Ailan. - “Dime la verdad ¿estas empeñada en romperme todos lo mejores estilismo que te creo? ¿verdad?”- se quejó Gred mirándome serio. Lo había asaltado en su estudio, para que me volviera a ayudar esta noche, no sabía por qué, pero por primera vez, y todo desde hacía conocido a mi Gladiator, deseaba estar espectacular, que ese hombre nada más verme se pusiera nervioso, además debía pedirle a Gred perdón por haberle roto su maravillosa túnica romana, de una diseñadora que estaba destacando ahora entre las grandes modistas. - “¡En serio! no fue premeditado, simplemente surgió”- le dije intentando disculparme sin querer contar mucho como había pasado, o muy probablemente, el descardo estilista, me haría describirle con detalle, cómo era que mi vestido, no me había durado ni tres horas puesto. - “No, preciosa, no te pienso atender, si yo no obtengo algo a cambio, y no me refiero a dinero, eso ya lo tienes asumido. Quiero que largues por esa boquita, y no te dejes nada, ¡zorra sué
Finlay. - “¿Explícame cómo se les ha escapado?”- aunque intenté que la furia no se notara, por estar rodeado de más clientes en el restaurante, no pude evitar que mi voz sonara tensa y enfadada. - “Lo siento señor, pero al parecer, según sus escoltas, su mujer salió en su coche deportivo, un Lamborghini, nada más salir del garaje, tras despedirse educadamente de sus escoltas, desapareció rápidamente entre el tráfico de Londres. Desde el primer momento, su esposa se negó a tener escoltas que la protejan, o no los que usted ha contratado para ella. Me dijo Fred, ofendido, a la vez que admiraba su descaro. - “Esta mujer es desesperante…pero me encanta que sea así.”- pensé mientras no pude evitar sonreír al imaginarme la escena de mi diosa dado esquinazo a los escoltas. - “Bien, no te preocupes, ya lo hablaré con ella.”- le dije a Fred mientras miraba por el gran ventanal la vista de una Londres todo iluminado con las decoraciones navideñas destacando en las fachadas de los antigu
Ailan. La verdad era que lo había provocado, pretendía ser dialogante, pero quitando los cuatro años de idiota estúpida, odiaba que se me impusiera nada, y eso era algo que este estúpido iba a descubrir ahora mismo. - “No sé cómo lo veras tú, ni tampoco me interesa, señor Finlay Alacintye, pero nunca me ha gustado que me impongan nada, soy norteamericana. A mi sus costumbres escocesas me dan igual, si yo no sigo el “sí” conscientemente, ni de coña voy aceptar algo que …”- me interrumpí a mí misma en digno discurso, el cual iba muy bien, hasta que mi mirada fue atraída a través del restaurante, hasta dos personas que me eran muy familiares, y por las miradas que se dirigían entre ellos, no parecían estar muy contentos el uno con el otro.-“Discúlpame”- le dije a Finlay sin mirarlo, mientras no apartaba la vista de esos dos, sin darme cuenta que él también miraba hacia donde yo estaba mirando. Me levanté y me dirigí hacia esas dos personas, conocía muy bien esa mirada que tenía Roy
Ailan. Durante el trayecto decidí que ni siquiera lo iba a mirar, bastante ofendida me había sentido cuando de mis manos, uno de los escoltas de Finlay, me arrebató las llaves de mi deportivo, mientras yo estaba colgada como un Jamón del hombro de ese hombre. - “Tranquila, señora Alacintye, lo dejare en su lugar en su garaje.”- me dijo mientras yo era llevada por un escocés troglodita, a la gran limusina blanca que me había esperado por fuera de mi ático, y que sin saber cómo, apareció de la nada. Pensé que una vez que gladiator, me bajará, para entrar en la limusina, podría darle su primer golpe por estúpido, pero al parecer, hasta eso lo tenía previsto, el próximo, difunto de Finlay. Las enormes puertas de la limusina se abrieron, y yo fui, movida como si apenas pesará nada, del hombro de ese hombre, a sus brazos en un solo movimiento, y así sujeta entre la musculatura de sus brazos, y de su enorme pecho, me encontré sentada en su regazo en segundos, dentro de la limusina. N
