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Darrel bajó a la cocina para preparar la cena. A esas horas, el silencio se extendía como un manto pesado en la mansión; los empleados ya se habían retirado, dejando atrás solo la soledad de las paredes vacías.Mientras cortaba los ingredientes y sentía el calor del fogón, su mente no dejaba de pensar en Mora: en lo distante que estaba, en cómo la había herido.El repiquetear de los cubiertos sobre los platos era el único sonido que lo acompañaba, pero incluso ese ruido parecía acusarlo de sus pecados.Cuando terminó, subió las escaleras con pasos firmes y un corazón lleno de intenciones inciertas.***Mora estaba sumergida en un baño caliente. El vapor había convertido el cuarto en una neblina espesa que la envolvía como una cortina, sofocándola, y, aun así, no podía desprenderse del frío que le pesaba en el pecho.Cerraba los ojos, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel, lavando las lágrimas que se mezclaban con las gotas.No quería pensar. No quería recordar.Pero los r
Al día siguienteDarrel despertó con la luz del amanecer filtrándose por la ventana, pero la calidez del cuerpo de Mora a su lado ya no estaba.Frunció el ceño y se incorporó con rapidez. La ausencia de su esposa en la cama le produjo una punzada de ansiedad en el pecho.La buscó con la mirada y, al no encontrarla, se levantó enseguida.Bajó las escaleras a paso firme. Pronto la encontró en la cocina.El olor a café recién hecho se mezclaba con el sonido suave de las sartenes. Allí estaba Mora, de espaldas, concentrada en preparar el desayuno. Era una imagen cotidiana, pero para Darrel, esa mañana, verla así lo perturbó más de lo que esperaba.—Mora, no tienes por qué hacer esto. Debes descansar —su voz sonó grave, pero se esforzó en suavizarla.Ella se giró lentamente, mirándolo con un dejo de frialdad en sus ojos oscuros.—Tenemos que hablar —respondió ella, dejando la sartén a un lado—. Vístete, se te hace tarde.Darrel frunció el ceño, desconcertado.—¿Tarde?—¿Y el trabajo? ¿No v
Mora abofeteó el rostro de Bernardo con una furia que llevaba tiempo acumulada. El sonido de la bofetada resonó como un eco en el salón. Él no se inmutó, pero la intensidad de su mirada la estremeció.—¡No vuelvas a hablarme de amor! —espetó Mora, temblando de rabia—. ¡Menos aún cuando tienes a una mujer que te ama y está a punto de ser tu esposa! Yo estoy casada, ¡respétame! Respétame a mí y respeta a Alma. No quiero nada contigo, no me interesas, y te prohíbo que vuelvas a hablarme de este tema.Bernardo intentó detenerla cuando ella dio media vuelta, pero Mora, firme en su decisión, se zafó de su agarre y se alejó con paso decidido, dejando tras de sí una estela de emociones encontradas.Alma, que había estado escuchando a escondidas, no pudo más. Su corazón roto no soportaba más mentiras ni traiciones. Con pasos rápidos y temblorosos, se acercó a él.—¿Es cierto lo que dijiste? —preguntó con la voz rota, como si aún albergara la esperanza de que todo fuera un malentendido.Bernardo
Franco irrumpió en la habitación con pasos firmes, su expresión era severa.Bernardo se estremeció al verlo entrar, sabiendo que esta vez no tendría escapatoria.—¡Contesta, Bernardo! —gritó Franco, su voz cargada de furia—. ¿Es cierto lo que dice Darrel?Bernardo tragó saliva, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él. Esta vez no se sentía tan valiente como cuando enfrentaba a Alma.—Franco… ¡Es mentira! —respondió, intentando sonar convincente, pero su tono lo traicionó—. Yo solo amo a Alma. Hemos discutido por sus celos absurdos. Todo esto es culpa de Darrel, ¡él lo está inventando!Darrel, que permanecía en el fondo de la habitación, lo miró con un odio contenido.Antes de que pudiera hablar, Dylan intervino, tomando a Darrel por el brazo.—Vamos, Darrel. Hablaremos en mi despacho.Ya en el despacho, Dylan cerró la puerta con un golpe seco. Sus ojos reflejaban una mezcla de enojo y decepción.—¿Qué significa esto, Darrel? —preguntó con tono grave.Darrel se cruzó de brazos, visib
