Capítulo 2

Narrador:

Un nuevo día asomaba y con él nuevas oportunidades. Victoria saltó de la cama derecho a darse otro baño. Desayunó muy bien y se dirigió a la calle, pues debía conseguir algún trabajo para sustentarse y, más allá que le fascinaba la casa, encontrar un lugar donde vivir y dejar su condición de usurpadora. Recorrió las calles durante todo el día, tratando de ver algún lugar que tuviera un cartel de que buscaba empleados. Pero no tuvo éxito. Cuando se estaba dando por vencida e iba rumbo a su nuevo hogar, pasó por la puerta de la ONG de la que le había dejado, aquel tan simpático joven, la tarjeta. Lo meditó por unos segundos, respiró hondo y entró. Allí estaba Pablo, el chico de la noche anterior. Acomodaba unas sillas formando un círculo. Al escuchar los pasos de Victoria, levantó la vista y le regaló una enorme sonrisa.

– ¡Qué bueno que vinieras! – se acercó a ella y le estiró la mano, la joven se la estrechó y éste se la sacudió con entusiasmo – me alegra mucho que aceptaras mi invitación. Ya vamos a empezar la reunión

– Mira, yo no vine por eso, no soy adicta – Pablo volvió a sonreír – no sonrías, de verdad no lo soy. Me fui de mi casa huyendo de mi hogar, donde estaba por recibir todo tipo de abusos.

La risa del joven se borró de un plumazo

– Disculpa, como te vi en la banca, hice lo que le digo a todos que no hagan, prejuzgar. Muero de vergüenza – tomó la mano de Victoria y se la llevó a la boca para darle un beso en ella, pero la joven se la retiró impidiéndole así que lo hiciera. Le frunció el ceño y le respondió

– Tranquilo, no es necesario que te disculpes – trató de sonreír pero le salió una mueca forzada – he venido porque necesito trabajar y tu tarjeta decía que ayudan con eso 

– Sí, claro, pero ven siéntate – dijo mientras le señalaba una de las sillas – mira ya vienen los chicos, quédate a la reunión y luego hablamos tranquilos – Victoria lo dudó unos segundos, pero asintió con la cabeza y se sentó

– De acuerdo, me quedaré – Pablo le sonrió

– No vas a arrepentirte.

De a poco fueron llegando los jóvenes, eran de diferentes edades y sexo. Había chicos, chicas, gay, trans y una chica un poco indefinida aún. En total eran unos 20. La reunión comenzó un poco tensa, pero luego se fue relajando y se hizo muy amena. De pronto la puerta se abrió de forma violenta y de par en par. Por ella entraron 2 hombres, uno muy joven y el otro un poco más adulto, pero no demasiado tampoco. El joven iba vestido de forma casual pero con la ropa desarreglada debido a que el otro lo estaba trayendo de un brazo casi a rastras. El mayor estaba metido dentro de un impecable traje de sastre, se notaba mucha clase y dinero. Su cabello era negro y muy corto, rasurado de una forma excelente. Su rostro parecía cortado por un cincel de algún escultor detallista, y unos enormes ojos azules debajo de unas espesas cejas, muy bien cuidadas terminaban de adornarlo. En definitiva, era perfecto. Victoria sintió su cuerpo estremecer cuando se cruzaron por unos segundos sus miradas.

– Perdón que interrumpa, pero este imbécil no quería venir

Lo tomó de los hombros y lo sentó en una de las sillas. Luego se paró detrás de él apoyándole sus manos en los hombros y cada vez

que el joven trataba de pararse, el señor perfecto, lo obligaba a sentarse.

– Tu no vas a ir a ninguna parte, aunque tenga que venir a todas las reuniones y quedarme contigo – no dejaba de repetirle

El chico se veía descarrilado y sin mucho interés de encaminarse nuevamente en la vida. Pero el señor perfecto estaba empecinado en lograrlo aunque tuviera que obligarlo. Victoria había quedado fascinada con él, no dejaba de mirarlo, pero él parecía no haber notado siquiera su presencia. Aunque de vez en cuando levantara la vista y la mirara, pero con una mirada por demás inexpresiva, aun así hacia que ella se estremeciera y su corazón se agitara cada vez que se encontraba con sus ojos. El chico sometido, se había dado cuenta de la situación y la miraba con una sonrisa cómplice. Al notarlo ella se ruborizó de pies a cabeza. El estalló en una carcajada.

– ¿Quieres compartir con el grupo lo que te causa gracia? – interrogó Pablo. El joven volvió a reír – vamos no nos dejes con la duda

Victoria le negó con la cabeza suplicándole silencio, eso divirtió más al joven

– Ya, no seas idiota y diles a todos de que te ríes – ordenó el señor perfecto

– De ella – y señaló a Victoria con el dedo – que cada vez que tú la miras se pone colorada como un tomate.

