Ante las duras palabras de Daisy, Fausto conservó la misma compostura. Reiteró con firmeza:—La familia Ortega jamás participó en eso.La miró directo a los ojos y añadió:—Dices que en el atentado te nombraron a la familia Ortega. ¿Has pensado en la posibilidad de que te hayan tendido una trampa? Saben de tu potencial y temen que resurjas, así que tal vez quisieron echarnos la culpa para que la paguemos nosotros.Erik, que no había intervenido más que para observar con atención cada reacción de Fausto, se animó al fin a hablar con Daisy:—Hija, tu tío tiene un punto. Lleva muchos años metido en la política y algo se le ha pegado de lo turbio del medio, pero conozco bien su conciencia y te aseguro que no es un hombre sin escrúpulos.Daisy dirigió la mirada de Fausto a Erik. Entendía que, siendo el único hijo de Erik, Fausto gozaba de toda su confianza. Tal vez no era conveniente seguir hablando de ciertos asuntos delante de él. Tras un breve silencio, Daisy se volvió hacia su abuelo co
—¿Quieres que libere a Blanca de la hipnosis? Bueno, no es imposible… pero primero debes aceptar una condición —dijo Y, haciendo una pausa dramática.—¿Una condición? —repitió Daisy con una sonrisa irónica—. ¿Por qué no se lo propones mejor a Fernando?—Él no está a mi altura —soltó Y con un matiz de burla en la voz—. No temas, mi exigencia no es tan descabellada. En cuanto me des tu palabra, anularé la hipnosis de inmediato.Sus siguientes palabras se hicieron más inquietantes:—Si calculamos el tiempo que Blanca lleva inconsciente, puede que, de tratarse de un simple desmayo, no le pasara nada grave. Pero, bajo hipnosis, cuanto más dure la inconsciencia, peor será para su cuerpo y su mente.Justo por esa razón Daisy había acudido a la guarida de Y, consciente del peligro que implicaba. Aunque él no aclaraba cuál era su «condición», ella sospechaba que no sería algo inofensivo. Después de todo, ¿quién monta toda una trampa solo para pedir un favor trivial?Recordó la imagen de Blanca,
El hombre estaba de espaldas, recortado contra la luz que entraba por la ventana. Al oír el estrépito tras de sí, no se inmutó, sino que soltó un ligero comentario, casi burlón:—Vaya, pequeña, incluso en estas condiciones logras ubicar a alguien solo con el sonido. No dejas de sorprenderme.Daisy clavó la mirada en la figura alta y erguida del desconocido, con el ceño más fruncido que la penumbra de la habitación:—¿Quién rayos eres?—¿Y ese tono? —respondió él con fingida inocencia—. ¿Acaso no sabes que soy tu compañero? Dudo qué…No terminó la frase porque Daisy, con un movimiento fulminante, ya estaba detrás de él, dispuesta a agarrarlo del hombro y voltearlo para verle el rostro. Sin embargo, él le sujetó la muñeca con destreza, atrapándola entre sus dedos.—Pequeña hermana, si querías ver mi cara, bien podías pedirlo. No somos extraños, al fin y al cabo. Te la muestro con gusto.Dicho esto, giró lentamente hasta quedar frente a Daisy. Fue entonces cuando ella, al descubrir un ros
—Bien. Yendo al grano… —Y sostuvo la mirada de Daisy, pronunciando cada palabra con total claridad—. Mi condición es sencilla: quiero que seas mi novia.—¿Disculpa…? —Daisy frunció el ceño, convencida de que había oído mal. Creía que él iba tras su vida, pero… ¿esto?—Si aceptas, desharé inmediatamente la hipnosis de Blanca y prometo no volver a tocarla. Ni un solo cabello suyo.—¿Tú…? —comenzó a replicar Daisy, pero Y la interrumpió:—No te apresures. Tienes tres días para pensarlo.No parecía estar bromeando. Sin embargo, para Daisy resultaba un planteamiento absurdo. ¿Cómo se le ocurría?—¿Un truco más? —soltó con una mueca irónica—. ¿Cuál es el plan? ¿Que me enamore de ti y luego patearme para rematar mi cuerpo y mi corazón? ¿A quién se le ocurrió semejante basura, a ti o a tu misterioso «patrón»?La sonrisa de Daisy se volvió aún más sarcástica.—Lamento desilusionarte, pero con esa cara… Javier y yo no seríamos hermanos de sangre, pero siempre lo consideré como a mi propio herman
