CAPÍTULO 3: SIN SALIDA

LAURA JENNER

Esto es ridículo. Llevo una hora repasando todas las cláusulas. Cada una de ellas es estúpida. Cada una me hace querer pegarle fuerte en la cabeza cuando las leo. Ha mencionado todo, cada detalle que tengo que hacer. No hay ni una sola laguna que me haya costado tanto encontrar. Gruñí y leí la siguiente cláusula.

¡¿Qué?! ¡Todas son así! ¡Algunas cláusulas son aún más estúpidas!

Cláusula 4: Elige el traje y los pantalones que debe llevar para el trabajo.

Cláusula 5: Anudarse la corbata todos los días.

Cláusula 6: Debe desayunar, comer y cenar con él todos los días.

¿Qué es esto? ¿Es este el trabajo de una asistente? Se aseguró de que pasara cada minuto, cada segundo del día con él. Lo miré y lo encontré sonriendo mientras miraba un archivo. Sé que puede sentir mi enfado y que está disfrutando con ello. Urggh... No aguanto más. Me levanté enfadada y fui hacia él.

—¡Señor Díaz! —, le llamé enfadada. Él seguía mirando su expediente. Le llamé lo suficientemente alto como para que me oyera.

—Natanael—, le grité esta vez con más rabia. Seguía sin hacerme caso. Ahora quiero arrancarle ese expediente.

—¡Nate! —, le llamé y levantó la cabeza para mirarme mientras sonreía.

—Sí, Baby. ¿Me has llamado? —, preguntó inocentemente. Mi mandíbula está apretada por la ira. Puse delante de él la fotocopia que me había dado sobre esas estúpidas cláusulas.

—¿Qué es esto? ¿Qué son estas cláusulas? Son tan... tan... No sé ni qué decir—, levanté las manos.

—Entonces no digas nada Baby—, dijo mirándome.

—¡Tú! ¡Me has acorralado para que lo firme sin leerlo! —, le acusé. Ahora mismo quiero pisar fuerte y enseñarle un dedo.

—¿Qué? ¡No! Recuerda bien. Solo he dicho que tienes miedo de hacer lo que pone en el contrato. No te he dicho que no lo leas. ¿Cómo es eso de provocarte? —, me preguntó poniendo cara de inocente. Pero yo sabía mejor que no hay inocencia presente en esta Bestia delante de mí.

—¡Nate! Los dos sabemos que lo has dicho intencionadamente—, le dije en voz peligrosamente baja. Pero a él parece no afectarle. Se recostó en su silla tranquilamente y me miró. Yo no dejé de fulminarle con la mirada.

—Sí. Tienes razón. Lo hice intencionadamente para provocarte. Pero no te dije que te provocaras. Solo lo intenté. ¿Qué vas a hacer ahora? —, me preguntó sonriendo. ¡Cómo me gustaría quitarle esa sonrisa de la cara!

—¡Te odio Nate! Te odio muchísimo. Tú... Bestia—, grité furiosa. Sus ojos parecieron adoloridos por un segundo, pero pronto lo disimuló.

—Sí, pequeña. Yo soy la Bestia—, dijo con arrogancia.

Estoy segura de que se me veían las venas del cuello de la rabia.

—¡Ahora! Lee cada uno de ellos. Estoy seguro de que no has leído todo el archivo—, dijo devolviéndomelo. Quiero coger ese archivo y golpearle repetidamente en la cabeza con él. Me imagino haciéndolo. Pero me conformo con cogérselo con la mandíbula apretada.

Estaba a punto de volver al sofá, pero él me detuvo diciendo.

—Ven. Siéntate aquí—, dijo invitándome a sentarme en su regazo. Le fulminé con la mirada.

—¡No!

—Me gusta cuando muestras enfado en tus ojos. Es como si un gato bebé intentara enfadarse, pero aun así parece tan tierna—. Volviendo al tema. ¿Has olvidado una de las cláusulas? Siéntate en su regazo cuando te lo pida—, dijo, y yo me acerqué a él sin dejar de mirarle y me puse a su lado. ¿Cómo debo sentarme ahora? Me cogió por la cintura y grité

—¡Nate! —. Me besó la mejilla de lado y lo empujé al instante. Sus besos me producían asco.

