Una semana después de que se acordara el matrimonio por conveniencia, subí al yate privado más lujoso de la ciudad. En donde, al llegar a la entrada del salón de fiestas, me encontré con Leonardo en el sofá, abrazando a una mujer de curvas pronunciadas, mientras le colocaba un collar de esmeraldas.

—¿Esto es muy valioso, no sé si puedo aceptarlo —preguntó ella.

—Cariño, compré este collar especialmente para ti. Mi mujer merece usar lo mejor —respondió Leonardo con tono indulgente, mientras ella se acurrucaba mimosa en sus brazos.

—Iré a cambiarme de vestido para que combine con este hermoso collar —repuso ella, un segundo después.

Justo en el mismo momento, en el que yo entré empujando la puerta.

Los amigos de Leonardo intercambiaron miradas cómplices y estallaron en carcajadas.

—¡Leonardo, llegó tu pequeña seguidora! —dijo uno, sin dejar de reír.

—Es como un perro guardián —repuso otro—. Te vigila en todo momento.

—¿Ya están comprometidos y te sigue controlando así?

Leonardo, sosteniendo su copa, frunció el ceño al escucharlos, sin molestarse en ocultar su impaciencia.

—Victoria, ¿tanta prisa tienes? —preguntó con un tono desganado, pero su voz sonaba extremadamente fría—. Acordaste el compromiso con mi familia sin mi consentimiento y ahora toda la ciudad sabe que te casarás con la familia Suárez. Vaya que tienes agallas.

Sentí como si me clavaran una aguja en el pecho.

En mi vida anterior, aunque era frío, al menos frente a todos interpretaba el papel de un esposo decente. Ahora, ni siquiera se molestaba en fingir.

—En realidad no necesito tu consentimiento —respondí con calma—. Porque tú no eres con quien me voy a casar.

Tras un breve silencio, el salón estalló en carcajadas. Los amigos de Leonardo se doblaban de risa, fingiendo sorpresa mientras lo miraban.

—¡Leonardo, tu pequeña prometida está enfadada! ¡Apúrate a consolarla o amenazará con suicidarse otra vez! —se burló uno.

—Victoria, ¿ahora también has aprendido el truco de hacerte la difícil? —preguntó Leonardo, acercándose a mí, con aura intimidante—. En esta alianza con la familia Suárez, si no te casas conmigo, ¿con quién más podrías hacerlo?

Estaba a punto de responder cuando él se inclinó repentinamente y me susurró al oído:

—Puedo pasar por alto el asunto del compromiso, pero recuerda, aunque darte una gran boda... no permitiré que entres en el registro familiar.

Todos en la familia mafiosa sabían que solo las esposas verdaderamente reconocidas eran registradas en el álbum familiar, convirtiéndose en miembros del linaje. De lo contrario, incluso con una boda, no serías más que un apéndice prescindible.

Mi corazón se estremeció. En mi vida anterior, Leonardo había aceptado de manera obediente el arreglo familiar y se había casado conmigo rápidamente. ¿Acaso él también había renacido?

Justo cuando iba a contraatacar, una voz dulce se abrió paso.

—Mi león, mi Leonardo...

Fruncí el ceño al ver que era Dolores, la hija adoptiva de mi padre y mi mejor amiga.

Hacía diez años, había sido yo quien le había pedido a mi padre que adoptara a aquella niña que vagaba por el barrio rojo, sin imaginar que en mi vida anterior ella me asesinaría con sus propias manos.

Al ver que mi expresión cambiaba, ella agarró firmemente su falda, y, con los ojos ligeramente enrojecidos y la voz temblorosa, dijo:

—Acabo de enterarme de que ustedes... se casarán pronto. Les… les deseo felicidad.

En cuanto terminó de pronunciar esas palabras, sus lágrimas comenzaron a caer y salió corriendo del salón.

Al segundo siguiente, Leonardo dejó su copa sobre la mesa con brusquedad, y, con el rostro sombrío y sin dudar, la siguió.

—¿Estás satisfecha ahora? ¿Te sientes realizada por hacerla llorar? ¡Eres un demonio!