Cuando Alexander y Roger llegaron a Canadá varias horas después, ya tenían preparado un auto que los llevara a un pequeño pueblo de la ciudad de Alberta.Conforme iban haciendo el recorrido, Alexander comenzaba a dudar cada vez más de que la persona que vivía por allí fuese Rebeca.—Creo que hicimos el viaje para nada y tu capacidad para investigar cada vez es peor. ¿Estás seguro de que vamos al lugar correcto? —le dijo a Roger muy poco convencido.Su asistente, que después de un rato había decidido ponerse al volante, lo miró como si dudar de sus capacidades fuese un sacrilegio.—Por supuesto que estoy seguro, contraté a un investigador privado, no es que lo hiciera yo personalmente. Él me confirmó que es cierto que Emilia Gagne vive aquí justo en esa dirección. —Señaló la carretera que se alzaba en mitad de la montaña.—Muy bien, entonces me estás diciendo que Rebeca, la mujer a la que le daba sarpullido cualquier contacto con la naturaleza y que supuestamente murió en las montañas
El enorme rubio los miró mientras sujetaba el hacha.Su expresión se había vuelto más intimidante si eso era posible.—¿Sabes de qué me olvidé? —murmuró Roger a su lado—. De traer pañales para adultos, porque si sigue mirándome así te juro que me lo hago encima.Alexander lo miró de reojo nada más porque no quería perder de vista a ese gigante.—Tú le quitas el hacha y yo lo golpeo —ofreció Alexander.—Mejor tú te ofreces como tributo y yo corro, soy más joven y tengo más vida por delante.Tal vez habrían seguido discutiendo si Rebeca no le hubiera dicho a su enorme hombre que no se preocupara y que no ocurría nada.—Caleb, tranquilo, iré a ver qué quieren. Seguro se han perdido, por como van vestidos parecen de ciudad —dijo con todo el cinismo como si no los conociera.Rebeca se acercó a ellos con su enorme barriga de embarazada mientras iba siendo seguida con la mirada por el rubio.—Ahora ya sabemos por qué te dejó, tenía otro que le llenaba mejor el vacío interno. Al menos se lo b
Alexander llamó a su esposa una vez que estuvo instalado en la habitación del hostal y ya metido en la cama.Le dolía todo y lo que más la cabeza.Sentía tanto estrés que si continuaba de esa forma no llegaría vivo de vuelta a casa.Necesitaba a Diana allí, abrazarla, sentir su calor y al único que tenía era a Roger que se había negado a dejarle la cama y él no pensaba dormir en ese incómodo sillón.Lo que le faltaría para completar ese día horrible sería dormir sentado y despertar con más dolor de cuerpo.Así que a empujones lo había echado a un lado de la cama y había tomado su parte a la fuerza.—Mantén tu distancia que no quiero andar durmiendo de cucharita contigo —gruñó cuando el pegajoso de su asistente ocupaba más espacio del que le pertenecía.—Para mí esto es tan incómodo como para ti, tienes el mismo atractivo de un orangután. Lo único que quiero es dormir y que se acabe este día tan horrible.—La culpa fue tuya por alquilar un coche deportivo para subir una montaña, cerebr
Diana intentó soltarse y se iba a poner a gritar cuando sintió que le colocaba un arma en el vientre.Izan había creado un arma con un cristal puntiagudo y con la punta le apuntaba a la barriga.—Guarda silencio, querida, será lo mejor para ti —murmuró con voz ronca.Se quedó quieta y no hizo ningún movimiento brusco.Solo esperaba que sus hijos no se escaparan del profesor y se les ocurriera ir a buscarla.Bastante tenía con protegerse a ella y al bebé.—No sé qué haces en mi casa —comenzó a hablar y lo intentó hacer con mucha calma. Quería darle a entender que se sentía segura y que en cualquier momento podían ir a buscarla—, pero será mejor que te vayas, Izan. Si te descubren irás a la cárcel, ¿acaso no has tenido ya suficiente?Los hombros de su exesposo comenzaron a moverse conforme la risa iba haciéndose más fuerte.—No tengo nada que perder, maldita perra. Me has destrozado la vida, tú y ese imbécil que tienes de marido me han quitado todo lo que me importaba.—A mi marido ni l
