CAPÍTULO 49

NICOLÁS

Giro mi copa de bourbon, cautivado por la intrincada danza de los cubitos de hielo en su interior, y cada movimiento ofrece un respiro temporal del peso de la realidad que me presiona. Moviendo mi mirada hacia arriba, observo a Amelia durmiendo profundamente en su cama a unos metros de distancia. Sus mechones dorados caen en cascada sobre la almohada y un sutil puchero adorna sus labios, una visión entrañable que inesperadamente toca la fibra sensible de mi corazón.

Las imágenes pasan por mi mente con vívida intensidad, implacables e inquebrantables. Me imagino mis manos entrelazadas en su cabello, agarrándolo con un fervor que coincide con la intensidad de mi deseo. La idea de sus labios envolviendo mi erección enciende una oleada de excitación que me recorre. Hu

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