Rayne Bell se rio entre dientes con frialdad.

“Pero te lo advierto. No te devolveremos el dinero una vez hecha la transacción”.

“¡Puedes llevarte al paciente contigo, pero no vamos a devolver el depósito!”.

“¡Ahora vete!”.

“¡Deja de ser una molestia!”.

La expresión de Irene Johnson era fría como el hielo después de escuchar esas palabras.

“¡Te estás pasando de la raya!”.

“¡¿No vas a salvar al paciente, ni vas a devolver el dinero?!”.

“¡Te demandaré!”.

“¡¿Me demandarás?!”.

Rayne se pintó las cejas antes de señalar los números de la pared.

“¡Todos los números de teléfono de la administración y de la comisaría están aquí!”.

“¡Llama a quien quieras!”.

“¡Si siquiera puedes asustarme, me arrastraré delante de sus caras!”.

“¡¿Crees que unos cuantos forasteros pueden alardear en un lugar como este?!”.

“¡Veamos si alguien responde tu llamada!”.

Rayne mostraba una mirada desdeñosa.

Ya estaba acostumbrada a estafar dinero de los bolsillos de los turistas.

Aunque hubiera turistas