Cuando Alexander bajó del avión y por fin acabó aquel terrorífico viaje, se encontró a su esposa y a sus hijos esperándolo en el aeropuerto.Roger se había quedado rezagado porque la caminata del día anterior lo había dejado mal parado y con dolor en todos los músculos.—Blandengue —le dijo Alexander al ver que le faltaba poco para caer desmayado en mitad del aeropuerto—. Cuando llegues a mi edad vas a estar para que te tiren al cubo de la basura.—Cuando llegue a tu edad seré un venerable anciano al igual que tú, querido amigo.Alexander le iba a lanzar un par de gruñidos sobre el puño que iba a tragarse de ese anciano, cuando tres niños corrieron hacia él gritando: ¡papá!Sus hijos se le agarraron a la cintura como si hiciera semanas que no lo veían.Era maravilloso estar de vuelta.—Papi, papi, derrotamos a un hombre malo y yo le di con una piedra en un ojo. ¡Yo sola, papi! —gritó su hija con emoción y salvaba mientras le agarraba del cinturón.Alexander no entendía a qué se referí
Unos meses después…Tras el viaje a Canadá y que Alexander decidiera enviarle las pruebas a Caleb sobre Rebeca, tanto Diana como él decidieron dejar a esa mujer en el pasado.Su nombre no volvió a mencionarse y si cuando sus hijos fueran mayores deseaban saber, no les dolería tanto pensar que su madre biológica los abandonó ya que tuvieron a una mamá que luchó por quedarse junto a ellos.—Parezco una mesa, solo falta que me pongan platos encima —dijo Diana cuando se vio frente al espejo con su vestido de novia y el enorme vientre de ocho meses.Su madre, que se encontraba sentada en un sillón del probador de la tienda de novias y con su copa de Martini en la mano, comenzó a reprocharle sus «te lo dije».—Te dije…—¡Mamá! Calculé mal el tiempo, pensé que terminaríamos de organizar la boda antes, pensaba casarme con seis meses de embarazo, cuando todavía no hubiera un planeta colocado en mi vientre y pudiera bailar junto a mi esposo sin ponerme de lado —la calló Diana, ella ya sabía que
El día de la boda llegó y en la casa todo era ajetreo.La niñera perseguía a los niños que habían decidido comerse varias bolsas de golosinas a escondidas y estaban más activos que de costumbre.La pobre mujer se veía agotada corriendo por toda la casa detrás de ellos e intentando que se arreglaran.A Diana le estaban haciendo los últimos arreglos y estaba nerviosa porque Alexander se había marchado muy temprano esa mañana para no verla vestida de novia antes de tiempo.Se encontrarían en la iglesia y Roger se había ofrecido a ser quien la acompañara hasta el altar.Sus hijos deseaban ir detrás sujetando la cola de su traje de novia.Solo por ellos es que había escogido aquel vestido que le pesaba demasiado.Apenas habían terminado de darle los últimos retoques y ya sentía que quería ir a meterse en la cama.Tal vez hubiera sido buena idea posponer la boda, pero a una hora del enlace ella no pensaba echarse atrás.Cuando todos estuvieron listos, Diana se dirigió hasta la sala donde se
Diez años después…Con la marcha de Roger a Miami para hacerse cargo de la empresa familiar, Alexander se apoyó en su esposa para llevar la empresa.Por más que contrató nuevos asistentes, nunca encontró a uno que se pareciera a su gran amigo y terminaba por despedirlos.Ninguno de ellos tenían las cualidades necesarias, ser sinceros hasta resultar insoportables, meterse en lo que no le llamaban y no tener vida social.Pero el asistente era feliz y eso era lo que les importaba a ellos que intentaban mantener el contacto de forma regular.La madre de Diana terminó por casarse dos años después con Jacob, tardó en hacerlo lo suficiente para que nadie hablara de ella, porque a los cinco meses de acudir a citas ya estaban viviendo juntos.Su querida suegrita había tardado en descubrir lo que era ser tratada como lo merecía, pero ahora vivía feliz junto a un hombre que la presumía y la trataba como a la bella mujer que era.Tal como él trataba a su esposa.Alexander imaginaba que Diana enve