Capítulo 2
—¡Terrible noticia! ¡Dolores se lanzó al mar! —gritó alguien y todos los invitados comenzaron a agitarse.

Antes, yo habría armado un escándalo solo por ver a Leonardo hablando con otra mujer, ni hablar de saltar al mar para rescatarla. Pero ahora no tuve reacción alguna, porque sabía que Dolores estaba montando una escena.

Poco después, Leonardo entró abrazándola. Ambos con la ropa desarreglada y totalmente empapados. Los ojos de Dolores estaban enrojecidos, llenos de resentimiento, y sus labios hinchados evidenciaban que alguien la había besado con intensidad.

—¿Lo ves? —preguntó Leonardo, con tono gélido, mirándome fijo —. Tus métodos crueles la obligaron a lanzarse al mar.

Los miembros de la mafia nos rodeaban observando el espectáculo. Algunos reían en voz baja, mientras otros me observaban con interés, como esperando que enloqueciera.

—Ah, ¿sí? ¿Entonces por qué sigue viva? —pregunté con calma, mirándolos a ambos con indiferencia.

El rostro de Dolores cambió, y un destello de culpabilidad cruzó su mirada. Inmediatamente, se aferró al brazo de Leonardo, mientras, con voz frágil, decía:

—Leonardo, estoy bien. Esto no tiene nada que ver con Victoria.

Los ojos de Leonardo se volvieron gélidos. Al segundo siguiente, me agarró de la muñeca con tanta fuerza que casi me hizo tropezar.

—En ese caso, tú también deberías probar la sensación de caer al mar.

Apenas terminó de hablar, me cargó sobre su hombro y caminó hacia el muelle.

El viento frío golpeaba mi cara mientras las luces del salón quedaban atrás y el mar oscuro nos rodeaba, y, sin preámbulos, me lanzó al agua con violencia.

El agua helada me envolvió al instante. El dolor asfixiante entumecía mis extremidades, mientras mis pulmones parecían desgarrarse y las olas me zarandeaban arriba y abajo. Luché con desesperación mientras escuchaba los gritos de la multitud y sentía sobre mí... la fría mirada de Leonardo.

El tiempo se volvió eterno. Y, cuando mi conciencia comenzaba a desvanecerse, una mano fría me agarró y me sacó del agua, arrojándome sobre las tablas del muelle, en donde comencé a toser con violencia, sintiéndome completamente humillada.

Leonardo me miraba desde arriba, con una mueca despectiva en sus labios.

—Deja de hacer dramas —dijo, con voz ronca y fría, agachándose y acercándose a mi oído, mientras me colocaba un anillo en mi palma—. Si te portas bien, te daré la boda. Al menos, nominalmente, todos pensarán que eres mi esposa.

—¿Y quién es la que realmente quieres desposar? ¿Dolores? —pregunté, alzando la mirada.

Ante esta pregunta, Leonardo se enfureció de inmediato. Sin embargo, su expresión también mostraba una extraña satisfacción.

—Sabía que estabas fingiendo. Te lo advierto, ¡no te atrevas a mencionar ni una palabra de esto frente a nuestros padres! —me advirtió—. ¡Lo que sentimos Dolores y yo está más allá de tu comprensión! Ella es dulce y frágil, ¡no tiene tus oscuras intenciones!

Sonreí. Era él quien no tenía el valor de expresar sus deseos a su padre, pero me culpaba como si yo fuera la manipuladora.

—Pero si vuelves a lastimar a Dolores —continuó con voz glacial, tras hacer una pausa—, no me importará hacerte desaparecer para siempre.

Tras decir esto, se incorporó lentamente, y, mirando a su asistente, ordenó:

—Lleva a la señorita Victoria a su habitación para que descanse.

Y yo no me resistí. El barco estaba lleno de sus hombres, por lo que me era imposible oponerme, así que me limité a regresar a mi habitación.

Después de cambiarme la ropa empapada, miré alrededor, sintiendo cómo la inquietud se agitaba en mi interior.

Los métodos de Dolores se habían vuelto más crueles. ¿Acaso ella también había renacido?

Necesitaba calmarme y reflexionar. Por lo que, rápidamente, me dirigí al spa, esperando relajarme un poco con un baño termal.

Sin embargo, cuando abrí la puerta, me quedé paralizada.

Entre el vapor y la tenue iluminación, vi a Leonardo sentado junto a la piscina con el torso desnudo, mientras Dolores, semidesnuda, se inclinaba sobre él, presionando sus abundantes pechos contra su espalda, dándole un sensual masaje en los hombros.

Leonardo exhaló profundo, claramente disfrutando de aquel contacto.

Acto seguido, se dio la vuelta y presionó a Dolores contra la pared de la piscina.

—Mi dulzura, quiero que me des un hijo, el primogénito de la familia Suárez.

Con el rostro sonrojado, Dolores rodeó el cuello de Leonardo con sus brazos, moviendo seductoramente sus caderas mientras susurraba:

—Mi león... te deseo tanto, embísteme más fuertes...

Mi corazón se sintió como si alguien lo estrujara con fuerza. La escena me hería en lo más profundo.

Llevándome una mano al pecho, retrocedí queriendo huir, pero accidentalmente derribé un objeto cercano, produciendo un ruido seco.

Leonardo se detuvo de golpe, y su mirada se oscureció al instante.

—¿Quién anda ahí?
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