Alejandro la miró fijamente, sus ojos oscuros reflejaban deseo y algo más que Camila no lograba descifrar. Sin decir una palabra, la tomó por la cintura y la levantó en brazos, dirigiéndose con paso firme hacia la cama.Camila sintió su corazón latir desbocado cuando la depositó suavemente sobre el colchón. Él se inclinó sobre ella, sus dedos deslizándose con paciencia por los bordes de su ropa, despojándola lentamente de cada prenda, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel.Ella no opuso resistencia. No quería pensar en que este matrimonio tenía fecha de caducidad, ni en que Alejandro jamás la amaría. Ya no importaba. Se había entregado a él por amor, sin esperar nada a cambio, y ahora solo quería perderse en sus besos, en el calor de su piel, en cada caricia que le arrancaba suspiros.Alejandro recorrió su cuerpo con labios hambrientos, dejando un rastro de fuego a su paso.—Eres mía, Camila… —murmuró contra su piel, con voz ronca y llena de deseo.Ella cerró los ojos,
Carlos estaba sentado en la sala junto a Isabela, disfrutando de un momento tranquilo después de un largo día. Él tomó su taza de café y la miró con una sonrisa.—Hoy ha sido un día largo, pero verte aquí hace que todo valga la pena —dijo Carlos, acariciando la mano de su esposa.Isabela sonrió y estaba a punto de responder cuando la puerta principal se abrió. Óscar y Emma entraron con su porte elegante de siempre.—Buenas noches —saludó Óscar con su tono solemne de siempre.—Buenas noches —respondió Carlos, mirándolo con serenidad.Antes de que pudieran seguir conversando, los pasos de Sandra resonaron en la escalera. Bajaba con su hija, quien, al ver a su abuelo, soltó un gritito de emoción y corrió hacia él.—¡Abuelo! —exclamó la niña, extendiendo los brazos.Óscar se agachó con una sonrisa orgullosa y la levantó en el aire antes de abrazarla.—Hola, mi princesa. ¿Cómo te has portado?—¡Muy bien! —respondió la pequeña, dándole un beso en la mejilla antes de correr hacia Emma y hace
Andrés entró a su habitación y, sin pensarlo demasiado, comenzó a aflojarse la corbata y quitarse el saco. Se sentía sofocado, no solo por el día pesado, sino también por la rabia y la frustración que hervían en su interior. Con pasos firmes, entró al baño y abrió la regadera, dejando que el agua caliente recorriera su cuerpo, tratando de despejar su mente.Después de un rato, la puerta de la habitación se abrió sin previo aviso. Sandra entró en silencio, sus ojos buscando a Andrés con determinación. Justo en ese momento, él salió del baño con solo una toalla atada a su cintura. Gotas de agua aún recorrían su piel cuando la vio allí, de pie, observándolo con una mezcla de dolor y rabia en su mirada.Sandra no lo pensó dos veces y se acercó a él.—¿Por qué? —su voz sonó quebrada, pero firme—. ¿Por qué me haces esto, Andrés? Mi único error fue haberme enamorado de ti locamente… pero creo que ya no aguanto más.Andrés frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello mojado.—Sandra…—¡S
Al día siguiente, Alejandro despertó temprano. Se giró levemente y observó a Camila aún dormida, con su cabello desordenado sobre la almohada y su respiración tranquila. Por un momento, se quedó viéndola en silencio, sintiendo algo extraño en su pecho, algo que no quería analizar.Sacudió la cabeza, se levantó sin hacer ruido y entró al baño.Cuando salió, Camila ya estaba despierta, sentada en la cama y frotándose los ojos con pereza.—Buenos días —murmuró con voz adormilada.Alejandro, que ya estaba abrochándose la camisa, le dedicó una mirada rápida.—Buenos días.Se puso la chaqueta y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, Camila le preguntó con curiosidad:—¿No vendrás a almorzar?Él hizo una pausa, pero sin girarse.—No.Su respuesta fue cortante, sin dar explicaciones. Y antes de que Camila pudiera decir algo más, Alejandro salió de la habitación sin mirar atrás.Ella se quedó sentada en la cama, sintiendo un vacío inexplicable. Suspiró, abrazándose las piernas.—Siempre