Narrador. No muy lejos de allí en la mansión Lascalles, Lord Vermont recibía la última información que habían obtenido de quien él pensaba que eran sus mayores enemigos, el trio de salvajes escoceses sin educación. En especial de la persona que él más odiaba, el desgraciado de Finlay Alacintye, durante diez años había existido una rivalidad entre estos dos, debido a que estudiaron juntos en la misma Universidad, desde el principio, por la educación que había recibido, Vermont estaba obligado a ser el mejor, su padre no le iba a perdonar menos, y hasta que llego a la universidad había sido así, hasta sus amigos habían sido elegidos por su padre, sólo aquellos que le aportaran prestigio, lo mejor de lo mejor. Así que cuando entraron en Oxford, sus amigos y él pensaron que pronto se destacarían por sus estudios, y por su carisma, pero poco imaginaron los hijos de los nobles ingleses que un trio, que como ellos los llamaban, salvajes highlander, se llevarían no sólo los premios, y las
Finlay. - “¿Qué es esto?”- pregunté de forma seca y seria, al ver como Oliver nos entregaba tres invitaciones para asistir a un pase de moda con una cena posterior. La verdad era que no tenía ganas de nada, llevaba un día sintiéndome que me llevaban los demonios. Normalmente, según dice la gente que me conoce, soy bastante bárbaro, un bruto escoces cabezota, pero desde anoche en contra de mi naturaleza salvaje, y de usar toda mi una fuerza de voluntad, que casi hace que me arranque un brazo, para obligar a mi cuerpo, a alejarme de esa diosa arrolladoramente tentadora, y desnuda, que había dejado en ese ático, para darle una lección, y conseguir que me aceptara como suyo, no estaba, por decirlo suavemente, de muy buen humor. Mi corazón y mente, en su conflicto, casi se desconectan por llevar opiniones contrarias, en lo referente a dejar a nuestra mujer así, de esa manera, por no hablar de que, mi deseo por ella era el que peor lo llevaba. Aún recuerdo la sensación de frustraci
Finlay. - “Al final se retrasa quince días más, al parecer al abuelo no se ha recuperado del todo, y no podrá volar en una semana, ella quiso cancelar la boda, para dentro de unos meses, pero ni de coña la dejo escapar, y menos una vez que la convencí, que lo mismo se lo piensa, y no se quiere casar conmigo, después de casi un año intentándola convencer. “- dijo Oliver serio demostrando que era importante para él. - “¿No lo entiendo?, ¿Por qué cuando te embarcas en una de las tuyas siempre nos metes a nosotros?, ¿Es que no sabes que para convencer a ese hombre tendrás que entregarte como regalo sexual, o a uno de nosotros? Gred es Gay, y uno muy reconocido en el mundillo, ha tenido más amantes que yo y tú juntos, para convencerlo sólo te queda venderte, o a uno de tus amigos.”- justo cuando Sean dijo eso, ya que él está más puesto en el mundo de la moda que nosotros, por ser una super estrella de Hollywood, recordé donde había oído ese nombre. Gred era mi proveedor de tesoros, mi
Ailan. - “No entiendo por qué me has hecho venir, sabes que no soy modelo, podrías haber llamado a Connelly, ella hubiera venido encantada desde Nueva York. Yo no soy profesional, ni tampoco quiero serlo, te estas pasando con el castigo, y lo sabes.”- le decía a Gred mientras sus maquilladoras obraban su magia. La culpa era de ese estúpido Gladiator, y su manía de romper todos los vestidos que mi hada madrina, me alistaba. Pensaba cóbramelas todas, incluido la de anoche, ese vestido se lo llevó gratis, más bien se lo robo, ya que yo no recibí ningún pago por él, eso fue un robo descarado. Maldito atractivo y seductor Gladiator, que abusa de su poder, para desconectarme el celebro, pero mi venganza llegaría, y que se prepara, yo también sabía crear expectativas, para luego no cumplirlas. - “Eso se lo dices a ese alucinante dios griego que te gusta ponerte entre tus piernas, y esa afición que tiene por destrozar a mis niños queridos, aunque tengo que decir que estimula mi libido y nec