¡Me engañaste!

Caminábamos por los pasillos con olor a medicinas por todas partes, al punto de provocar náuseas a Alexander quien cada tanto se llevaba las manos a la boca evitando sacar toda la comida de sus 36 años.

—¿Estás bien? —Pregunté notándolo más pálido que la muerte.

—Maldita sea… no sé Lucía, me siento horrible con ese olor.

—Te estoy preguntando por lo mismo, sé que odias los hospitales y al parecer las clínicas no son la excepción.

—No me gusta nada que tenga que ver con médicos, cariño —comentó, dejando caer su cuerpo en uno de los asientos a los lados del pasillo—. Dame solo 5 minutos aquí, lo superaré, lo prometo.

Una pequeña risa salió de mí haciéndome parecer un bicho raro por un instante. De alguna manera ese incómodo momento había relajado un poco la tensión entre nosotros y a los pocos minutos llegó el doctor con la intención de apurarnos.

Una mujer estaba detrás de nosotros esperando una cita y la estábamos reteniendo esperando que Alexander dejara de parecer muerto.

—¿Lucía Jo
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