Darragh ya no estaba cuando Gianna se despertó; sin embargo, un espléndido desayuno esperaba por ella en la mesa del comedor. Gia supo que su mate no cocinó, aunque no por eso valía menos el detalle, pues el lobo había ordenado el desayuno a un sofisticado restaurante de la ciudad. Además, una nota escrita de su puño y letra descansaba al lado del plato:«¿Te gustaría trabajar en la empresa?».La loba sonrió al leer la nota. Pudo haberle preguntado lo mismo por mensaje en el celular o incluso a través de su vínculo telepático, pero poseía cierto encanto leer aquella nota con su letra un poco enredada y complicada, así como él.No respondió, necesitaba pensarlo. Desayunó con calma e hizo lo que cualquier chica en su posición haría: llamar a su mejor amiga.Beth trabajaba en el negocio de sus padres, una florería. En realidad, poseían una prestigiosa cadena de florerías a lo largo de todo el país y ella era la encargada de la más grande que se encontraba en el corazón de Manhattan. Gi
Gianna se sintió todavía más importante cuando la misma recepcionista de la última vez —y única vez— la condujo hasta el penúltimo piso del edificio donde se encontraban las salas de juntas más grandes. La mujer no paraba de inspeccionarla; Gianna podía percibir esa mirada escudriñándola mientras subían en el ascensor. La loba ignoraba que todas las mujeres en ese lugar —y algunos hombres— envidiaban a la afortunada de Cornelia por ser la prometida de Darragh Ashbourne; sin embargo, en las últimas semanas habían corrido rumores de que aquello había terminado y luego… que siempre no, que el compromiso seguía en pie. Pero entonces llegaba Gianna, con ese hermoso traje en color beige, su melena roja trenzada y los deslumbrantes ojos azules para ser conducida directo hacia el jefe.¿Entonces? La gente no entendía nada. La recepcionista dedujo que… Gianna era la tercera en discordia, la manzana de la tentación, es decir, la amante.Gianna sonrió, en un intento de ser amable, pero la muje
—Cornelia, basta —espetó Darragh—. No volveré a decirlo.—¡Pero ni estudió! ¡Con suerte sabe leer y escribir!—No aprendí por suerte, aprendí con mi manada y adopté el hábito de leer gracias al ama de llaves de la familia de Mark que me permitía tomar libros de la biblioteca —explicó Gia que estaba harta de sentir vergüenza de su origen humilde, ya no, aunque recordar a Mark provocó una profunda culpa en su pecho.—¡¿Ves?! —chilló Cornelia—. ¡Si para pertenecer a esta empresa debes tener un excelente currículum! ¡Esto es inaudito!Gianna rió, burlona, y cruzó los brazos a la altura del pecho.—Si soy tan insignificante para trabajar aquí, ¿de qué te preocupas? —Gia bajó las manos y colocó una sobre su cintura—. ¿O qué? ¿Te sientes amenazada por mí, lobita?—¿Cómo te atreves? —siseó la morena y sus ojos se tornaron ámbar—. Te despedazaré.—Inténtalo —aceptó Gia al tiempo en que sus ojos azules también se volvieron ambarinos—. Podrías llevarte una sorpresa.Darragh apartó a Gianna; Corn
Darragh atrajo a Gianna hacia su cuerpo hasta que su erección presionó en la entrepierna de ella. La carne húmeda de su Luna invitaba a penetrarla, su erección resbalaba sobre la prenda íntima y mojada mientras con sus manos reconocía la piel blanca de su torso y subían lentamente hasta acunar los pechos resguardados por el sujetador de encaje beige. Él quería verla y eso hizo; se apartó y abrió las piernas de Gianna. La ropa interior transparentaba por la humedad, así que empezó a retirarla por las largas y torneadas piernas de ella. Darragh apretó la mandíbula cuando la prenda colgó del tacón de Gianna, era una imagen sexy, pero al levantar la mirada encontró una escena todavía mucho más sensual.La pelirroja tenía las piernas abiertas, con la falda enredada hasta la cintura y el sexo húmedo dispuesto para él sobre su escritorio. Ella se deleitó con el deseo que brotaba en los ojos de su mate; entonces se deshizo del sujetador y permitió que sus pechos desnudos completaran la esce
