Cuanto más intentaba Daisy evitar a ciertas personas, más parecían aparecer.Ella quería ignorarlos por completo, pero Javier consideró que, por respeto, debían saludar.Manteniendo el semblante serio, Daisy empujó la silla de ruedas de Javier hacia ellos. En cuanto se detuvo, habló antes de que Fernando pudiera decir nada:—Vaya, qué coincidencia. El señor De Jesús está saliendo a su sesión de rehabilitación. Señor Suárez, si no está muy apurado, podría pasar a la sala de reuniones y esperarlo allí un momento.Los ojos profundos de Fernando se clavaron en el rostro de Daisy, que, pese a su frialdad aparente, no perdía ni un ápice de belleza. Sus labios delgados se movieron apenas:—Si no me equivoco, señorita La Torre es solo la cuidadora… ¿o acaso cree que puede representarlo en todo?Javier se limitó a dedicarle a Fernando una sonrisa ligera.—Efectivamente, hoy no es el mejor momento.Daisy curvó los labios con un atisbo de sonrisa.—¿Escuchó, señor Suárez? Aunque, para ser justos,
—¿Acaso no lo es? —replicó Frigg con un gesto de aflicción—. He venido desde tan lejos, exclusivamente para ofrecerte mis disculpas, y aunque dices que me perdonas, ni siquiera me das buena cara.» Señora Daisy, si no quieres perdonarme, podrías decirlo directamente. ¿No crees que fingir así es bastante hipócrita?Daisy la observó en silencio unos instantes y esbozó una sonrisa ladeada.—Tienes razón, es un poco hipócrita. Ya que estamos, dejaré de fingir.Acto seguido se inclinó, levantó a Frigg del piso de un tirón y, sin darle oportunidad de afirmarse bien, la empujó con fuerza.«¡Pum…!»Frigg jamás pensó que Daisy fuera tan osada incluso frente a Fernando y Javier.Estaba totalmente desprevenida y cayó al suelo con un golpe seco.—Vaya, mira nada más… —Daisy soltó una carcajada llena de descaro—. ¡Te acabo de empujar otra vez!Luego, Daisy desvió la mirada hacia Fernando.—Señor Suárez, ¿logró ver bien cómo empujé a su querida amante?» Si no quedó claro, puedo hacerle otra demostr
En un principio, Frigg fue a buscar a Daisy con la intención de fastidiarla, pero terminó recibiendo una paliza que casi la hace enloquecer de rabia.Lo que más le indignaba era que, de regreso a casa, se quejó en voz alta:—Fer, la señora Daisy cambió. Antes, sin importar lo que hiciera o dijera, siempre era tan dulce y gentil. Ahora se volvió aterradora… Hasta dudo que toda esa dulzura fuese real. ¿No será que fingía?Fernando, con la mirada oscura y un tono distante, apenas le dedicó unas palabras:—Si te asusta, no la provoques más.«¡Mira nada más lo que dice!», pensó Frigg, furiosa.¡Si quien había salido perjudicada era ella!Sin embargo, prefirió tragarse su enojo: después de todo, Fernando acababa de volver a confiar en ella y no quería arriesgarse a perder su favor.Así que se contuvo durante todo el camino de regreso. En cuanto llegó a casa, lo primero que hizo fue ponerse a romper y lanzar cosas.Jasmine, que dormía la siesta, se sobresaltó por los ruidos y bajó corriendo:
Carraspeó y preguntó con voz grave:—¿Quién es?—La señorita Mero y su madre.La luz en su mirada se apagó de golpe, como una vela a la que le soplan de pronto.—No las recibas.Pasó la noche esperando, pero la persona que deseaba ver no apareció. Fernando se plantó frente al ventanal que daba a la puerta principal y encendió un cigarrillo. Entre las volutas de humo, se dibujó una sonrisa amarga.—¿Qué se supone que estoy haciendo?***Daisy, por su parte, quería ir esa misma noche a ver en secreto a la abuela, pues no dejaba de preocuparse por ella. Sin embargo, algo inesperado le ocurrió a Javier.Mientras estaban en una tienda de ropa, Daisy se ausentó un momento para ir al baño y, en ese corto lapso, alguien apuñaló a Javier.Aunque no fue herido de muerte, la lesión fue grave porque la hoja del cuchillo estaba envenenada.Era urgente desintoxicarlo, así que Daisy no tuvo más opción que pedirle a Enzo, disfrazado de médico de la familia Suárez, que fuera a averiguar qué sucedía con
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir. Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba