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Hicimos el trayecto de regreso algo inolvidable, cada experiencia que Alex y yo vivíamos, sin duda se quedaba guardado en las memorias de ese inmenso amor que nos profesábamos, por fin llegamos a casa, todos se habían reunido para recibirnos. Estaban presentes el abuelo Turner, la madre de Alex, la tía Amelia, nuestra nana, y por supuesto los gemelos, los cuales se pusieron muy contentos, sin duda extrañaban a sus padres. – Mira Elizabeth, creo que crecieron un poco – exclamó Alex orgulloso. Los bebés crecen muy rápido, cuando menos lo esperemos estarán enormes – dije con cierta nostalgia. Abracé con profunda ternura a mis niños, ambos eran sumamente cariñosos, ya caminaban y se movían por todos lados tirando todo a su paso. – Son tan traviesos como alguna vez lo fuiste tu hijo, tirabas todo lo que encontrabas, eras como un pequeño remolino que se movía por todos lados – recordó Valeria con añoranza. Tienes razón madre, alguna vez vi unas fotografías mías cuando tenía su edad, y la ve
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