—Es tan raro verte aquí que hasta podría pensar que tramas algo —soltó Nerea frente a la larga mesa del comedor en la mansión familiar sin disimular la desconfianza.Darragh terminó de masticar el filete antes de responder; de hecho, hasta masticó de más con tal de ganar un poco de tiempo. —¿No puedo desear cenar con mis padres?Leonard rió sin alegría, bebió de su copa de vino y contestó:—No nos hablas demasiado, disculpa si no creemos en tu repentino amor.—¿Repentino amor? —El hijo frunció el entrecejo.—Oh, no me engañas, Dar —suspiró su padre—. Yo sé lo que tus hermanos y tú piensan todo el tiempo, en cómo derrocarme y quedarse con todo esto, pero no sería tan sencillo, lo sabes.Darragh no supo qué decir. No pensaban en eso todo el tiempo, pero… sí había pasado por sus mentes.»Podrán acabar conmigo, pero… ¿la manada te aceptará o harán lo mismo contigo? Quizá hasta con tu querida Luna.El hijo mayor respiró hondo para controlarse; detestaba que inmiscuyeran a Gianna en temas
Gianna comprobó que el departamento de su mate era el clásico que gritaba «Soy un hombre lobo soltero».¿Por qué incluía la parte de «hombre lobo» y no sólo que era soltero? Porque había una enorme pintura de un hombre lobo blanco y con ojos ámbar en la pared de la sala.Por supuesto que la televisión no se encontraba ahí, Gia hasta pensó que habría sido de mal gusto porque desentonaría con la sobriedad y elegancia de los tonos marrones, azules oscuros y grises que predominaban en la decoración.La televisión tenía su propia habitación en la planta baja del penthouse —porque era de dos niveles con unas escaleras que conducían a un pasillo que llevaba a las habitaciones y que era visible desde la planta baja—. La habitación de la televisión era en tonos arena, con unos cómodos sillones de piel pegados a la pared y una gran pantalla en una de las paredes. En opinión de Gia eso parecía más una pequeña sala de cine, no un cuarto.En todo el penthouse predominaba el aroma a madera, como s
Inglaterra los recibió pasada la medianoche. Gianna no podía dar crédito a lo que sus ojos veían a través de la ventanilla del avión privado. Todo el cielo estaba oscuro y, en la tierra, las luces de la mágica ciudad de Londres se extendían como un mar infinito. Era el primer vuelo en avión para la loba, aunque se trataba de un jet privado que pertenecía a la compañía. Al parecer su primer vuelo comercial todavía tendría esperar y quizá por mucho tiempo; los Ashbourne jamás habían usado uno.Darragh la contemplaba mientras ella miraba la ciudad; también podía escuchar sus pensamientos. Gianna vibraba de emoción, Darragh nunca había experimentado esa alegría por saber que podía hacer tan feliz a otra persona con algo tan sencillo como un viaje en el avión de la compañía.Gianna vio a su mate en el reflejo de la ventanilla, giró hacia él y depositó un beso rápido en sus labios para volver a mirar la ciudad en la que estaban por aterrizar; no quería perder detalle alguno. Sin embargo,
Gianna imaginó un amanecer más romántico, pero su mate parecía sumergido en una niebla de preocupaciones.Él se levantó primero, tomó otra ducha y se alistó en tiempo récord. Gianna apenas estaba abriendo los ojos cuando Darragh ya se encontraba pidiendo el desayuno en el teléfono. La pelirroja se contempló en el espejo completo de la habitación. Había elegido sus atuendos con sumo cuidado —y con la asesoría de Beth— para encajar en el mundo de negocios londinense. Esa mañana eligió una falda café, blusa negra de manga larga, medias oscuras, botas negras y un abrigo marrón. Su cabello lo sujetó en una coleta alta, se aplicó un maquillaje que parecía natural —pero estaba sumamente cuidado— y salió de la habitación.Darragh apartó la mirada del celular cuando percibió su aroma y sonrió aprobatoriamente al verla; lucía hermosa.Gianna supo que le gustaba cómo se veía, pero no porque pudiera leer su mente, sino por su expresión. Su mate llevaba la mañana entera con la mente cerrada ante