Capítulo 2
La conciencia regresó lentamente.

Carla yacía desplomada contra la pared, con sangre escurriendo por la comisura de sus labios.

Ese rostro inocente ahora mostraba un miedo real, mientras mi forma lobuna se alzaba sobre ella.

No pude evitar reír.

—¿Qué pasa, Carla? —me agaché junto a ella. —¿No era esto lo que querías? ¿Una prueba de mi “acoso”?

Mi voz se volvió más filosa con cada palabra.

—¡Vamos! —le tomé la barbilla.—Corre con esas marcas de garra, cuéntales a todos cómo la hija del Alfa te atacó.

La rabia se iba acumulando en mi pecho.

Los recuerdos del agua de plata derritiendo mi carne hacían temblar mis garras.

La herí una vez más en el rostro antes de darme la vuelta.

La expresión de shock en sus ojos era deliciosa—nadie debería poder transformarse a los dieciséis años.

Pero ahí estaba yo.

Mi loba negra, de pie, orgullosa. Dos años antes de lo esperado.

La dejé allí, temblando y sangrando.

Paula me esperaba en el campo de entrenamiento:

—Te perdiste la mitad de la práctica de combate. ¿Qué hacías allá arriba?

Volví a mi forma humana con fluidez, acomodándome la ropa:

—Solo estaba enseñándole a la chica nueva cómo funciona la jerarquía de la manada.

Ella se volteó de golpe, con los ojos abiertos de par en par.

—¿¡Qué!?

Me encogí de hombros.—Cuando todos ya piensan que eres un monstruo... mejor serlo de verdad.

—Eso no es lo que dice el refrán...

—¿Y qué importa?

Caminábamos hacia el círculo de práctica cuando apareció Andrés.

Todos nos conocían como la pareja destinada: la hija del Alfa y su compañero de infancia.

Una mentira muy bonita.

Sus ojos se clavaron detrás de mí, buscando algo.

—Mariana, llegas tarde. Escuché que golpeaste a una estudiante nueva.

Incluso recuerdo lo que dijo en mi vida pasada: —Carla no hizo nada malo. Solo discúlpate con ella.

En aquella vida, cada vez que Carla me acusaba de algo, él siempre me pedía que dejara pasar, que me disculpara.

Fingía apoyarme... mientras en realidad validaba cada una de sus mentiras.

La rabia me invadió de nuevo.

Sin previo aviso, me transformé y le rasgué la cara con mis garras.

—¡Mariana! —exclamó Paula, horrorizada.

Pero Andrés no se inmutó. Sus ojos brillaron en rojo, pero se contuvo.

En vez de enojarse, extendió la mano y acarició suavemente mi pelaje:

—¿Qué pasa, amor? ¿Estás experimentando una transformación temprana? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Te duele cambiar tan pronto?

En mi vida anterior, descubrí la verdad demasiado tarde.

El padre de Andrés, Alfa de la manada vecina, era un hombre cruel.

Lo golpeaba todos los días hasta romperle los huesos, dejando heridas que iban más allá del cuerpo.

Solo una persona le mostró compasión entonces.

La niña de al lado, que cada noche le pasaba hierbas curativas por la ventana.

Ella se convirtió en su salvación, su luz en la oscuridad.

Esa luz... era Carla.

El día que se transfirió a nuestra escuela, Andrés la reconoció al instante.

Creyó cada palabra que ella dijo sobre mi supuesto acoso, y me odiaba con toda su alma.

Pero tenía que cortejarme. Yo era la hija del Alfa, la sanadora dotada.

Solo mis habilidades podían sanar del todo las heridas que su padre le dejó.

Sin mí, jamás podría transformarse por completo.

Quedaría atrapado como un Omega, el rango más bajo, para siempre.

Pensando en toda su manipulación, le hablé con frialdad:

—Terminemos con esto.

Sus ojos rojos se agrandaron, el miedo asomando por fin.

—¿Por qué? Dame una razón, Mariana.

Me limpié el pelaje donde me había tocado, con desprecio en cada movimiento:

—Yo no me uno con Omegas. —Sonreí con dulzura venenosa—. Eres demasiado débil para mi linaje. ¿Te basta esa razón?
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