—¡Dra. López!—Julio rechinó los dientes por la rabia. Pero a Sofía no le importaba. De verdad no le importaba si Julio estaba bien, es más, deseaba verlo entrar en pánico, pero como doctora, no podía hacerle algo así a un paciente. Sí, a un paciente. A sus ojos, Julio era un paciente en ese momento. Nadie se desmayaría por miedo a la oscuridad a menos que tuviera problemas psicológicos graves o hubiera experimentado algo que le hiciera reaccionar negativamente ante la oscuridad. —Era una broma, no se lo tome en serio —Sofía devolvió el teléfono y dijo con seriedad: —Aunque usted no me cae bien, no soy de las que echan sal en la herida de nadie y tampoco me gusta aprovecharme de la gente. Julio acunó el teléfono entre las manos y la miró. —Acabas de admitir que no te caigo bien. —Pues sí. Igual no hay mucho que admitir. En la oscuridad, sin nadie alrededor, los dos empezaron a hablar como un par de amigos. —¿Por qué? —preguntó Julio—. No recuerdo haberte hecho daño.
—Cuéntame—La curiosidad de Julio se despertó. Alguien le estaba haciendo una sugerencia. Esto era nuevo para él. —No creo que usted sólo tenga miedo a la oscuridad. Puede que haya algunos problemas subyacentes. Debería visitar a un terapeuta—dijo. No era un gran problema, pero tampoco era insignificante. Con alguien tan estresado como Julio, tener algo atrapado en el corazón lo empeoraría. Ella lo había dicho con buenas intenciones, pero sus palabras hicieron que el rostro de Julio se ensombreciera al instante. Emanaba un aura capaz de hacer temblar a cualquiera. Ella no tuvo más remedio que seguir diciendo: —Es sólo algo a lo que se enfrenta mucha gente, no es para tanto, Sr. César. No tiene por qué ponerse tan a la defensiva. —¡Ya basta!— rugió Julio. Miró con odio a Sofía como si fuera su enemiga —. No tienes por qué preocuparte de mis problemas—giró y cerró la puerta de un golpe. —¿Qué carajo le pasa a este hombre?—Sofía se quedó muda y enfurecida. De vuelta en la hab
Al día siguiente, en el hospital, Sofía recibió una llamada de Francisco justo después de finalizar una intervención quirúrgica. —Te están investigando—le dijo—. Y esa gente es muy buena. No puedes ocultar tu ubicación en el país durante mucho más tiempo. Sofía estaba intrigada. —No pasa nada, Francisco. ¿Y qué si me descubren? No hay nada que ocultar. —Creía que no querías que Julio descubriera quién eres en realidad—dijo Francisco en tono juguetón. Sofía sonrió con indiferencia. —En realidad no me importa que lo haga. Y si no pregunta, no sacaré el tema. Por las palabras de Francisco, sospechaba que era Julio quien la estaba investigando. Era muy posible. —¿Estás ocupada últimamente? Parece que tienes que operar todos los días—dijo Francisco. Como últimamente no ha estado en el país, no estaba al día con Sofía. —Sí, pero está bien. Me impide pensar demasiado y me ayuda a distraerme. Hablaron un rato más antes de despedirse. Sofía se disponía a continuar con su traba
Se miraron el uno al otro durante un rato. Sofía vio un destello de odio en sus ojos. Estaba segura de que no había hecho nada contra él, y mucho menos nada que pudiera provocar su ira. ¿Cuál era el origen de su rabia? ¿Era Julio? En un instante, pareció comprender algo. —A mí tampoco me interesa Julio—respondió ella—. No sé qué rencor se guardan el uno al otro, pero yo no quiero saber nada. —No le demos más importancia. Estás pensando demasiado. Es sólo que me gustas—Dante volvió a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos. Su conducta alegre no se parecía en nada a la de alguien que querría matar a su propio padre. —Bueno, me temo que tengo que rechazar tu amabilidad—dijo. Dante no estaba enfadado. Se levantó, sonriendo. —No pasa nada. Aún hay tiempo. Creo que algún día conseguiré gustarte. Tras decir esto, salió del despacho antes de que Sofía pudiera replicar. Sofía se quedó sin habla. Vaya día. Tenía otra cirugía programada para esa tarde. Justo cuando se disp