Entonces, señor perfecto, levantó la mirada y la clavó en los ojos de la joven

– Y eso, ¿por qué sería? –

– Puede ser por dos cosas –

– A ver ilumínanos – interrumpió Pablo

– O la intimidas, como lo haces con todos o le gustas – sonrió maliciosamente – yo creo que es más lo segundo que lo primero

Esta vez era el señor perfecto quien se sonrojaba

– No me jodas, Franco, a ti te gusta 

– No digas estupideces

– Aquí no se dicen nombres – rezongó Pablo

Victoria estaba muerta de la vergüenza, lo único que atinó a hacer fue ponerse de pie y dirigirse a toda prisa hacia la puerta. Cuando estaba en la vereda sintió que una mano le tomaba el brazo obligándola a detenerse.

– Discúlpalo, es un imbécil – a voltearse se percató que era el mismísimo señor perfecto quién la detenía

– No se preocupe, igual ya tengo que irme –

– Deja que te lleve para redimirme 

– No, que va, vuelva con el otro joven, se ve lo necesita 

– Es mi hermano y es un idiota que para llamar la atención se droga hasta perder el conocimiento 

– Una pena, tan joven – miró la mano que aún la detenía - ¿me permite?, se me hace tarde 

– ¡OH, sí!, perdón –

Al soltarla ella siguió su camino. Él pensó en seguirla, pero su hermano lo necesitaba, así que sacudió la cabeza y entró al salón

nuevamente. Esta vez no se paró a sujetar a su hermano, solo se sentó en la silla que Victoria había dejado vacía. No podía sacarse de la retina esos ojos celestes que le parecían asustados.

“Que criatura tan exquisita, podría perderme en esos ojos. ¡Soy un imbécil!, no me presenté, ni siquiera le pregunté su nombre”

La reunión había acabado y los hermanos se dirigían a su casa. En el coche fue el joven quien rompió el silencio.

– Es preciosa, ¿verdad? –

– ¿Quién? – trató de disimular el hecho que de que no había dejado de pensar en ella

– Vamos, Franco, no me jodas – rió – la chica que seguiste a la vereda, nunca te vi seguir a una mujer con tanta velocidad

– Luciano, eres un idiota, la ofendiste y traté de reparar el daño

– Yo no la ofendí, solo hice una observación. Es que no te quitaba los ojos de encima, y cuando se dio cuenta de que la vi, se sonrojó hasta las orejas. Y creo que a ti también te gusta

– Ya no digas tonterías, reconozco que es linda, pero nada más. Tengo cosas más importantes de que ocuparme –

– Cierto, tienes que elegir con cuál de las pitucas casarte.

– Ya deja de tonterías 

– No son tonterías, Franco, hay rumores de que eres gay, y eso no es bueno para los negocios. Por eso la abuela está tan interesada en casarte con alguien cuanto antes.

– Eso no pasará. Ahora calla que ya llegamos 

Victoria:

¡Oh, por Dios!, ¿qué fue eso?, ¡qué hombre tan perfecto! Esos ojos me consumieron. Él nunca se fijaría en mí, pero yo con gusto dejaría que me hiciera suya en cualquier callejón oscuro.

Pero ahora debo volver a la realidad, tengo que conseguir un trabajo y un lugar donde vivir, aunque podría acostumbrarme a ésta

“pocilga de ricos”. Hoy fue un fracaso, mañana lo intentaré nuevamente.

Franco:

¿Por qué, si he estado con infinidad de mujeres, no puedo sacarme esa joven de la cabeza?

– Franco, tesoro, haz vuelto temprano hoy. ¿No sales con Carla?

– No, abuela. Estoy cansado y quiero acostarme ya 

– ¿Sin comer?

– Sin comer, no te preocupes, estaré bien – Me acerque a ella y le di un beso en la frente – que descanses, abuela, nos vemos mañana 

– Hasta mañana, hijo, que descanses.

Entré en mi habitación, me di un largo baño, traté de alejarla de mis pensamientos pero no pude lograrlo, cada vez que cerraba mis ojos la veía, allí, sentada en la silla, mirándome con descaro. Me metí en la cama y traté de trabajar un poco desde mi laptop, me fue imposible. Cerré la computadora y traté de dormir, pero otra vez su

imagen me perturbo, a tal punto que hizo reaccionar a mi entrepierna. Nunca me pasó hasta ahora, que solo con pensar en una mujer me excitara a tal punto de tener una erección completa. No pude evitar tomarlo y agitarlo mientras me imaginaba besándole es largo y sensual cuello. Sus redondos senos erguidos mientras me metía en su boca estallaron en mi imaginación haciendo que me corriera como si fuera un adolescente masturbándose por primera vez.

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