Camila bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que Isabela no la quería en la vida de Alejandro, que para ella solo era un estorbo, un error dentro de ese mundo al que no pertenecía.Isabela avanzó con lentitud, cruzando los brazos mientras la observaba con una mezcla de frialdad y desdén.—Dime algo, Camila… —su voz era firme, con ese tono autoritario que imponía respeto—. ¿Por qué te entregaste a mi hijo sabiendo que esto es solo un contrato?Camila tragó saliva y apretó los puños a los costados. No tenía una respuesta clara, solo la confusión de sus propios sentimientos.—Yo… yo traté de detenerlo —dijo en voz baja—. Él había bebido un poco y… no pude…—Mírame a la cara cuando hables —ordenó Isabela con dureza.Camila levantó lentamente la vista y encontró aquellos ojos fríos, que parecían atravesarla con un juicio implacable.—Eres una niña tonta —continuó Isabela, inclinándose levemente hacia ella—. Se te ve a leguas que te enamoraste de mi hijo.Camila sintió que
Andrés caminó por los pasillos de la empresa con paso firme, aunque su mente seguía ocupada en lo que acababa de ocurrir en la oficina de Alejandro. Sabía que su primo no confiaba en él, pero eso no significaba que no pudiera manipular la situación a su favor.Al llegar a su oficina, frunció el ceño al ver a Margaret sentada en la sala de espera. Estaba cruzada de piernas, con una expresión seria y expectante.—Margaret, ¿qué haces aquí? —preguntó con evidente molestia.Ella se levantó con elegancia y sonrió levemente.—Vine a hablar contigo.Andrés suspiró y le hizo un gesto para que lo siguiera.—Está bien, pasemos a mi oficina.Al entrar, miró a su secretaria antes de cerrar la puerta.—No estoy para nadie, ¿entendido? —ordenó con tono autoritario.La secretaria asintió, y él cerró la puerta tras de sí. Se acercó a su escritorio y señaló la silla frente a él.—Toma asiento —dijo, cruzándose de brazos—. Bien, te escucho. ¿Qué sucede?Margaret se acomodó en la silla, pero su postura
Justo en ese momento, Alejandro apareció en el jardín. Su presencia, imponente como siempre, llamó la atención de ambas mujeres.Isabela levantó la vista y lo miró con sorpresa.—Hijo, ¿tú aquí a esta hora? —preguntó, extrañada.Alejandro echó un vistazo a su reloj y luego la miró con una media sonrisa.—Es la hora del almuerzo, ¿no es cierto?Isabela entrecerró los ojos y luego dirigió una mirada fugaz a Camila, quien bajó la vista con timidez.—Sí, pero no sueles venir a esta hora…Alejandro ignoró el comentario y, sin más preámbulos, extendió la mano hacia Camila.—Si me disculpa, madre, tengo que hablar con mi esposa.Camila lo miró sorprendida por su tono firme, pero sin dudar, tomó su mano y se puso de pie.Isabela observó el gesto con atención. Alejandro, que solía ser distante con las mujeres, ahora tomaba a Camila con determinación.—Nos vemos luego, madre —dijo él, llevándola consigo sin esperar respuesta.Isabela los siguió con la mirada, sus pensamientos enredándose.Aleja
Al terminar de almorzar, Alejandro subió a su habitación, mientras que Camila decidió ir al jardín con un libro para leer. Andrés, por su parte, se despidió de su hija y de sus padres.Al salir de la mansión, vio a Camila sentada en una banca bajo la sombra de un árbol. Quiso acercarse, pero se contuvo. Prefirió esperar.Mientras tanto, Alejandro, al notar que Camila no había subido a la habitación, bajó nuevamente. Con el ceño fruncido, buscó a su madre.—Mamá, ¿dónde está Camila?Isabela levantó la mirada de su taza de té y respondió con calma:—Creo que está en el jardín.Alejandro no dijo nada más y caminó con paso firme hacia la terraza. Apenas cruzó la puerta, su mirada encontró a Camila, quien leía tranquilamente. Sin embargo, lo que le molestó fue ver a Andrés no muy lejos de ella, mirándola con un interés que Alejandro no pasó por alto.Apretó la mandíbula y avanzó hasta donde estaba Camila. Se inclinó ligeramente y cerró su libro con suavidad.—¿No es incómodo leer aquí afue
