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Darrel se asomó a la ventana. Observó el vacío de la noche con el ceño fruncido, asegurándose de que Tina se había marchado.Su mirada, perdida y oscura, se desvió hacia la mesa.Se sirvió un trago generoso y lo bebió de un golpe, esperando que el ardor en su garganta apagara el fuego de su mente.Vestido con un impecable esmoquin, Darrel lucía tan elegante como descompuesto.Se sentía perdido, atrapado entre las sombras de sus propios deseos y remordimientos. Amaba a Tina, o eso se había dicho tantas veces que ya no sabía si era verdad. Pero ella lo había traicionado.Y luego estaba Mora… Mora, quien lo miraba como si él fuera el centro de su universo, quien siempre había estado ahí para él, como confidente, como refugio.¿Cómo podía devolverle ese amor? No creía ser capaz de amarla como ella deseaba.Y, aun así, sus besos habían despertado algo en él que le hacía sentirse culpable, un deseo que no podía ignorar.En la habitación contigua, Mora lloraba desconsolada al borde de la cama
Un año después.Mora estaba frente al espejo, peinando su largo cabello con lentitud, quería lucir hermosa para Darrel. No era un día cualquiera. Era un día especial, un día que había esperado con tanto anhelo: su primer aniversario de bodas.A pesar de la ocasión, la alegría que debía llenar su pecho se había convertido en una pesada carga que aplastaba su corazón.Miró su anillo, el símbolo de su promesa. Lo giró entre sus dedos, observando el brillo frío de la joya mientras pensaba:«¿Por qué no he logrado enamorarte, Darrel? ¿Debería dejarte ir?». Esa pregunta la había atormentado durante meses, y aunque trataba de ignorarla, siempre regresaba, como una sombra que se interponía en su felicidad.Se aplicó el labial, con la misma precisión que siempre, y roció su perfume favorito. Era el mismo ritual de siempre antes de preparar la cena para él.Pero hoy, el gesto que normalmente la reconfortaba, no hacía más que recordarle lo vacía que se sentía.Algo dentro de ella sabía que este
Darrel volvió a la mesa con ese hombre, su rostro endurecido como una roca. Se sentó frente a él, tomó el vaso de vino con manos que apenas temblaban, y dio un sorbo. El líquido rojo resbaló por su garganta como si intentara borrar las palabras que acababa de escuchar.—Se lo dije y se lo repito, señor, mi esposa Mora y yo, no estamos interesados en nada de lo que el señor Máximo Aragón quiera de nosotros.El hombre al frente lo miró con ojos fríos y calculadores, como si estuviera evaluando cada palabra que Darrel pronunciaba.—Señor Aragón, piénselo, el señor Máximo está gravemente enfermo, tal vez en sus últimos tiempos de vida. Tiene un patrimonio económico considerable y desea legarlo a quienes considera sus únicos nietos, usted y la señora Mora Aragón.Intentó reconciliarse con su hijo Dylan, pero eso no fue posible.Darrel asintió con una indiferencia tan palpable que casi podría tocarse.—Estoy consciente del daño que Máximo le hizo a mi padre, y mi respuesta es no. No quiero t
Darrel tenía la mirada perdida. El silencio de la habitación se hacía más pesado con cada minuto que pasaba, pero Mora no regresaba. Las horas parecían haberse detenido en un abismo interminable. Su mente revoloteaba entre recuerdos difusos y un nudo de preocupación que apretaba su pecho sin piedad. Entonces, el sonido estridente de su teléfono rompió la tensión. Miró la pantalla: era su padre.—Hola, papá… —respondía, intentando sonar calmado, pero su voz salió temblorosa.—¡¿Dónde demonios estás?! ¿Por qué no estás con tu esposa? ¡Mora sufrió un accidente! No estás con ella en el hospital —la voz de Dylan resonó como un gruñido furioso, lleno de reproche.—¡¿Qué has dicho?! ¡¿Dónde está Mora?! —preguntó Darrel, con el corazón acelerado como un tambor.Cuando su padre le dio el nombre del hospital, no lo pensó dos veces.Salió corriendo de casa, su mente en blanco, el miedo arrastrándolo como un torrente.***El camino al hospital fue un caos. Manejó durante diez minutos que se sintie
