Las horas que siguieron fueron una agonía interminable para Kisa y Marshall. El pasillo blanco y silencioso del hospital se convirtió en un escenario de tensión agobiante. Kisa no podía dejar de temblar, caminaba de un lado a otro sin descanso, con los brazos cruzados sobre su pecho como si tratara de contener su propia angustia.Marshall, por su parte, se mantenía en pie, apoyado contra la pared con los brazos cruzados. Su rostro estaba serio, pero sus ojos reflejaban la angustia que trataba de ocultar. Aunque intentaba mantenerse firme y fuerte por el bien de Kisa y de sí mismo, en el fondo también estaba aterrorizado. La imagen de Royal dentro del ataúd, con los ojos abiertos y las manos ensangrentadas, seguía atormentándolo.El tiempo parecía transcurrir con una lentitud exasperante. Cada vez que una enfermera pasaba por el pasillo, Kisa se apresuraba a preguntar por Royal, pero la respuesta era siempre la misma: "Aún no hay novedades".Cuando finalmente la puerta de la habitación
El sonido de la puerta metálica al cerrarse hizo eco en la sala de visitas de la prisión. Kisa avanzó con pasos decididos, sintiendo el peso de la mirada de los guardias en su espalda. Frente a ella, sentada en la mesa con un aire de falsa tranquilidad, estaba Katherine.Su exasperante serenidad, la forma en que sus dedos trazaban distraídamente la superficie de la mesa, la sonrisa ladeada que parecía más una burla que un gesto real… todo en ella le hervía la sangre.—Vaya, vaya… —musitó Katherine, con una sonrisa burlona—. No pensé que vendrías a visitarme. ¿Acaso querías ver cómo me sienta el naranja?Kisa la observó fijamente, sin dejarse afectar por su tono ligero. Luego, se sentó frente a ella, entrelazando los dedos sobre la mesa.—Asumiste la culpa de todo —articuló sin rodeos.Katherine se encogió de hombros.—¿Para qué alargar lo inevitable? Las pruebas eran contundentes, y sinceramente, tampoco me interesaba pelear por mi inocencia.Kisa frunció el ceño.—Eso es lo que me so
El ruido de los tacones de Regina resonó en el pasillo de la prisión mientras avanzaba con una determinación gélida. Su postura firme y su mirada helada no daban lugar a dudas: no estaba allí para ofrecer consuelo ni comprensión.Cuando llegó frente a Katherine, esta última no hizo ninguna expresión. No hubo una sonrisa sarcástica ni una mirada desafiante, ni siquiera una mueca de desprecio. Simplemente se quedó sentada, con la espalda apoyada en el respaldo del asiento, observándola con una indiferencia casi estudiada.Los guardias abrieron la puerta para permitir la visita. Regina avanzó con pasos controlados y, sin previo aviso, levantó la mano y descargó una bofetada tan brutal que hizo que Katherine perdiera el equilibrio y cayera al suelo.En ese momento, los guardias reaccionaron enseguida.—¡Señora, deténgase! —uno de ellos se interpuso.Otro guardia se apresuró a ayudar a Katherine, pero ella levantó la mano, deteniéndolo. Se limpió la sangre que brotaba de la comisura de sus
—¿Crees que esto ha terminado, Katherine? —cuestionó Regina—. ¿De verdad piensas que tu condena aquí significa que estás a salvo? Estás equivocada. Me estás desafiando… y te lo voy a demostrar.Katherine alzó una ceja, fingiendo desinterés.—¿Ah, sí? —soltó con un tono irónico—. ¿Qué harás, Regina? ¿Pedirle a los guardias que me castiguen? ¿Hacer que me den la comida más rancia? ¿O es que piensas venir todos los días a llorar frente a mi celda por lo que hice?Regina ignoró su provocación y continuó con la misma intensidad en su mirada.—Te haré ver de lo que soy capaz. No vivirás en paz en esta prisión. Me encargaré de que cada día que pases aquí sea un infierno. No hay escapatoria, Katherine. El infierno lo vivirás en esta tierra, en este mundo, en esta cárcel.La sonrisa de Katherine se ensanchó, como si disfrutara del odio que Regina le lanzaba como dagas.—Eres dramática —se burló—. ¿Acaso esto es una telenovela?Pero Regina no se inmutó. Se asomó levemente hacia ella e hizo énfa
