes …. leernos la cartilla…”- le dije a mi hermano, haciéndolo reír, mientras yo me reía también. La habíamos montado bien frente al palacio de justicia. - “… es mejor no forzar la máquina… o la diosa no castigará severamente…”- dije finalmente entre risas, mientras mi hermano, me seguía, aunque aún mantenía ese extraño gesto de sentirse incomodo por algo. Cuando llegué a mi ático de lujo, regalo de mi padre, tuve que correr para ver que me ponía, quedaban horas para que mi Gladiator me recogiera, pero para mí, eran pocas las horas, llamé urgente a Gred, mi estilista, al cual hacía años que no recurría, sólo en ocasiones contadas. - “¡Uhh! ¡Hasta que te apareces, ingrata!, ¿Que es ahora? ¿Cambio de look para pasar desapercibida?, ¿Qué te haga la
Finlay. -“¿Estás seguro de que quieres quedar esta noche con la diosa de la Arquitectura?”- me preguntó Oliver, continuando con las burlas, que llevaban haciéndome desde que vieron a mi diosa en el video dándole una paliza a su exmarido.-“¿No crees que es muy peligroso?, ¿Quieres llevarte a Fred y a sus hombres para protegerte?, no me gustaría verte mañana, después que tu diosa te haya dado una paliza.”- yo permanecía callado, conocía el punto débil de esos dos, y sólo esperaba el momento justos, para aniquilarlos, mientras tanto, me desestresaba en el gimnasio, levantando pesas. Esos dos hacían como si entrenaran, aunque lo único que yo los veía hacer era entretenerse a mi costa. -“Tranquilo, Connor, yo estoy contigo, lo principal es reconocerlo y no avergonzarte, seguro que hay grupos de ayuda para los hombres maltratados, por sus diosas.”- decían Sean, que no había parado de reírse desde que había visto a mis diosa dándole una patada en la cara de ese gilipollas.- Una pregunta
Ailan. - “¿Pasa algo? Se ha quedado mudo, señor Alacintye.”- le pregunté, al atractivo hombre cayado y rígido que me miraba, como si algo extraordinario, y peligroso estuviera delante de él, al mismo tiempo que me esperaba junto a un Lamborghini Sesto Elemento, el coche de ensueño de mi hermano Marcus, el que siempre había querido, pero la diosa Miller hizo uso su veto, para que se quitara la idea de la cabeza. Comenzaba a preocuparme por como ese atractivo hombre, con un traje gris ajustado a su musculoso cuerpo, y una camisa negra de seda hecha a mediada, me miraba, aunque para ser sincera, yo también tenía ciertas dificultades para coordinar mis palabras, sobre todo porque estaba hambrienta, y ese ser tan atractivo que estaba delante de mí, era totalmente comestible, un majar de para los dioses. Agradecí a mi hada madrina, Gred Watson que me hubiera puesta esta capucha tipo los Vulturis de Crepúsculo, que no dejaba ver mi cara, ni cuando yo alzaba mi cuello, porque como siempre
Finlay. - “Conoces a Oliver Duncan, por lo que veo.”- me preguntó la tentadora Helena de Troya que tenía delante, mientras no sentábamos en la mesa que había elegido Penélope, junto al gran ventanal del restaurante, donde la imagen de un espectacular Londres iluminada, destacaba como un maldito cuadro. Era fácilmente saber porque muchos hombres murieron por esa descarda griega, si Helen hubiera sido la mitad de tentadora que Ailan Caroline Miller, es comprensible que esa guerra durara cien años Antes de contestarle, y para controlarme, mire mi Rolex, mientras respiraba profundamente, no ayudaba nada que para calmarme que, desde que había visto a esa mujer, una inconveniente y dolorosa erección me hiciera contiende lo que esa mujer me hacía sentir. Necesitaba asegurarme cuantos minutos, horas o años llevaba esta ardiente tortura afectándome, y tuve que volver a mirar el reloj dos veces cuando me di cuenta de que no llevábamos ni media hora juntos, ¡y a mí que me parecía una etern
Ailan. Ni siquiera sé cómo salimos del restaurante, ni si pagamos la cena, no estaba atenta a detalles superfluos en esos momentos, estaba más preocupada en evitar tan siquiera rozar a ese hombre, o probablemente nos detendría irremediablemente por escándalo público. Sólo me faltaba eso, aparecer dos veces en un mismo día, en las noticias, después de cuatro años de pasar desapercibida. La primera vez por un divorcio y el comportamiento totalmente infantil de los mellizos Miller, y la segunda vez, por asaltar sexualmente a un multimillonario empresario escocés, y todo eso en menos de veinticuatro horas, no quiero ni pensar lo que harían mis padres, y mis hermanos, a todo esto. En el coche, noté que nos dirigíamos a una velocidad considerable rápida, hacia el hotel donde se aloja mi gladiador, justo el hotel donde yo, borracha, me confundí de suite, y acabé pervirtiendo a mi gladiador de manera descarada. Esto me llevo a querer saber porque él no me echó de la habitación en ese mo
Finlay. Desprenderme de la túnica blanca, y tentadora, que tenía mi diosa debajo, fue fácil. Anoté mentalmente que debía comprar de nuevo, para remplazar, todas las cosas que de una u otra manera eran destruidas por culpa de nuestro deseo incontrolable. Desde un principio tuve que controlar mis ansias, que esa enloquecida diosa, se encargaba de poner a pruebas, con sus gemidos, sus suplicas, y sus incontrolables movimientos, mientras mis manos, y mi boca, iban recorriendo su cuerpo, deleitándome con su tacto y su sabor, dejando marcas en aquellos lugares que conseguían que su cuerpo temblara sin control. - “¡No …es …justo!”- le oí decir entre gemidos. - “¿Que no es justo, mi diosa?”- pregunté sin dejar de recorrer cada rincón de su cuerpo, en busca de esos lugares que yo ya sabía, desde la primera vez que la recorrí, donde estaban, y que hacían que se volviera loca de deseo. Los había memorizado a fuego en mi mente. - “¡Que … cada vez que …se borre …me sometas a esta tortura…
Ailan. - “¿Qué me acabas de decir, Gladiator?”- le pregunté mirándolo sería mientras desayunaba, tan sólo vestida con un alborno del hotel, mientras estábamos esa mañana en el salón de su suite. Tuve que hacer que me volviera a repetir lo que me acaba de decir, porque por un segundo creí que me había dicho que después de lo que `pasó la noche pasada, y después de haber tenido el sexo más alucinante jamás sentido por una mujer con sangre en las venas, y varias veces, junto a la chimenea, sobre una alfombra mullida de lana de oveja australiana, y dos mantos, uno de ellos escoceses, mi gladiador, me acaba de comunicar que, a falta de registrar el matrimonio ante las leyes inglesas, para el reino de Escocia, ambos estábamos unidos en matrimonio, o eso creí que me dijo. Ante mi mirada de alucine por lo que acaba de oir, mientras le preguntaba que me aclarara lo que acaba de decirme, él sólo me miró, y sonrió. Tengo que decir, en mi favor, que después de haber pasado una noche con much