En ese momento, el teléfono de Camila sonó. Alejandro la miró con curiosidad, pero ella solo dijo en voz baja:—Es mi mamá, voy al jardín.—Está bien, ve —respondió él sin darle mucha importancia.Camila salió y tomó aire fresco antes de contestar.—¿Mamá? ¿Cómo llegaste?—Bien, hija, solo te llamo para decirte que estamos bien. Tu hermana está emocionada de estar aquí.Camila sonrió, sintiendo alivio.—Me alegra mucho, mamá.—Hija, hay algo más… La casa donde vivíamos antes con tu padre está en venta otra vez.Camila se quedó en silencio por un momento. Aquella casa estaba llena de recuerdos, buenos y malos, pero seguía siendo el lugar donde había crecido.—¿Estás segura, mamá?—Sí, hija, acabo de enterarme. Pensé que te gustaría saberlo.Camila apretó el teléfono con fuerza y tomó una decisión sin dudarlo.—Si quieres, la compramos.—¿En serio, hija?—Claro que sí, mamá. En una hora te haré la transferencia a tu cuenta, solo debo hablar con Alejandro.—Gracias, hija, no sabes lo fel
Andrés y su esposa entraron a la habitación en silencio después de acostar a su hija. Él se quitó el saco con un gesto mecánico, sin siquiera mirarla. Sandra se acercó, tomándolo con suavidad para ayudarlo, como tantas noches antes. Pero esta vez, cuando intentó besarlo, él giró el rostro con frialdad.—Déjame en paz —dijo con voz tensa, alejándose de ella.Sandra entrecerró los ojos y cruzó los brazos.—¿Por qué? ¿Por qué sigues actuando como si yo fuera la culpable de todo? —su tono era de reproche, pero sobre todo de dolor.Andrés exhaló con impaciencia, desabrochando los primeros botones de su camisa.—Sabes bien que solo estamos juntos por nuestra hija.Sandra soltó una risa amarga y negó con la cabeza.—¿Y eso te justifica para desear a otra mujer? —Lo miró fijamente, con un destello de desafío en sus ojos—. No tienes que decir nada, Andrés. Lo he visto en tu mirada, en la forma en que sigues a Camila con los ojos, como si quisieras devorarla.Andrés apretó la mandíbula, y por u
Alejandro cerró la puerta con un leve golpe y se quitó la corbata con un gesto impaciente. Su camisa estaba desabrochada en el cuello, y Camila no pudo evitar notar la mancha de lápiz labial apenas visible en la tela blanca. Su estómago se contrajo, pero en lugar de decir algo, desvió la mirada y caminó hacia la cama. —¿Qué sucede? —preguntó Alejandro con voz grave, notando su expresión. —Nada —respondió ella, con un tono seco. Él entrecerró los ojos y dio un paso hacia ella. No iba a dejarlo pasar. La sujetó suavemente por el brazo y la obligó a girarse para enfrentarlo. —¿Estás celosa de ver ese beso en mi camisa? —susurró contra su oído, su aliento cálido rozando su piel. Camila sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero se armó de valor y lo empujó. —Claro que no. Puedes hacer lo que te dé la gana. Alejandro soltó una risa baja y desafiante. —¿Ah, sí? Entonces no te importará esto. En un movimiento rápido, la atrapó entre sus brazos y sus labios se encontraron
Al día siguiente, Alejandro despertó y giró la cabeza hacia Camila, quien dormía plácidamente a su lado. Su respiración era tranquila, su rostro relajado, y su piel aún conservaba el calor de la noche anterior. Instintivamente, Alejandro levantó la sábana y la observó de nuevo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar cada momento compartido."No sabía que eras virgen..." pensó, contemplándola. "Espero no haber cometido un error contigo, mujer."Camila se movió ligeramente y abrió los ojos con lentitud. Lo primero que vio fue a Alejandro mirándola con una expresión difícil de descifrar.—Buenos días —le dijo él con voz grave.Ella le sonrió con timidez.—Buenos días.Pero algo en la mirada de Alejandro la hizo fruncir el ceño.—Te noto pensativo... —murmuró, tratando de descifrar sus pensamientos.Alejandro tardó un segundo en responder.—Cosas de la empresa —dijo, desviando la mirada.Pero Camila sintió que no era solo eso. Algo en su actitud la hacía preguntarse si se arrepen