En el hospital, Salvador despertó y vio a Alma de pie junto a su cama.—¿Quién eres? —preguntó con desconfianza.—Soy alguien que solo quiere ayudar —respondió Alma, con una serenidad que desconcertó a Salvador.—Nadie hace nada gratis, ¿Qué quieres de mí?Antes de que pudiera responder, tres hombres irrumpieron en la habitación con documentos en la mano.—Señor Ochoa, sabemos de su situación. Firme estos papeles y entregue la custodia de su hermana a sus parientes. Deje de hacerla sufrir.Salvador miró a Florecita, su corazón estaba destrozado, pero tenía miedo de hacerla sufrir màs.Con manos temblorosas, tomó los papeles.Alma, conmovida, intervino.—¡Esperen! Nadie va a firmar nada. Yo me encargaré de todo.La trabajadora social la miró con desconfianza.—¿Y usted quién es?Salvador levantó la mirada, perplejo, mientras Alma vacilaba por un instante.Sin embargo, algo en su interior la impulsó a actuar. Tomó la mano de Salvador con determinación.—Soy su… prometida. Vamos a casarno
Darrel la miró con desprecio, y por un momento, el aire en la habitación se tensó.Pero un segundo después, sus ojos se desviaron hacia la laptop en su escritorio, y siguió trabajando como si nada hubiera pasado.La mujer se sintió como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies.La humillación era tan palpable que le costaba respirar.—¡Señor Aragón…! —su voz tembló, casi quebrándose.Pero Darrel ni siquiera la miró, como si fuera una sombra en su oficina.Su indiferencia la golpeó más fuerte que cualquier palabra cruel.Finalmente, él levantó la mirada, y su tono fue como un golpe de hielo.—¡Vístete, mujer! No me importa quién seas, ni quién crees que eres. Mi esposa será la diseñadora aprendiz en este desfile porque yo soy el dueño de esta empresa, y así lo quiero. Quiero que mi esposa brille, porque tiene talento. No sé si más o menos que tú, pero no me importa. Ahora vete, y no vuelvas a caer tan bajo. Ten algo de dignidad. Estás despedida.Las palabras fueron como cuchillos af
Mora visitó a Alma por la tarde, encontrándose en el jardín.La brisa apenas movía las hojas, pero el peso entre ambas se sentía como una tormenta silenciosa.Mora caminó hacia Alma con los hombros caídos, sus ojos clavados en el suelo, como si el mundo entero se le hubiese venido encima.Apenas pudo reunir la valentía para tomar su mano.—Alma… lo lamento mucho —su voz era un susurro quebrado.Alma no dijo nada al principio.Simplemente, la rodeó con los brazos, un abrazo suave, pero firme que parecía contener todo el dolor del mundo.Mora tembló, incapaz de contener las lágrimas.—¿Lo escuchaste? —murmuró Mora entre sollozos.Alma asintió lentamente, sin soltarla.Sus palabras fueron apenas audibles, pero cada sílaba llevaba una carga inmensa.—Sé que mi prometido te ama a ti.La confesión hizo que Mora sollozara aún más fuerte. Ella intentó apartarse, como si no mereciera el consuelo que Alma le ofrecía.—¡Alma, yo no quería esto! ¡Te juro que nunca fue mi intención!Alma suspiró pr
—No es ninguna locura, es un trato justo; gracias a este matrimonio, tu hermana estará a tu lado y podrás cuidarla.La voz firme de Alma resonó como un desafío en el pequeño departamento.Salvador la miraba con incredulidad, su ceño fruncido revelaba lo difícil que era comprender lo que acababa de escuchar.—¡¿Y tú qué ganas con todo esto?! —espetó, casi sin aliento, sin poder quitarle los ojos de encima.Alma sostuvo su mirada, pero por un instante pareció perderse en algún recuerdo doloroso. Las imágenes de Bernardo, —esa sonrisa arrogante, las promesas rotas, la humillación—, ardían en su memoria como fuego.Apagó cualquier atisbo de debilidad con un pestañeo y, elevando el mentón, respondió:—Yo… me vengaré de alguien que me hizo mucho daño.El silencio que siguió fue denso, casi palpable.Salvador observó a aquella mujer, que parecía tan segura y al mismo tiempo tan rota.—Mira, Salvador, esto es simple —continuó Alma, su tono volviendo a ser calculado—. Casémonos. Será solo un co