«¡No podemos perderla!»El puño de Leandro golpeó la pared, rompiéndose los nudillos de la mano, la sangre se precipitó al piso, colocó la frente contra la fría columna y lloró con desespero. Era su culpa, si esa noche no se hubiese comportado como el imbécil que era, Isabelle no estaría luchando por su vida, el bebé no estaría en peligro en ese momento.¿Quién era él para elegir a quién de los dos debía salvar? No eran ellos quienes merecían estar en el quirófano, sino él. Él que en todo ese tiempo solo supo hacerles daño.Un sollozo lleno de culpa lo ahogó.—Leandro…Lía colocó una mano sobre el hombro de su hermano, él se negó a verla. Quería estar solo, luego de firmar el consentimiento de salvar a uno de los dos en caso de que las cosas se complicaran. Leandro se alejó de su familia.—Será mejor que vuelvas a la sala de espera, en cualquier momento el médico puede salir para darnos información.—¿A decirnos qué? —preguntó, dándose golpes contra la pared—. ¡Qué solo lograron salva
«Yo soy el único responsable de todo esto» Lía se quedó de piedra, abrió y cerró la boca como un pez, pero no salió sonido alguno de sus labios. Leandro tampoco esperó que le dijera nada, tal vez que lo golpeara por haber sido tan idiota.—Te agradezco tu preocupación, Lía, pero quiero estar solo —dijo, saliendo de la sala de espera.Leandro deambuló por los pasillos del hospital. El frío azotó su cuerpo, cuando estuvo en el pequeño jardín buscó una banca y se sentó. Castigando su cuerpo no iba a conseguir el perdón de Isabelle, pero ahora mismo era un muerto en vida. En el amanecer, el frío caló sus huesos, había estado allí tanto tiempo que tenía tullidas las piernas y sus ojos ardían por el suave y frío viento que soplaba a esa hora de la mañana.Lía no había venido detrás de él para intentar convencerlo de volver a la sala de espera. Seguramente, se sentía decepcionada de él y con justa razón. Él no tenía justificación para todo lo que hizo mal. Los últimos tres meses de felicid
Isabelle sentía una fuerte opresión en el pecho, podía incluso jurar que había un llanto persistente viniendo desde algún lugar, como si quisiera despertarla, pero no quería volver. ¿Para qué? ¿Qué era lo que le esperaba al abrir los ojos? ¿Qué sentido tenía volver a encontrarse con el rostro de Leandro? Él le había mentido descaradamente.«Te ves hermosa».¡Mentira! Él solo estaba ilusionando su corazón para luego rompérselo en miles de pasados. Había sido su intención desde el principio. Aquellos tres meses de “felicidad”, seguramente solo fueron una artimaña para darle el golpe de gracia. Leandro lo había conseguido, le había destrozado más que el corazón, se había llevado su alma. Ella que tontamente creyó que el amor estaba surgiendo entre ellos.¡Falso! ¡Despreciable! ¡Hipócrita!Todo eso y más era Leandro Giordano. Un hombre sin corazón. Incapaz de amarla y de amar a su propio hijo.—Bebé —susurró, sin abrir los ojos. Lo intentó un par de veces, pero le hacía falta un poco de v
«Vete, Leandro, no quiero volver a saber de ti jamás»Leandro se quedó quieto. Tan quieto como una maldita estatua. Sintiendo los acelerados latidos de su corazón.—Isabelle, por favor, escúchame. Yo…La joven liberó su mano del agarre de Leandro, su contacto le quemaba la piel y odiaba esa sensación.—Yo no estoy interesada en hablar contigo, ni ahora, ni nunca. Me has dejado las cosas muy claras, Leandro. Nuestro matrimonio ha sido un error desde el principio, algo que nunca debió tener lugar.—Lo siento, Isabelle, de verdad lamento todo lo que te echo. Yo no sabía, me di cuenta tarde de todo —pronunció, intentando recuperar la mano de la joven.Isabelle volvió a apartarse, no quería ser tocada por Leandro nunca más. No quería seguir siendo lastimada de manera premeditada, ni por él, ni por ningún otro miembro de su familia de sangre o política. Había tenido suficiente durante esos meses y no era masoquista para continuar soportando los malos tratos que recibía de todos ellos.—El a
