Andrés y su tío Carlos salieron del hospital con paso apresurado. El aire de la noche estaba cargado de incertidumbre y preocupación. Las luces parpadeantes de los postes de la calle iluminaban tenuemente el estacionamiento mientras buscaban su auto.Al encontrarlo, Andrés desbloqueó las puertas y ambos se subieron. Apenas se acomodaron, el sonido del teléfono rompió el silencio del auto. Andrés sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta y miró la pantalla. Era el abogado.Sin pensarlo dos veces, deslizó el dedo para contestar.—¿Aló? —preguntó con la voz cargada de ansiedad.—Señor Ferrer, le hablo para informarle sobre la situación de su primo. —La voz del abogado sonaba tensa al otro lado de la línea.—Dígame que tiene buenas noticias —pidió Andrés, sujetando con fuerza el volante, sintiendo que su paciencia pendía de un hilo.El abogado suspiró.—No se preocupe, señor Ferrer. Ya hablé con uno de mis colegas, y él se está encargando en este mismo momento de liberar al señor Alejandr
Ya está todo listo.Adrien conducía con el ceño fruncido, su mandíbula tensa mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, y cada segundo que pasaba lo acercaba más a un punto de no retorno.De repente, su teléfono sonó.El nombre de Álvaro Gutiérrez apareció en la pantalla. Adrien apretó los dientes antes de contestar.—¿Qué pasa ahora? —su tono era seco, impaciente.—Tranquilo, muchacho —respondió Álvaro con su tono calmado y calculador—. Solo quiero asegurarme de que no vayas a cometer una estupidez.Adrien respiró hondo para contener su frustración.—Estoy en camino.—Bien. Pero escucha con atención. He retrasado la salida de Alejandro de la cárcel. Su abogado movió todo para sacarlo bajo fianza, pero logré alargar el proceso unas horas más.Adrien frunció el ceño.—¿Cómo diablos hiciste eso?Álvaro soltó una risa baja.—Digamos que tengo contactos dentro del sistema. No preguntes detalles. Lo importante es que Alejandro sigue tras las reja
La noche era fría y el cielo estaba cubierto por un manto oscuro que apenas dejaba pasar la luz de la luna. Andrés conducía con el ceño fruncido, su mandíbula tensa y las manos firmemente sujetas al volante. A su lado, Carlos respiraba profundamente, tratando de calmarse, pero era evidente que la situación lo afectaba más de lo que quería admitir.El trayecto hacia la delegación se hizo eterno. El tráfico nocturno parecía ralentizar cada minuto, y cada semáforo en rojo solo aumentaba la frustración de Andrés. Cuando finalmente llegaron, estacionó el auto de golpe y salió rápidamente, sin siquiera esperar a su tío.—Vamos, tío —dijo, cerrando la puerta con fuerza.Carlos suspiró y salió con más calma. Su andar era pausado, no solo por la edad, sino por la carga emocional que llevaba encima. Entraron juntos a la delegación, un lugar iluminado con luces blancas y frías, que le daban un aire aún más sombrío al ambiente. Un par de oficiales estaban sentados en escritorios desordenados, rev
El oficial a cargo estaba en su despacho, un espacio pequeño con apenas un escritorio desordenado, un par de sillas gastadas y una lámpara de luz tenue que iluminaba apenas los documentos apilados frente a él. Sus dedos tamborileaban contra la madera del escritorio, su mente enredada en una batalla interna.Desde afuera, los gritos de Andrés aún resonaban en la estación. Sabía que la tensión estaba aumentando y que, si seguía reteniendo a Alejandro sin justificación, pronto habría problemas más serios. Tragó saliva con dificultad y tomó el teléfono con manos ligeramente sudorosas.Marcó un número que conocía bien, un número que solo debía usarse en situaciones extremas.El tono sonó varias veces antes de que una voz grave y pausada respondiera del otro lado.—¿Qué sucede? —La voz de Álvaro Gutiérrez era fría, calculadora.El oficial sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía con quién estaba hablando y, más importante aún, sabía de lo que era capaz ese hombre.—Señor... —dudó u
