Después de tres horas y cincuenta y siete minutos, de varias caídas en el cerro, por parte de algunos de nosotros, de llenar nuestras botellas en cada riachuelo y terminar mojándonos mientras nos tirábamos agua, de reírnos a más no poder por las bromas que íbamos dejando en el camino y de pasarlo muy bien entre amigos, llegamos a la base de las Torres del Paine. Era un lugar mágico, definitivamente.Mientras los chicos dejaban los bastones en alguna roca enorme que habían encontrado, me alejé para caminar hasta la orilla del lago.—Arthur… Espero que estés conmigo en este momento y puedas ver la maravilla que mis ojos están viendo en este preciso instante— respiré hondo y cerré los ojos.Una brisa bajó desde la cumbre del cerro que estaba a un costado y fue como si Arthur me respondiera. Crucé mis manos detrás de mi cabeza y disfruté de la brisa. Para mí, era mi Arthur acompañándome en cada paso que daba. Me sentí emocionada y profundamente conmovida por el momento y una lágrima rodó
Cuando regresamos de esas pequeñas vacaciones grupales, sentí que podía, al fin, continuar con mi vida. Tranquilamente y sin culpas. Máximo estuvo todo el vuelo de regreso, en cada avión al cual nos subimos, corriéndome mano por debajo de nuestras chaquetas. Fue realmente un juego de niños chicos, pero debía reconocer, que me había divertido muchísimo. Nadie se había dado cuenta de nada, afortunadamente. Las azafatas fueron el real problema. Habían quedado flechadas con Máximo y cada cierto tiempo, iban hasta nuestros asientos a preguntarnos si se nos ofrecía algo extra para consumir. Definitivamente, apenas llegáramos a Estados Unidos, yo iba a comprar un avión privado. Yo sí era celosa, no con esa clase de celos enfermizos, pero sí me disgustaba que otras personas vieran a mis novios como si fueran un plato de papas fritas.Cuando ya íbamos arriba del último avión que debíamos tomar para llegar a casa, una de las azafatas nos preguntó si queríamos consumir algún producto de la carta
El sábado en la mañana, desperté nuevamente adolorida. Pensé que ya había sido suficiente por dos noches, necesitaba descansar y reponer mi cuerpo, y también dejar que mis marcas en el cuerpo sanaran tranquilamente. Máximo estuvo de acuerdo conmigo, en dejar que mis marcas sanaran y se borraran, pero en dejar de hacer el amor, “eso sí que no”, fue lo que me respondió.—Si quieres te lo hago lento y con calma, pero dejar de hacerlo, eso jamás. Me niego rotundamente.—Es mi cuerpo y no me puedes obligar— le dije mientras enarcaba una ceja, con postura desafiante.—Ivanna ¿Por qué me haces esto? — me dijo con cara de perrito triste, cosa que provocó una risa en mí.—Está bien, yo tampoco quiero dejar de hacerlo, pero júrame que no habrá más sexo salvaje hasta que yo lo decida— le respondí de brazos cruzados.—Lo juro, será cuando tú quieras. Sabes que siempre estaré listo— me dijo con voz sensual mientras se acercaba a mí en la cama.—Ah, ah— le dije negando con el dedo y tocando su fren
— ¡Vaya! Creo que no volveré a ver a Ignatius de la misma manera— le contesté pensativa.—Espera… De todo lo que te conté ¿solo retuviste eso? — me preguntó con el ceño fruncido.—Claro, siempre lo creí un engreído, pero él es así por tú culpa, Máximo— le dije riéndome, lo que provocó la risa en él también. Se acercó a mí y comenzó a hacerme cosquillas. Me estaba quedando sin aire de tanto que me reía y le pedí que, por favor, se detuviera. Máximo lo hizo y quedó encima de mí. Lo miré y acaricié su rostro suave como la seda. Nos fundimos en un beso largo, en donde nuestras lenguas bailaban deseosas de algo más.No nos habíamos dado cuenta de que ya era de noche y yo comencé a temblar del frío. Máximo me tomó en brazos, me hizo enredar las piernas en su cintura y caminó devuelta a la habitación. Con mucha delicadeza, me dejó sobre la cama y me hizo el amor lentamente, con mucha pasión, cuidando de no lastimarme nuevamente.Desperté por los besos que máximo me daba en la espalda, esa ma