En el momento que Isabelle dejó de sentirse observada, sintió un profundo alivio. De alguna manera su abuela había conseguido que Leandro se marchara, era un pequeño consuelo para su corazón, ella necesitaba tranquilidad para recuperarse completamente y poder marcharse tal como lo había estado discutiendo con sus abuelos en los últimos días.—Es hora de que el bebé regrese a la cuna, podrá volver mañana, señora —le indicó la enfermera que estuvo todo el tiempo a su lado.—¿No puedo quedarme un poco más? —preguntó ella con angustia. Su bebé era tan pequeño y frágil que sentía la necesidad de quedarse a su lado y protegerlo.—Por el momento, no —indicó la mujer.Isabelle dejó un beso en la cabecita de su bebé antes de entregarlo a la enfermera. No iba a comportarse de manera terca, pues sabía que era por el bien de su pequeño Alessandro, si deseaba verlo sanito, debía cooperar en todo lo posible.—¿Te sientes mejor?Isabelle asintió ante la interrogativa de su abuela.—Necesitaba sentir
«Isabelle y el bebé, se han ido de la ciudad»«Se han ido de la ciudad»La sala completa se quedó conmocionada ante la noticia, pero a Leandro no le importaba ninguno de los presentes. En su cabeza, solo podía repetirse como un mantra las palabras de Verónica. ¿Se había ido? ¿Isabelle se había llevado a su hijo? Un nuevo dolor le atravesó el corazón y estuvo a nada de hacerle caer de rodillas allí mismo.—¿Cómo que se ha ido de la ciudad? —la pregunta de Alejandro lo sacó de sus lamentaciones y prestó atención a la respuesta que Verónica les diera. La respuesta era tan importante como el mismo aire para respirar.—Así como lo escuchan, Isabelle se ha marchado a un lugar de reposo —dijo, viéndolos a todos.—¿De qué estás hablando, mamá?—Mi nieta ha sido herida por todos ustedes, es lógico que quiera guardar las distancias y sanar sus heridas —dijo.—Mamá.—Tu padre estuvo de acuerdo, así que no me digas, “mamá”, porque no pienso decirte a donde se han marchado. Deja que descanse y ref
«He decidido romper la sociedad con tu padre»Isabelle asintió, no le cuestionó nada. No había nada que decir, Juan Carlos era un adulto y ella no iba a meterse en sus decisiones. Además, esas decisiones no tenían nada que ver con ella.Una vez que él se marchó, ella se acercó a la mesita de noche y cogió su nuevo celular. Lo primero que iba a hacer era buscar una universidad. Tenía que retomar sus estudios y terminar la carrera para darle a su hijo un buen futuro. Ella contaba con la ayuda incondicional de sus abuelos, pero ellos no le serían eternos y tampoco quería abusar de su amor.—¿Puedo pasar?Isabelle dejó el teléfono sobre la cama y se levantó para saludar a su abuela, había pensado que no la vería hasta el fin de semana, pero le agradaba tenerla allí, con ella.—Claro que sí, abuela. ¿Cuándo llegaste? —le preguntó, abrazándola, como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron y no solo un día.—Llegué de madrugada, pasé a verte, pero estabas dormida y n
Los latidos del corazón de Lía se aceleraron cuando sintió el pulso lento de Mateo de Rossi. La culpa la azotó con la fuerza de un rayo. ¿Qué es lo que había hecho? En su defensa, solo podía culpar a su desesperación por la situación de su hermano, pero en ningún momento tuvo intención de que esto pasara. Lágrimas de miedo y culpa llenaron sus ojos y corrieron por sus mejillas.—¡Juanita! ¡Ayúdame, Juanita! —gritó con desespero, sin soltar el cuerpo de Mateo.—¡Tío!Salvatore corrió al ver la situación, se arrodilló al lado de Lía y le quitó a Mateo de los brazos.—¡Llama una ambulancia! —gritó, revisando el pulso de su tío —. ¡Date prisa, Lía! —le urgió con voz severa y una mirada condenatoria.La ambulancia no demoró en llegar y se llevaron a Mateo conectado a un tanque de oxígeno para mantenerlo estable. Lía sentía cada vez más culpa por lo sucedido. Si Mateo de Rossi moría por su culpa, solo iba a empeorar las cosas y ella. Ella no podría vivir con ese sentimiento que le apretaba