En el vestíbuloDaisy, quien ya se había cambiado de ropa, fingía volver del baño.Se dirigía a buscar a Javier, pero desde lejos lo vio rodeado de gente.Preocupada de que le hubiera pasado algo —después de todo, Javier seguía convaleciente—, Daisy corrió para ver qué sucedía.Al acercarse, escuchó la voz llena de rabia de Alberto Mero, el padre de Frigg, resonando en medio del círculo de gente:—¿Así es como tratas a tus invitados? ¿O acaso tienes algún problema personal conmigo, Javier? Si lo tienes, dímelo de frente.Junto a él, la madre de Frigg, Jasmine, lloriqueaba.—Mi amor… me siento mareada…Daisy entendió de inmediato lo que estaba pasando.Sí, había sido impulsiva.En cuanto vio a esas dos mujeres paseándose frente a ella, el coraje le subió a la cabeza y perdió por completo la calma.Ya no había remedio: lo hecho, hecho estaba.Cuando Daisy se preparaba para abrirse paso entre la multitud, alguien la sujetó del brazo con fuerza.Al sentir ese tacto tan familiar, supo sin m
Javier frunció el ceño, oscureciendo su mirada.—¿Qué es lo que quieres, señor Mero?—Depende de lo que estés dispuesto a ofrecerme —repuso Alberto, con tono frío y calculador—. Aunque no sea la gran cosa en esta ciudad, Alberto Mero sigue siendo alguien con cierta reputación. Si se corre la voz de que mi esposa e hija fueron golpeadas en un evento como este, ¿te imaginas lo que dirá la gente?Daisy no pudo contenerse y lo interrumpió:—¿De verdad puede exigir «explicaciones» antes de escuchar mi versión, señor Mero? ¿O asume que, por mi condición social, debo cargar con toda la culpa incluso si fue legítima defensa?—¿Legítima defensa? ¡Por Dios! —Jasmine, con la cara aún cubierta, comenzó a sollozar—. ¿Cómo va a ser legítima defensa si las únicas heridas aquí somos nosotras? ¡Miren su cara! ¡No tiene ni un rasguño!Definitivamente, hija de tigre pintita. Antes, Daisy pensaba que Frigg se había hecho buena actriz por cuenta propia; ahora comprendía que su talento era pura genética her
—¡Caray, con que «ladrón que grita "agarren al ladrón"»!—¿Y quién sabe si los moretones que traen sean auto-infligidos? Porque si no, ¿para qué borrar el video?—¡Cinco segundos! A la chica le bastaron cinco miserables segundos para recuperar la grabación… ¡Es un genio! ¡Me rindo ante su talento!Las críticas de la gente comenzaron a avasallar a Frigg y Jasmine, quienes se quedaron atónitas. En ese momento, si hubiera un hoyo en el piso, ambas se meterían sin dudarlo.Alberto se quedó sorprendido de que todo desembocara así, pero siendo un viejo zorro de los negocios, estaba acostumbrado a las situaciones más turbias. Rápidamente comenzó a pensar en su siguiente jugada.De inmediato, adoptó un tono cínico:—¿Solo cinco segundos? Vaya, pareciera que lo tenían todo preparado de antemano.Daisy ladeó la cabeza y miró a Frigg con una media sonrisa.—Pero la persona que trajiste fue tu hija, ¿o no?—¡Tú…! —Alberto se quedó sin argumentos por un instante.—Veo que el señor Mero sigue con du
La mirada de Fernando pareció agudizarse antes de soltar un comentario burlón:—Si algo no tiene futuro, mejor ni te ilusiones.—¿Y quién te dijo que no habrá futuro? —lo retó Daisy—. Puede que mi querido Javier guste justo de alguien como yo. Al menos él no me mira con esa desconfianza que tienes tú.Los ojos de Fernando se entornaron, aunque ya no respondió. Simplemente abrió la puerta del copiloto y, sin miramientos, empujó a Daisy para que se sentara.Daisy optó por no resistirse. A ver con qué salía ese sujeto ahora.***De regreso en la casa de FernandoLo que Daisy no se esperaba era que Fernando no hiciera ningún movimiento extraño en el camino. Directo y sin más, la llevó a su hogar. Lo más sorprendente fue que, apenas entraron, él la mandó a cocinar.—Fernando, de veras creo que necesitas un psiquiatra urgente —bramó Daisy—. ¿Quieres que te acompañe al hospital?Fernando la miró inexpresivo.—Es la abuela quien quiere comer.—…Si la abuelita desea algo de comida, pues ni mod