Acercó la silla a la mesa y empezó a trabajar. Su respiración me acariciaba la cara y sus labios rozaban mi mejilla y cada vez que se tocaban me besaba. Es irritante.

—Siéntate aquí—, me ordenó.

—Es incómodo contigo trabajando y yo leyendo.

—Entonces pon tu cabeza en mi pecho y yo me siento en mi silla a trabajar—, sugirió, y volví a mirarle con odio.

—No. No lo haré. —Bajé la vista y leí otra cláusula.

Sírvele comida todas las mañanas.

—¡Nate! ¿Qué es esto? ¿Crees que soy tu sirvienta? —, dije enfadada.

—¿Qué? ¡No! ¿Qué ha pasado?

—Lea la cláusula 17—, le dije dándole el expediente. Lo cogió y lo leyó. Luego me miró sonriendo tímidamente. Le miré confusa.

—Sabes, pequeña, yo no te obligaría a hacer cosas así. Solo lo he puesto por si te sirve cuando te enfades conmigo—, me dijo sonriendo. Quiero tirarle el soporte del bolígrafo ahora mismo. Le quité la carpeta. Empecé a leer de nuevo, preparando mi mente para otro sobresalto.

Dormir en la misma habitación que él.

Solté un grito ahogado. Levanté la vista y lo encontré sonriéndome.

Me quitó la carpeta del otro lado de la mesa y leyó la cláusula.

—Es una de mis favoritas—, dijo, y yo me quedé allí sentada. No sabía qué decir. Le quité el expediente.

—De ninguna manera voy a acostarme contigo. Deja de soñar—, le dije.

—Oh, nena. Yo nunca sueño. Consigo lo que quiero. Dormirás en la misma habitación que yo. Cuando te mudes conmigo hoy, entenderás por qué.

—¿Qué? ¿Debo mudarme contigo hoy? —, pregunté sorprendida.

—No te preocupes. He llamado a mis trabajadores para que recojan tus cosas de tu casa y las pongan en mi habitación—, dijo quitándole importancia al asunto. Quise abalanzarme sobre él y eso fue lo que hice. Me acerqué a él y estuve a punto de golpearle en el pecho con rabia. Me tiró hacia él y caí sobre él. Estaba a punto de apartarme, pero me agarró de los muslos y me movió, y de repente estoy a horcajadas sobre él.

Jadeé. Intenté levantarme, pero fue inútil. Me puso la mano en el pelo y tiró suavemente de él. Se movió hacia mí y yo retrocedí. Me inclinó hacia atrás y ahora mi espalda tocaba la mesa de cristal y mi espalda estaba arqueada

—Mi niña luchadora. Has crecido mucho—, me dijo sin dejar de besarme.

—Nate—, le grité. Se separó lentamente y me sostuvo con él. Le miré fijamente a los ojos fríos.

—Nena—, dijo lentamente. Entonces llamaron a la puerta. Me aparté rápidamente de él y me levanté.

Le oí maldecir por lo bajo y le dije a la persona que entrara.

—Samantha, ¿qué pasa? —, le preguntó.

—Tienes una reunión a las once—, le dijo ella y él asintió.

—Vale. ¿Eso es todo? —, le preguntó y ella asintió.

Ella miró entre los dos y él volvió a hablar.

—Oh, Samantha, te presento a mi novia Laura. Laura, este es Samantha, mi asistente personal—, dijo y yo le fulminé con la mirada.

Cláusula 23: A todo el mundo me presentará como su novia.

—Hola—, me dijo tendiéndome la mano. Me sonrió cálidamente y yo le devolví la sonrisa.

—¡Hola! —, cogí su mano y la estreché.

—Puedes irte Samantha—, dijo y ella asintió antes de irse.

—En serio. Odio esa cláusula y todo tu maldito contrato, al igual que a ti—, dije en voz baja.

*

—¿Has terminado? —, le pregunté mientras me levantaba.

—Solo dos minutos más, pequeña. Nos vamos—, dijo sin mirarme. Asentí con la cabeza, aunque él no podía verme.

Cogí mi bolso y nos dispusimos a salir juntos, pero él se detuvo.

—Has crecido mucho, baby—, me dijo mientras me empujaba contra la pared de cristal. Le miré a los ojos.

—No me llames así—, le dije mientras me sujetaba las manos por encima de la cabeza.