Darrel salió del hospital, el viento frío golpeó su rostro, pero el entumecimiento que sentía no tenía nada que ver con el clima. Las palabras de Mora resonaban como un eco cruel en su mente: "Ya no te amo". Esa frase lo había destrozado. Caminó sin rumbo, incapaz de aceptar lo que acababa de suceder.—¡Eso es mentira! —exclamó en voz baja, como si sus palabras pudieran desafiar la realidad—. Ella me ama. Siempre me ha amado. Debe ser por lo idiota que me comporté... —murmuró, intentando justificar lo injustificable.Miró el cielo, ahora cubierto de nubes grises, y se sintió perdido. Mora era su hogar, su refugio, su razón de ser. No podía dejar que todo terminara así. Decidió regresar al hospital; necesitaba verla, necesitaba escucharla, decir algo, cualquier cosa, que le diera esperanza.***Cuando Mora abrió los ojos, la figura de Bernardo frente a su cama la sobresaltó.—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó, alarmada.Bernardo sonrió, su porte confiado la intimidó.—Estoy aquí por ti, Mora
Al día siguienteCuando Mora despertó, lo primero que sintió fue una cálida mano rozando su mejilla.Abrió los ojos con lentitud y se encontró con Darrel mirándola, la preocupación era evidente en sus facciones cansadas.—Ya no tienes fiebre —dijo en voz baja, como si su alivio estuviera teñido de ternura.El contacto y sus palabras hicieron que Mora reaccionara de inmediato.Apartó su mano de un manotazo con una frialdad cortante, casi como si la hubiera quemado.—No me toques —espetó con un gesto de desdén tan intenso que sorprendió a Darrel.Él retrocedió ligeramente, atónito.—Mora, ¿por qué actúas así? —preguntó, intentando comprender aquel giro inesperado en su actitud.Mora le lanzó una mirada fría, pero en su interior luchaba por contener las emociones que la carcomían.—¿Y cómo quieres que actúe? —respondió con un sarcasmo venenoso—. Ah, claro, seguro esperas que me muestre agradecida y tierna, ¿no? Que me derrita por un simple acto de bondad. Pues lo siento, Darrel. No soy ya
Tina veía la televisión, los ojos perdidos en la pantalla. El aburrimiento, la carcomía. La rutina la había vuelto insípida, sin brillo.Luego de su aventura en el extranjero, donde gastó hasta el último centavo en fiestas, amantes y placeres fugaces, se había dado cuenta de algo muy claro: no podía sostener ese estilo de vida por sí misma.Su belleza seguía intacta, pero la idea de envejecer al lado de un hombre viejo y acaudalado no le resultaba tan emocionante como había imaginado.—Darrel… —susurró su nombre con un brillo en los ojos—. Siempre serás mío.Él, el único hombre que había considerado su seguro de vida. La única persona que, incluso con el desprecio pintado en el rostro, había estado ahí.Ahora, sin nada que perder ni ganar, decidió que era el momento de recuperar lo que consideraba suyo: a Darrel.De repente, el sonido del timbre la sobresaltó. Frunció el ceño y miró hacia la pantalla de seguridad. Cuando vio a Darrel parado al otro lado de la puerta, sintió un vuelco e
Darrel bajó a la cocina para preparar la cena. A esas horas, el silencio se extendía como un manto pesado en la mansión; los empleados ya se habían retirado, dejando atrás solo la soledad de las paredes vacías.Mientras cortaba los ingredientes y sentía el calor del fogón, su mente no dejaba de pensar en Mora: en lo distante que estaba, en cómo la había herido.El repiquetear de los cubiertos sobre los platos era el único sonido que lo acompañaba, pero incluso ese ruido parecía acusarlo de sus pecados.Cuando terminó, subió las escaleras con pasos firmes y un corazón lleno de intenciones inciertas.***Mora estaba sumergida en un baño caliente. El vapor había convertido el cuarto en una neblina espesa que la envolvía como una cortina, sofocándola, y, aun así, no podía desprenderse del frío que le pesaba en el pecho.Cerraba los ojos, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel, lavando las lágrimas que se mezclaban con las gotas.No quería pensar. No quería recordar.Pero los r