Esa noche me acosté feliz y satisfecha. Me negaba a volver a ser esa Ivanna que había estado deprimida y depresiva tanto tiempo. Esta nueva etapa en mi vida me tenía ansiosa, pero a la vez contenta. Quería vivir el amor de pareja nuevamente, ese amor que era cómplice, que era puro y real. Llevaba unos quince minutos recordando lo que había sido esta semana, recordando los besos y las caricias de Máximo, cómo me había hecho el amor suave y salvajemente, cómo nos compenetrábamos juntos, cuando sonó mi teléfono. Era una llamada de Máximo. Ahora que lo pensaba, jamás nos habíamos llamado, solo nos habíamos enviado mensajes de texto. Me acomodé en la cama y contesté.— ¿Ya me extrañas, mi amor? — le dije apenas contesté la llamada.—Ya lo sabes— me dijo. Su voz sonaba ronca y demasiado seductora a través del teléfono.— ¡Oh por dios! ¿Te has escuchado? — le pregunté y él se puso a reír.— ¿Por qué? — me respondió.—Tu voz suena demasiado seductora ¿Ni siquiera has escuchado las notas de vo
Me desperté a las seis con treinta minutos, cuando sonó la alarma de mi teléfono. Estaba muy cansada, porque solo había dormido unas cinco horas. Lo de Máximo me había estresado demasiado, pero debía levantarme igual y cumplir con mis obligaciones. Ya había estado ausente siete días y eso, por el momento, había sido suficiente. Me metí a la ducha inmediatamente, porque si seguía en la cama acostada, me iba a volver a dormir. Ese día tenía muchas cosas qué hacer y entre ellas, estaba hacerle una visita a Apolo.Cuando estuve lista en la ducha, me fui al armario. Como debía visitar a Apolo, decidí vestirme adecuadamente para la ocasión. Un traje en color negro completamente me daría la imagen que yo necesitaba ese día, junto a un aire de maldad y venganza. No le haría daño físico, claramente, pero sí lo quería asustar mencionándole los contactos de los que yo gozaba en el mundo empresarial. Cuando estuve lista para comenzar el día, me miré por última vez en el espejo de pie, que había e
La mañana pasó rápido. A las doce del día y no sé por qué motivo, mientras estaba leyendo unos papeles que debía firmar, recordé el pensamiento que había tenido en mi encuentro con Máximo durante la mañana. Volví a imaginarme a otras mujeres, en su oficina, mirándolo descaradamente, usando faldas demasiado cortas, siendo coquetas con él. No sabía qué me pasaba, porque con Arthur solo sentí celos una vez, cuando recién comenzamos a salir juntos. Luego de eso, me sentía tan segura de la relación que teníamos, que me daba igual si alguna otra mujer lo miraba. Después de analizarlo unos minutos, llegué a esa conclusión, que yo no me sentía segura aún. Pero me calmé, pensando en que era muy pronto aún para pensar en que Máximo podría serme infiel. Después de todo, recién llevábamos un par de días como novios. Miré el reloj de la pared de mi oficina y ya eran las doce con quince minutos. Llamé a Lucía al teléfono y le pregunté si teníamos alguna reunión en ese momento.—Tienes una reunión a
Caminé hacia donde me indicó Mercedes y llegué al escritorio de la tal Susan. Mientras me iba acercando, la tal Susan se levantó de su asiento para ir a buscar unos papeles a un mueble que había cerca de su escritorio. Era alta, misma altura que yo, según pude ver, rubia, delgada y con un maquillaje excesivo, pero que la hacía ver guapa. Se veía mucho más joven que yo. No lo podía negar, la chica era estupenda, pero su mirada y su presencia, me dieron muy mala espina en aquel momento. Estaba segura de que esa chica, me causaría problemas en un futuro. Lo sentía en mis entrañas. Vestía una falda demasiado corta para utilizar en una oficina. Juraría que se le veía todo cuando se sentaba, y su camisa estaba demasiado ajustada, dejando casi nada a la imaginación de las personas. Cuando llegué hasta su escritorio la saludé cordialmente. Quería ver su carácter y esperaba equivocarme con ella.—Buenas tardes, Susan— la chica me quedó mirando y enarcó una ceja, cosa que me desagradó inmediata