Sofía pensó que la mujer que tenía delante era demasiado extraña. Su hijo estaba completamente bien, pero ella insistía en operarle. Era extraña en todos los sentidos. En ese momento, una mano pequeña y cálida haló de ella. Sofía giró para ver que era el adolescente que estaba en la cama. Preguntó con cariño: —¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? —No quiero operarme—dijo en voz baja, como si temiera que su madre lo oyera. Los ojos de Sofía se oscurecieron al escuchar eso. Había algo más en juego, pero su teléfono sonó antes de que pudiera decir nada más. Era una llamada del quirófano para recordarla que tenía una operación. Al instante sintió que le dolía la cabeza. —Por favor, vaya a operar a la otra paciente, doctora López. Yo me encargo de esto—dijo el médico. Sofía miró a la familia del paciente, que se agolpaba en torno a la puerta, y a Fernando Lorenzo, que estaba en la cama. — No te preocupes. No hace falta operarte—le aseguró. —Sólo escucha a este médico y te va a cur
Al ver que Julio estaba furioso, Dante no se atrevió a provocarlo más. No era rival para Julio, pero no iba a dejarlo pasar así como así. Quería aprovechar la oportunidad para humillarlo.Él no estaba a la altura de Julio, pero era de los Fernández. Podría ser una pelea justa entre ambas familias.—¿A qué has venido?—Julio se quedó mirando las rosas rojas que tenía en las manos. Las rosas eran tan rojas y tenían un color tan brillante que le hicieron doler los ojos.Dante se encogió de hombros. Miró hacia el quirófano. —Persigo a la mujer de mis sueños, por supuesto. ¿que crees?¿La mujer de sus sueños? En una sola noche, la doctora López se había convertido para él en la mujer de sus sueños. —Te he advertido que te mantengas alejado de ella—Julio dijo con tono iracundo. Si no fuera por la gente que los rodeaba, le habría dado un puñetazo en la cara a Dante. Dante puso los ojos en blanco y se quejó: —¿No está siendo demasiado controlador, señor César? ¿Tiene alguna relación
—¿Qué ha pasado?Una fuerte sensación de inquietud invadió a Sofía. Los latidos de su corazón no pudieron evitar acelerarse. —Algo le ha pasado al chico de esta tarde—Camila estaba ansiosa—. Después de que te fuiste, su madre insistió en cambiar de hospital. No tuvimos más remedio que acceder. Pensábamos que sólo era una conmoción cerebral leve, así que no importaría que fueran a otro hospital. Pero entonces el centro de urgencias recibió una llamada diciendo que había un paciente en un hospital privado con una hemorragia craneal masiva. Preguntamos por el nombre del paciente y nos enteramos de que era el niño. Su madre lo llevó a un hospital privado para que lo operaran. La expresión de Sofía cambió radicalmente. Preguntó impaciente: —¿Dónde está ahora mismo? —Todavía está de camino. Los paramédicos de la ambulancia dicen que es muy grave y que debemos estar preparados. Por eso vine a buscarte —dijo Camila. Sofía no tuvo tiempo de averiguar cuál era la verdadera intención d
Tras decirle esto a la mujer, Sofía se dirigió hacia el paciente. En la camilla, el niño, que había estado tan lleno de vida esta tarde, yacía ahora inmóvil. Estaba tan pálido que a cualquiera le dolería el corazón al verlo. —Llévenlo al quirófano ahora mismo —ordenó Sofía. Pero entonces, la mujer volvió en sí, empezó a impedir a Sofía. —No voy a dejar que toques a mi hijo. No te atrevas. Está así por tu culpa. ¿Quieres matarlo?Mientras hablaba, su mirada se desvió hacia la camilla. En su pecho ardía una oleada de exasperación. ¿Por qué no estaba muerto todavía? Si en el otro hospital no tuvieran miedo de asumir la responsabilidad, ella no lo habría trasladado aquí. Simplemente habría arrastrado su cadáver, y la doctora López no se haría la lista con ella ahora. —¿Estás enferma?, maldita sea, tu hijo se está muriendo, pero no nos dejas salvarlo. ¿Lo quieres muerto?—Camila no pudo resistirse más. Deseó darle un golpe a la mujer. — ¡Lárgate!—Sofía reprimió su ira, deseosa d