—¿Que no te llame qué? —, preguntó mientras ponía su pierna entre mis piernas para impedir que me moviera. Nuestras respiraciones se entrecortaron.

—Baby—, le respondí.

—¿Y si te llamo nuevamente? —, retó mientras me miraba los labios.

—No quiero que lo hagas—. Su cercanía está afectando a mi cuerpo. Siento que le respondo.

—Nena—, dice y se dispone a besarme, cuando su teléfono empieza a sonar. Maldijo en voz baja y yo solté un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. ¡Dios, contrólate Laura! ¡Él es el villano! ¡No puedes enamorarte de él! No cometas el mismo error dos veces. Me recordé a mí misma. Se apartó de mí y respondió a su llamada.

Seguía hablando por teléfono. Ambos entramos en el ascensor y le oí dar órdenes. Pronto llegamos abajo y cortó la llamada. Seguía sujetándome la mano con fuerza, que, aunque me dejara un segundo, saldría corriendo de su lado

—Mi casa—, le dijo al conductor. Me volví hacia él.

—Natanael quiero ir a casa una vez. Necesito llevarme algunas cosas de allí—, le dije.

—No hace falta. Todas tus cosas las llevo a mi suite. No tienes que preocuparte—, me dijo.

—¿En serio? ¿Todo?

Se encogió de hombros. Seguía cogiéndome de la mano.

—¿Por qué haces esto? —, le pregunté mientras resoplaba. Me miró a los ojos. Hubo un minuto de silencio antes de que volviera a hablar.

—No quiero que vuelvas a huir de mí—, dijo y le fulminé con la mirada.

—De todas formas, no me voy a quedar aquí. Cuando acabe este contrato, me iré de la empresa—, dije enfadada y me llevé las manos al pecho mientras las soltaba.

—Sí. Como si alguna vez fuera a ocurrir—, dijo y le devolví la mirada.

—¿Por qué no iba a pasar? —, pregunté y él se rio entre dientes.

—Nena, piensa una vez. Vivirás conmigo cada segundo en mi oficina, en mi casa, en mi habitación. No me dejarás. Lo sé. Porque soy demasiado guapo y atractivo—, dijo con arrogancia. Puse los ojos en blanco.

—Oh, y para eso, ¿tardarás dos años? —, me burlé de él. Me fulminó con la mirada.

—No. Con un año me basta—, dijo apretando los dientes.

—¡¿Un año?! ¿¡Un año entero!?—, dije como sorprendida, mientras me ponía las manos en la cara con los ojos muy abiertos. —Pensé que un hombre como tú solo tardaría cuatro o cinco meses en enamorar a una chica.

—Oh puedo hacer que te enamores de mí en solo un mes. Espera un momento. Ya te has enamorado de mí, Baby. Así que no necesito intentarlo más. Solo necesito que te des cuenta—, dijo sonriendo.

—Sí, hacer que una chica se enamore de ti es muy fácil. Porque eso es lo que haces todo el tiempo. Jugar con sus corazones y aplastarlos al final. Una vieja historia la cual viví en carne propia y lo sabes—, murmuré en voz baja. Me miró como si hubiera oído lo que dije.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada. Entonces, si solo un mes es suficiente, ¿por qué no reduces el contrato a un mes, en lugar de años? —. Giro la cabeza para mirarle y me encuentro con que me mira divertido.

—No puedes provocarme, pequeña. Soy más listo que tú. Puedo entender tus planes. Te conozco mejor que tú misma. No lo olvides—, me dijo al oído. Apreté los dientes. Sus palabras me traen recuerdos lindos y tristes:

—¿Cómo sabes que quiero este helado ahora?

—Lo sé porque hoy es sábado y son las once de la noche. Comes helado a esta hora todos los sábados, ¿verdad? —, dijo y yo asentí.

—¿Cómo lo sabes?

—Nena, no necesitas preguntarle a la persona que amas para saber de ella—. Me sonrojé.

—Gracias de nuevo.

—Nena, recuerda una cosa. Te conozco mejor de lo que tú te conoces a ti misma. No lo olvides. ¿Vale? —, dijo y yo asentí.

—De acuerdo.

—Ahora dame las gracias correctamente—, dijo y me besó en los labios. Le devolví el beso sonriendo.

Éramos tan felices. Pero luego todo cambió.

¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Por qué?

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