El sonido de unos pasos resonó en el pasillo frío y silencioso de la estación. Alejandro estaba sentado en el borde de la litera de su celda, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada clavada en el suelo. Sus pensamientos iban y venían, como un torbellino de dudas y sospechas.De pronto, el sonido metálico de unas llaves girando en la cerradura lo sacó de su ensimismamiento.—¡Alejandro Ferrer! —llamó una voz firme.Alejandro levantó la cabeza lentamente y se encontró con la mirada inexpresiva del oficial que se paraba frente a la reja. Se puso de pie con calma y avanzó un par de pasos.—Soy yo —respondió con voz ronca, su garganta seca por la tensión de las últimas horas.El oficial miró un documento que sostenía en la mano y luego asintió.—Estás en libertad.Por un momento, Alejandro no reaccionó. Su cuerpo seguía tenso, esperando alguna trampa, alguna nueva jugarreta para mantenerlo allí.—¿Así de fácil? —preguntó con cautela.El oficial no respondió, simplemente introduj
Adrien caminaba de un lado a otro en el pasillo del hospital, con el ceño fruncido y las manos crispadas en los bolsillos de su chaqueta. Su corazón latía con fuerza, como si presintiera que algo estaba a punto de salirse de control. Miraba con nerviosismo a su alrededor, observando a las enfermeras que iban y venían, a los pacientes en camillas y a los familiares que esperaban noticias. Pero él solo estaba atento a una cosa: a la habitación de Camila. Sabía que el tiempo se estaba agotando. Los médicos de Álvaro ya habían terminado su trabajo y en cualquier momento darían la noticia de que Camila había muerto. Pero Adrien tenía un problema: el doctor Ramos. No sabía si el hombre trabajaba para Álvaro o si simplemente era ajeno a todo este complot. Y eso lo inquietaba. Justo en ese momento, vio al doctor Ramos salir de la sala de cuidados intensivos. Llevaba una carpeta en la mano y su rostro mostraba una expresión serena pero cansada. Adrien sintió que tenía que actuar con cautela.
EL ANUNCIO QUE QUEBRÓ SU ALMALos pasillos del hospital estaban en completo silencio, solo interrumpidos por el sonido de pasos apresurados y el incesante pitido de las máquinas que mantenían con vida a los pacientes. La tensión se respiraba en el ambiente. En una de las habitaciones, los doctores enviados por Álvaro terminaban su labor. Habían preparado todo para hacer creer que Camila había muerto. Uno de ellos salió al pasillo con el rostro serio y se acercó a la enfermera encargada.—Por favor, informe a los familiares que la paciente Camila Morales ha fallecido. Hicimos todo lo posible, pero no respondió al tratamiento.La enfermera sintió un nudo en la garganta y asintió con pesar. Saldría a dar la terrible noticia sin saber que todo formaba parte de una conspiración.Mientras tanto, en la entrada del hospital, Alejandro bajó del auto con paso acelerado. Su corazón latía con fuerza. Sabía que Camila estaba grave, pero se negaba a aceptar la posibilidad de perderla. Caminó con pa
Adrien se quedó inmóvil junto al cuerpo de Camila. Sin darse cuenta, sus lágrimas comenzaron a caer, deslizándose lentamente por su rostro. Su pecho se agitaba por la impotencia, por el dolor que le perforaba el alma. Apretó los puños con fuerza y cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera detener el temblor que se apoderaba de su cuerpo.Alejandro, con la mirada enrojecida y la respiración agitada, lo vio inclinarse sobre ella y sintió una punzada de rabia e indignación recorrer su cuerpo. Dio un paso adelante y con voz ronca, cargada de dolor, le dijo:—No te acerques a ella.Adrien levantó la mirada, su expresión era un reflejo de su propia miseria. Tragó saliva y con voz baja, pero firme, respondió:—Creo que no es el momento ni el lugar para esto, Alejandro.El silencio que siguió fue denso, casi sofocante. El ambiente en la habitación era sombrío, con la tenue luz del pasillo filtrándose a través de la puerta entreabierta. Se respiraba dolor, un sufrimiento que parecía impregnar