¡Tres minutos!Ese plazo se antojaba cruelmente breve, pero tratándose de Y, no era una exageración.Su habilidad con la hipnosis rozaba lo imposible. Podía manipular a distancia la voluntad de Blanca. A menos que el maestro siguiera con vida, Daisy poco podía hacer para contrarrestarlo. Era evidente que él dominaba la situación.Sin embargo, aceptar así como así… la sola idea le revolvía el estómago.Con el ceño fruncido, Daisy colgó. Se acercó a los médicos y enfermeras que seguían maniobrando sobre Blanca:—Necesito la habitación despejada. ¡Fuera todos, por favor!Conociendo la identidad de Daisy, el personal dejó de inmediato su labor y salió del cuarto sin protestar. Ya a solas, Daisy no dudó ni un instante en aproximarse a la cama. Restaban menos de tres minutos. Era ahora o nunca. Al fin y al cabo, nunca se sabe cuándo puede surgir un milagro.Blanca… —susurró junto al oído de la joven, apretando con cuidado su mano—. Sé que puedes oírme. Todavía no hemos contado lo que te pasó
Era oficial, no había logrado vencer a Y.—¿Cuñada…? —susurró una voz tan débil como un suspiro. Daisy alzó la vista de golpe y vio a Blanca con los párpados medio abiertos.¡Había despertado! Al parecer, en su corazón, la relación entre Daisy y Fernando seguía siendo lo más importante. Pero entonces, Daisy recordó lo que había dicho… ¿En serio se suponía que debía cumplirlo? Con el rabillo del ojo, lanzó una mirada a Fernando: era evidente que él no iba a tomar en serio esas palabras. Después de todo, la consideraba una impostora desde el principio y ahora, con su verdadera identidad al descubierto, seguro la despreciaba más.Tranquilizada por esa idea, Daisy regresó su atención a Blanca para examinarla. En ese momento, su celular volvió a sonar. Sin necesidad de mirar, supo que era Y.—Se acabó el tiempo, pequeña —anunció él en cuanto ella atendió—. ¿Pensaste bien tu respuesta?Daisy miró a Blanca, quien la observaba desde la camilla con ojos cansados, pero vivos. Con una sonrisa car
«¡Nada de emocionarse antes de tiempo!» pensó Daisy con un suspiro interior.Decidió interrumpir rápidamente las palabras de Blanca, que aún no terminaba de hablar:—Blanca, acabas de despertar. No hables tanto, tienes que descansar para recuperarte más rápido.Mientras hablaba, Daisy colocó con cuidado la sábana sobre Blanca:—Descansa, ¿sí? Sé buena.Blanca echó un vistazo a Fernando, que seguía en la puerta, y en sus ojos se dibujó un leve destello de picardía.—Cuñada, ¿por qué estás tan nerviosa? Solo quería preguntarte si la abuela no sabe todavía lo que me pasó.—¿…Era solo eso?—¿Y qué más podría ser? —replicó Blanca, mirando de reojo a Fernando—. ¿Acaso dijiste alguna otra cosa que yo no recuerde?Daisy se volteó hacia Fernando con una fingida naturalidad:—No, solo le conté eso.Blanca volvió a fijarse en su hermano, como esperando una confirmación.Pero él, haciendo caso omiso, entró con paso firme y le pasó a Daisy unas bolsas con artículos que ella le había pedido:—Revisa
Si su hermano lo dijera, mataría dos pájaros de un tiro: demostraría cierto interés y, de paso, expresaría lo que sentía hacia Daisy. Sin embargo, él…«Pues nada, me tocará arriesgarme», pensó Blanca con determinación. «Si se trata de que mi cuñada vuelva a la familia Suárez, un poco de egoísmo no está de más.»Así que soltó la frase que llevaba atascada desde que recuperó la conciencia:—Cuñada, mientras estaba inconsciente, oí que dijiste que si me despertaba, tú y mi hermano…—¡Ay! —soltó Daisy, fingiendo llevarse las manos al vientre—. Creo que me duele un poco el estómago. Será mejor que busque un baño.Terminó la frase y salió casi corriendo de la habitación, sin dar ocasión a que Blanca replicara.Blanca frunció el ceño con fuerza y descargó su enojo en Fernando:—¿De verdad no piensas ir tras ella? ¿Planeas que siga siendo yo, la convaleciente que ni puede bajar de la cama, quien haga todo por ti?Lo cierto era que tenía razón: Fernando, por orgullo, pretendía que fuera Blanca