Estaba lavando los platos en la cocina. Era una noche de sábado agitada y estábamos repleto de clientes. Dios, eso era lo malo de que el restaurante estuviera ubicado en pleno centro de New York. Las personas ingresaban, comían y se marchaban, para que luego otros ocuparan el mismo asiento. Había intercambiado con mi compañera April los roles, ahora ella estaba atendiendo las mesas mientras yo lavaba los platos y los cubiertos.
Walter andaba merodeando por el lugar. Cada vez que podía caía de sorpresa en el restaurante y observaba si todo marchaba bien. Eso me tenía inquieta, ya que su presencia era lo más grotesco que podía vivir. Apenas me enteraba que Walter ya estaba aquí, sabía que un mal día se presentaría y que en aquellas veinticuatro horas podría ocurrir cualquier cosa que pudiera herirme.
No faltaba demasiado para cerrar, as&iacut
(Max)Lo único que hacía para soportar el dolor de perderla, era beber, beber y fumar cómo un maniático sin control. Cómo si un estado de ebriedad pudiera evadir mis ganas de ir a buscarla y hacerla mía otra vez. Carajo.Tres meses sin ella, sin sus labios rosados, delicados y sus preciosos ojos grises que me hacían temblar cada vez que me los clavaba. Mis manos extrañaban el contacto con su cuerpo, con su rostro de porcelana y que quizás, les faltaban días de sol.Pero lo que tenía cómo favorito eran sus enormes ojos intensos y enmarcados por las pestanas más largas y naturales que podía poseer una mujer sin maquillaje. Me sentía descolocado cada vez que la veía, cada vez que besaba su cuerpo y ella se estremecía bajo mi contacto. Aún sigue vigente tu rostro en mi cabeza. Ada Gray tenía una belleza que ahora sí, tenía explic
Fue extraño ingresar al local de ropa del centro comercial y que sonara la canción de Becky G “Mayores”.Me sentí extraña, aunque ya la había oído y la declaraba una de mis favoritas. Aunque Max y yo nos llevábamos más de diez años, no lo consideraba como una persona bastante grande para mí. Sólo que salía del rango de edad con los que solía estar. Yo y mi maldita costumbre de acordarme de él o intentar relacionarlo con cualquier canción que escuchara. Que conste que me estabatorturándomeamímisma.Mientras buscaba algún vestido colgado que me llamara la atención para la fiesta de aquella noche, miré por alguna extraña razón hacia mi derecha y vi a la persona que menos esperaba encontrarme.—¿Miranda?Apenas pregunt&eacut
En la mitología griega, Atenea era una diosa guerrera, se lo conferían los dones de la estrategia, ciencias y la habilidad. Nacida de Zeus, las historias sobre su nacimiento señalan que surgió de la cabeza de este, ya adulta y completamente armada. La historia principal cuenta que Zeus se tragó a su madre y luego Hefesto abriría su cabeza de la cual brotó Atenea.Atenea es una de las deidades más respetadas y adoradas de la antigua Grecia ya que representaba las causas justas y la sabiduría. Todo lo contrario, a su hermano Ares, quien representaba la violencia y la barbarie. Jamás se casó o tuvo amoríos en ninguna ocasión, manteniendo así una virginidad perpetua.Esta condición le confirió un papel importante de ser la encargada de hacer cumplir la modestia sexual.Por lo que yo sabía, hubo un conflicto entre Atenea y mi madre que desconoc&iacut
(Max)Verla a la distancia me provocó emociones que quizás, no estaba acostumbrado cuando veía a otras mujeres. Otra vez, Ada Gray me demostraba que era única e inigualable. Tenía esa autenticidad tan majestuosa que brillaba por si sola en una fiesta de caridad universitaria a la que estaba acostumbrado a asistir.Verla allí, parada en las escaleras, mirándome como si eso le rompiera el corazón, me hizo trisas. Que hermoso le quedaba el cabello suelto y largo por detrás de los hombros. Dios, como le había crecido el cabello. Seguro así sería más fácil de agarrarlo y enredándolo en mi mano si tuviéramos sexo otra vez.—Oh, veo que ha encontrado a la distancia a su amiga—me dijo la señora Beatriz Coleman, con v
Si morir significaba alejarme de él, yo ya estaba muerta desde que lo conocí. Me fue sorpresivoencontrármelode nuevo y no hubiera imaginado nunca, luego de alejarnos, que terminaríamos así; bailando bajo guirnaldas y decoración navideña en una casa gigante ubicada en un barrio privado.El dinero estaba por doquier, vestidos, trajes caros, relojes y celular caros. Me era imposible entender cómo había llegado allí luego de estar días sin comer y horas sin dormir.Mesentíaafortunada.—¿Cómo has estado?—me pregunta Max, con tono tranquilo mientras la música nos lleva a un vals inesperado—. Tapeaste la ventana de tu habitación. Así que, no sé sinceramente cómo has estado—carraspeó, como si lo hubiera recordado.Mi rostro se acaloró
Fue algo cómico ver cómo ambos se acercaron a mí como si fueran amigos entre ellos de toda la vida. Max se puso a mi derecha y Adam se puso a mi izquierda. Los dos con sus copas y con un ánimo tan feliz que me resultó chistoso.Me crucé de brazos, esperando a que alguno de los dos dijera algo. Parecían drogados contentos. Maldición. Ojalá ese té me lo hubiera bebido yo. Me llevé una mano a la boca, tratando de ocultar una sonrisa estúpida por lo tentada que estaba de risa.El primero en hablar fue Max.—Algún día Tom se comerá a Jerry, Silvestre a Piolín y yo a ti—me miró, guiñándome un hijo.—Veo que la hora de los halagos ha llegado —sentencie, luego de apretar los labios y menear con la cabeza.—¿Eso es lo mejor que tienes, anciano? —se
—Max…—musité, con un enorme nudo en la garganta y buscando una explicación en sus preciosos ojos caramelo.—Viaje a Chicago con la única intención de proponerte matrimonio porque no pienso perderte de nuevo, Ada Gray—me dijo, con voz dulce—. Sólo quería estar seguro de que tu amor por mí era genuino como para arriesgarme por ti. Arriesgarnos juntos. Quiero pecar contigo para toda la vida amor mío y demostrarles a los dioses que están lejos de separarnos. Esta es mi fantasía más oculta: proponerte matrimonio.Lo miré, anonadada. Separé mis labios incontable veces para decir algo, pero no salía nada de ella. Muda, lo observé y una sonrisa floreció de mis labios, la cual cubrí con mis manos.Oh mi dios, oh mi dios.—¡Sí, sí quiero! —grité, inv
Viajé a New York en primera clase junto a MaxVoelklein. Los asientos eran tan cómodos y la comida era tan exquisita que me tenía fascinada.Me despedí de Adam con un fuerte abrazo y lo dejé en compañía deMiranda. Habían pegado tanta buena vibra los dos que no paraban de estar juntos y habían acordado pasar año nuevo pegados. Me fui contenta. Fue doloroso ver el rostro de Adamcon cierto dolor cuando le dije le propuesta de Max, pero se alegró por mí.—¿Más whisky señorVoelklein? —le ofreció una azafata detez pálida y ojos verdes, quien no había parado de coquetearle desde que se sentó en su asiento.Había guardado silencio para no armar escándalo, pero ya era insoportable. Max se había comportado de manera respetuosa y distante con ella. Pero a la azafata no pa