El hospital tenía una atmósfera peculiar, donde el tiempo parecía moverse a un ritmo diferente. Los días pasaban uno tras otro, pero dentro de la habitación donde Royal yacía inconsciente, todo permanecía inalterado. El sol se alzaba y se ocultaba tras las ventanas, la vida en la ciudad seguía su curso, la empresa se mantenía en pie gracias a Marshall, quien se encargaba de todo con precisión y dedicación. Sin embargo, dentro de esas cuatro paredes, el mundo parecía haberse detenido, atrapado en un compás de espera interminable.Kisa iba a verlo todos los días. Sin importar cuánto tiempo pasara, sin importar que su cuerpo no respondiera, sin importar que sus ojos siguieran cerrados, ella iba. No podía dejarlo solo, no cuando él estaba atrapado en un sueño del que no podía despertar. Se sentaba a su lado, tomaba su mano y le hablaba con una dulzura llena de dolor, con la esperanza de que, de alguna forma, su voz llegara hasta él.—Royal, quiero que despiertes… —susurraba, acariciando s
Kisa sintió una oleada de emociones apoderarse de su cuerpo. Quería abrazar a Royal, besarlo, llorar contra su pecho, hablarle y que él le hablara, además de gritar de felicidad. Sin embargo, se contuvo. Sabía que lo primero que debía hacer era llamar al médico.Sus latidos retumbana en su tórax mientras buscaba su celular con sus manos que no dejaban de vibrar. Luego, llamó a Gabriel, el médico personal de Royal, quien se había quedado en el hospital monitoreándolo junto con un equipo de especialistas.Pocos minutos después, Gabriel llegó a la habitación. Se acercó a Royal con expresión seria, pero sus ojos reflejaban un atisbo de alivio.—Royal, ¿puedes verme? —preguntó mientras iluminaba sus pupilas con una pequeña linterna.Royal parpadeó varias veces y movió ligeramente los ojos. Su mirada estaba nublada, como si estuviera tratando de procesar lo que veía.—Sus pupilas responden bien —expuso Gabriel, revisándolo con atención. Luego se giró hacia Kisa—. Él está consciente.Kisa si
La recuperación de Royal fue un proceso largo, arduo y lleno de altibajos. Aunque ya le habían dado de alta en el hospital, su cuerpo aún no estaba listo para retomar su vida como antes. Sus músculos, rígidos y debilitados por la secuela que le había dejado su último ataque de catalepsia, necesitaban ser reactivados poco a poco, con paciencia y esfuerzo. Cada día era un nuevo desafío, pero también un paso más hacia la meta: recuperar por completo su fuerza, su independencia y, sobre todo, la vida que quería construir junto a Kisa y el hijo que venía en camino.Los primeros días después de regresar a la mansión fueron difíciles. Royal apenas podía mover las piernas sin que un dolor punzante recorriera sus músculos entumecidos. Pasaba la mayor parte del tiempo en la cama o en una silla, sintiéndose atrapado en su propio cuerpo. La fisioterapeuta que iba a visitarlo cada mañana le explicaba con paciencia la importancia de estimular los músculos.—Tienes que empezar con movimientos mínimo
La habitación estaba sumida en la penumbra, apenas iluminada por la luz tenue de la luna que se filtraba a través de la cortina. Kisa dormía plácidamente al lado de Royal, con su respiración pausada y tranquila. La noche parecía serena, pero en la mente de Royal se gestaba un torbellino incontrolable.Dentro de su sueño, él estaba atrapado, rodeado por una oscuridad total que lo envolvía por completo. No sabía cómo había llegado allí, lo único que sabía con certeza es que estaba consciente de cada detalle de su entorno, y ese conocimiento solo aumentaba la sensación de claustrofobia que lo cubría. La penumbra lo rodeaba, pero no era solo la ausencia de luz lo que lo aterraba, era la sensación de estar completamente aislado, como si el espacio mismo se estrechara a su alrededor.Las paredes de madera crujían con cada respiración acelerada que intentaba tomar, y en ese sonido sordo, casi agonizante, sentía que su mente se iba desmoronando poco a poco. Intentó moverse, pero sus extremida