Ese contacto fue más impactante incluso que la vez anterior, cuando le había detenido la sangre con la boca.El hormigueo de sus labios se propagó por su cuerpo, nublándole la mente en apenas un segundo.«¡Paf!»Daisy se zafó de golpe y, con rabia, le soltó una bofetada.—Que te quede claro: es la primera y la última vez que te atreves a esto.Si volvía a intentar algo así, no se conformaría con una simple cachetada.Dicho esto, Daisy dio media vuelta, salió de la cocina y se dirigió a la puerta principal.Pensó que él volvería a detenerla, pero no pasó.En esa zona era difícil conseguir un taxi, así que Daisy entró al garaje y tomó uno de los autos de Fernando. Le sobraban, después de todo.Desde el ventanal de la sala, Fernando la vio marcharse en uno de sus coches. Se pasó la lengua por la mejilla que seguía ardiendo tras el golpe, sorprendido de la fuerza de Daisy.Y lo que más le había inquietado era esa mirada suya: furia mezclada con un profundo desprecio.—Tres años fingiendo c
Aunque lo formuló como pregunta, su tono sonaba a afirmación.Desde que llegó a la mansión De Jesús, siempre había sentido afinidad con el "chef" del lugar, pues la comida era exactamente de su agrado; incluso superaba las habilidades de Enzo, a quien consideraba muy bueno.Resultó que ese misterioso chef era el propio Javier.Él rio con cierta timidez.—Vaya, lo notaste al primer bocado.Daisy sintió ternura, pero también algo de inquietud.—No te esfuerces tanto la próxima vez. Debe de ser muy agotador.—Para nada. —Javier la contempló con una calidez rebosante—. Mientras te vea contenta, un poco de cansancio no me importa.Después de cenar, Daisy acompañó a Javier a su habitación. Justo antes de irse, él comentó:—Tus planes se echaron a perder. ¿Qué piensas hacer ahora?—No pasa nada. Seguiré buscando la forma de acercarme a la familia Ortega; de cualquier modo, nuestro nuevo proyecto requiere del respaldo gubernamental.Al final, no era que su estrategia se hubiera derrumbado por
Daisy ansiaba descubrir cómo Fernando había dado con su apellido. Sin embargo, él no respondió, ni dio señal alguna de seguir la charla.[T: ¿Se quedó dormido?]Bufó Daisy, tirando el celular a un lado. Trató de dormir un poco, pero no había caso.La confusión la mantenía con los ojos abiertos.Finalmente, tomó el teléfono y marcó una llamada de voz a Eliot.Sabía que a esa hora no era muy decente llamar, pero lo hizo adrede: si no fuera por él, ni siquiera habría entablado tanto contacto con Fernando.El timbre sonó varias veces; no solo no contestó, sino que colgó de plano.Daisy insistió. Y él colgó de nuevo.Así hasta la quinta llamada…—¡Elena! ¿Es que no tienes fin?—Señor Hendrix, revise primero a quién le está hablando —respondió Daisy, bajando la voz y cambiando un poco el tono.—¿T…? —Eliot se espabiló al instante—. ¿Qué haces levantada tan temprano?—Por supuesto que debo saludarte a buena hora… —ironizó Daisy.—¡Ay, por Dios! Si en algo te he ofendido, dilo de frente. Ando
Mientras Eliot se explayaba, Fernando se quedó con una sola frase retumbándole en los oídos:—¿Mujer?—Sí, una mujer… —Eliot frunció el ceño—. Un momento, ¿acaso ni siquiera sabías si era hombre o mujer? Entonces, ¿por qué T dijo que ya conocías sus datos?Fernando dejó el vaso sobre la barra.—Al principio no lo sabía, pero ahora sí.Eliot se cubrió la cara con las manos, con ganas de soltar un lamento:—Entonces… ¿qué información tenías antes de esto?—Que se apellida La Torre.—¿Y… quién te lo dijo?—Fue solo una corazonada. —Fernando se encogió de hombros.Algunas personas se acostumbraban a usar su inicial, sobre todo si su nombre o apellido empezaban con cierta letra; como Daisy, por ejemplo.Recordaba un episodio en que la abuela lo había obligado a acompañarla, y en el camino se encontraron con una niña mendiga.Daisy la ayudó allí mismo y, después, le enviaba cosas de vez en cuando, firmando únicamente con una "t".A veces con minúscula, otras con mayúscula, pero siempre la mi