Camila bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que Isabela no la quería en la vida de Alejandro, que para ella solo era un estorbo, un error dentro de ese mundo al que no pertenecía.Isabela avanzó con lentitud, cruzando los brazos mientras la observaba con una mezcla de frialdad y desdén.—Dime algo, Camila… —su voz era firme, con ese tono autoritario que imponía respeto—. ¿Por qué te entregaste a mi hijo sabiendo que esto es solo un contrato?Camila tragó saliva y apretó los puños a los costados. No tenía una respuesta clara, solo la confusión de sus propios sentimientos.—Yo… yo traté de detenerlo —dijo en voz baja—. Él había bebido un poco y… no pude…—Mírame a la cara cuando hables —ordenó Isabela con dureza.Camila levantó lentamente la vista y encontró aquellos ojos fríos, que parecían atravesarla con un juicio implacable.—Eres una niña tonta —continuó Isabela, inclinándose levemente hacia ella—. Se te ve a leguas que te enamoraste de mi hijo.Camila sintió que
Andrés caminó por los pasillos de la empresa con paso firme, aunque su mente seguía ocupada en lo que acababa de ocurrir en la oficina de Alejandro. Sabía que su primo no confiaba en él, pero eso no significaba que no pudiera manipular la situación a su favor.Al llegar a su oficina, frunció el ceño al ver a Margaret sentada en la sala de espera. Estaba cruzada de piernas, con una expresión seria y expectante.—Margaret, ¿qué haces aquí? —preguntó con evidente molestia.Ella se levantó con elegancia y sonrió levemente.—Vine a hablar contigo.Andrés suspiró y le hizo un gesto para que lo siguiera.—Está bien, pasemos a mi oficina.Al entrar, miró a su secretaria antes de cerrar la puerta.—No estoy para nadie, ¿entendido? —ordenó con tono autoritario.La secretaria asintió, y él cerró la puerta tras de sí. Se acercó a su escritorio y señaló la silla frente a él.—Toma asiento —dijo, cruzándose de brazos—. Bien, te escucho. ¿Qué sucede?Margaret se acomodó en la silla, pero su postura
Justo en ese momento, Alejandro apareció en el jardín. Su presencia, imponente como siempre, llamó la atención de ambas mujeres.Isabela levantó la vista y lo miró con sorpresa.—Hijo, ¿tú aquí a esta hora? —preguntó, extrañada.Alejandro echó un vistazo a su reloj y luego la miró con una media sonrisa.—Es la hora del almuerzo, ¿no es cierto?Isabela entrecerró los ojos y luego dirigió una mirada fugaz a Camila, quien bajó la vista con timidez.—Sí, pero no sueles venir a esta hora…Alejandro ignoró el comentario y, sin más preámbulos, extendió la mano hacia Camila.—Si me disculpa, madre, tengo que hablar con mi esposa.Camila lo miró sorprendida por su tono firme, pero sin dudar, tomó su mano y se puso de pie.Isabela observó el gesto con atención. Alejandro, que solía ser distante con las mujeres, ahora tomaba a Camila con determinación.—Nos vemos luego, madre —dijo él, llevándola consigo sin esperar respuesta.Isabela los siguió con la mirada, sus pensamientos enredándose.Aleja
Al terminar de almorzar, Alejandro subió a su habitación, mientras que Camila decidió ir al jardín con un libro para leer. Andrés, por su parte, se despidió de su hija y de sus padres.Al salir de la mansión, vio a Camila sentada en una banca bajo la sombra de un árbol. Quiso acercarse, pero se contuvo. Prefirió esperar.Mientras tanto, Alejandro, al notar que Camila no había subido a la habitación, bajó nuevamente. Con el ceño fruncido, buscó a su madre.—Mamá, ¿dónde está Camila?Isabela levantó la mirada de su taza de té y respondió con calma:—Creo que está en el jardín.Alejandro no dijo nada más y caminó con paso firme hacia la terraza. Apenas cruzó la puerta, su mirada encontró a Camila, quien leía tranquilamente. Sin embargo, lo que le molestó fue ver a Andrés no muy lejos de ella, mirándola con un interés que Alejandro no pasó por alto.Apretó la mandíbula y avanzó hasta donde estaba Camila. Se inclinó ligeramente y cerró su libro con suavidad.—¿No es incómodo leer aquí afue