Alejandro estaba en su oficina, sumido en la revisión de unos documentos cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Levantó la vista y vio a su padre entrar con paso firme.—¿Qué sucede, papá? —preguntó sin levantar demasiado la voz.Carlos cerró la puerta tras de sí y lo miró con seriedad.—Quiero hablar contigo sobre Camila.Alejandro suspiró con resignación y cerró la carpeta que tenía entre las manos.—Dime, te escucho.Carlos avanzó hasta quedar frente a su escritorio, con los brazos cruzados.—¿Sabes lo que estás haciendo, Alejandro? Esa niña...Alejandro apoyó los codos sobre el escritorio y pasó una mano por su rostro.—Papá, ya basta —lo interrumpió con voz firme—. Sé perfectamente lo que hago. Nada se saldrá de control. Ella está clara en todo.Carlos lo miró con detenimiento, como si intentara leer más allá de sus palabras.—Te enamoraste de ella, ¿verdad?Alejandro soltó una risa seca y negó con la cabeza.—Claro que no, papá.Carlos sonrió con calma.—¿Y qué tendría de m
María entró a la oficina sin molestarse en cerrar la puerta detrás de ella. Con una sonrisa coqueta, caminó con paso firme hacia Alejandro, quien la observaba con expresión neutral.—Hola, ¿cómo estás? —dijo ella con voz dulce antes de inclinarse y darle un beso en los labios sin previo aviso.Alejandro no correspondió el gesto, pero tampoco la apartó de inmediato.—Tiempo sin verte, Alejandro —añadió ella, sin soltarlo.Él la miró con una leve sonrisa.—Lo mismo digo. Te ves hermosa, María.—Gracias —respondió ella, acariciando suavemente su brazo—. Mis padres están bien, por cierto. Te envían saludos.—Me alegra saberlo —dijo él con tono cortante.Alejandro la observó con curiosidad antes de preguntar:—¿Y a qué debo tu visita, María?Ella le dedicó una sonrisa seductora y deslizó sus manos por su pecho.—Vine porque quiero construir un edificio, y tú eres el indicado para ayudarme —susurró—. Pero también quería verte… y saber cuándo podremos volver a encontrarnos en mi apartamento.
—No irás a ningún lado. Quiero que me acompañes a ver unas construcciones.Camila bufó y cruzó los brazos, desafiante.—No quiero ir a ningún lado. Mejor invita a una de tus mujeres.Los ojos de Alejandro brillaron con molestia. Dio un paso hacia ella, su voz firme y autoritaria:—Camila, te estoy dando una orden.Ella le sostuvo la mirada, negándose a ceder. Pero Alejandro no tenía intención de discutir más. La tomó del brazo con suavidad, pero con la suficiente firmeza para hacerle entender que no tenía opción, y la sentó en el sofá.Sin soltarla con la mirada, tomó el teléfono y marcó.—¿Aló? —respondió Isabel.—Mamá, Camila está conmigo. Se quedará aquí.Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.—Está bien, hijo —respondió su madre con tono cansado—. Pero trata de no complicar más las cosas con ella.—Adiós, mamá.Colgó sin decir más y miró a Camila. Tomó una revista del escritorio y se la extendió.—Lee esto.Camila lo tomó sin decir palabra, aunque su mirada reflejaba su
El clímax los dejó sin aliento; sus cuerpos aún temblaban por la intensidad del momento. Alejandro apoyó su frente contra la de Camila, su respiración agitada rozando sus labios.—No quiero que salgas sin mi permiso, ¿me entiendes? —susurró con voz ronca, aún sin soltarla.Camila lo miró con la mirada nublada, todavía atrapada en el remolino de sensaciones que él despertaba en ella.—Está bien, Alejandro… pero si tu madre me pide que la acompañe, eso es otra cosa.Él chasqueó la lengua, pero no discutió. Se apartó lentamente, acomodándose la camisa mientras caminaba hacia una pared. Camila lo observó con curiosidad hasta que, con un simple toque, la pared se deslizó, revelando un enorme cuarto oculto.Camila abrió los ojos con asombro.—¿Qué es esto…?Alejandro la miró fijamente.—No es lo que piensas. Nunca ha entrado una mujer aquí… Tú serás la única.Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera la espalda de Camila. Sus ojos viajaron de Alejandro al misterioso cuarto, una mez