Después de una hora camila decidió bajar para tomar el té con isabela pero al bajar se encontró con sandra.Sandra la miró con furia contenida, cruzando los brazos mientras una sonrisa amarga se formaba en sus labios.—Por fin se te ve la cara, niña —dijo con tono burlón.Camila la miró con confusión, sin entender el motivo de su hostilidad.—Estaba ocupada —respondió con calma—. ¿Sabes dónde está la señora Isabela?Sandra soltó una carcajada seca y sarcástica antes de responder:—¿Acaso me ves cara de guardaespaldas?Camila suspiró, intentando no caer en provocaciones.—Solo te estaba preguntando, no entiendo por qué te molestas.Pero antes de que pudiera reaccionar, Sandra la tomó del brazo con fuerza, acercándola a ella.—No te hagas la inocente —susurró con veneno en la voz—. Te la tiras de mosquita muerta, pero sé muy bien que le coqueteas a mi esposo.Los ojos de Camila se abrieron con incredulidad.—¿Qué dices? ¿Estás loca, Sandra? Estoy casada, ¿cómo puedes creer semejante cos
Alejandro la miró fijamente, sus ojos oscuros reflejaban deseo y algo más que Camila no lograba descifrar. Sin decir una palabra, la tomó por la cintura y la levantó en brazos, dirigiéndose con paso firme hacia la cama.Camila sintió su corazón latir desbocado cuando la depositó suavemente sobre el colchón. Él se inclinó sobre ella, sus dedos deslizándose con paciencia por los bordes de su ropa, despojándola lentamente de cada prenda, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel.Ella no opuso resistencia. No quería pensar en que este matrimonio tenía fecha de caducidad, ni en que Alejandro jamás la amaría. Ya no importaba. Se había entregado a él por amor, sin esperar nada a cambio, y ahora solo quería perderse en sus besos, en el calor de su piel, en cada caricia que le arrancaba suspiros.Alejandro recorrió su cuerpo con labios hambrientos, dejando un rastro de fuego a su paso.—Eres mía, Camila… —murmuró contra su piel, con voz ronca y llena de deseo.Ella cerró los ojos,
Carlos estaba sentado en la sala junto a Isabela, disfrutando de un momento tranquilo después de un largo día. Él tomó su taza de café y la miró con una sonrisa.—Hoy ha sido un día largo, pero verte aquí hace que todo valga la pena —dijo Carlos, acariciando la mano de su esposa.Isabela sonrió y estaba a punto de responder cuando la puerta principal se abrió. Óscar y Emma entraron con su porte elegante de siempre.—Buenas noches —saludó Óscar con su tono solemne de siempre.—Buenas noches —respondió Carlos, mirándolo con serenidad.Antes de que pudieran seguir conversando, los pasos de Sandra resonaron en la escalera. Bajaba con su hija, quien, al ver a su abuelo, soltó un gritito de emoción y corrió hacia él.—¡Abuelo! —exclamó la niña, extendiendo los brazos.Óscar se agachó con una sonrisa orgullosa y la levantó en el aire antes de abrazarla.—Hola, mi princesa. ¿Cómo te has portado?—¡Muy bien! —respondió la pequeña, dándole un beso en la mejilla antes de correr hacia Emma y hace
Andrés entró a su habitación y, sin pensarlo demasiado, comenzó a aflojarse la corbata y quitarse el saco. Se sentía sofocado, no solo por el día pesado, sino también por la rabia y la frustración que hervían en su interior. Con pasos firmes, entró al baño y abrió la regadera, dejando que el agua caliente recorriera su cuerpo, tratando de despejar su mente.Después de un rato, la puerta de la habitación se abrió sin previo aviso. Sandra entró en silencio, sus ojos buscando a Andrés con determinación. Justo en ese momento, él salió del baño con solo una toalla atada a su cintura. Gotas de agua aún recorrían su piel cuando la vio allí, de pie, observándolo con una mezcla de dolor y rabia en su mirada.Sandra no lo pensó dos veces y se acercó a él.—¿Por qué? —su voz sonó quebrada, pero firme—. ¿Por qué me haces esto, Andrés? Mi único error fue haberme enamorado de ti locamente… pero creo que ya no aguanto más.Andrés frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello mojado.—Sandra…—¡S