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Darrel salió del hospital, el viento frío golpeó su rostro, pero el entumecimiento que sentía no tenía nada que ver con el clima. Las palabras de Mora resonaban como un eco cruel en su mente: "Ya no te amo". Esa frase lo había destrozado. Caminó sin rumbo, incapaz de aceptar lo que acababa de suceder.—¡Eso es mentira! —exclamó en voz baja, como si sus palabras pudieran desafiar la realidad—. Ella me ama. Siempre me ha amado. Debe ser por lo idiota que me comporté... —murmuró, intentando justificar lo injustificable.Miró el cielo, ahora cubierto de nubes grises, y se sintió perdido. Mora era su hogar, su refugio, su razón de ser. No podía dejar que todo terminara así. Decidió regresar al hospital; necesitaba verla, necesitaba escucharla, decir algo, cualquier cosa, que le diera esperanza.***Cuando Mora abrió los ojos, la figura de Bernardo frente a su cama la sobresaltó.—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó, alarmada.Bernardo sonrió, su porte confiado la intimidó.—Estoy aquí por ti, Mora
Al día siguienteCuando Mora despertó, lo primero que sintió fue una cálida mano rozando su mejilla.Abrió los ojos con lentitud y se encontró con Darrel mirándola, la preocupación era evidente en sus facciones cansadas.—Ya no tienes fiebre —dijo en voz baja, como si su alivio estuviera teñido de ternura.El contacto y sus palabras hicieron que Mora reaccionara de inmediato.Apartó su mano de un manotazo con una frialdad cortante, casi como si la hubiera quemado.—No me toques —espetó con un gesto de desdén tan intenso que sorprendió a Darrel.Él retrocedió ligeramente, atónito.—Mora, ¿por qué actúas así? —preguntó, intentando comprender aquel giro inesperado en su actitud.Mora le lanzó una mirada fría, pero en su interior luchaba por contener las emociones que la carcomían.—¿Y cómo quieres que actúe? —respondió con un sarcasmo venenoso—. Ah, claro, seguro esperas que me muestre agradecida y tierna, ¿no? Que me derrita por un simple acto de bondad. Pues lo siento, Darrel. No soy ya
Tina veía la televisión, los ojos perdidos en la pantalla. El aburrimiento, la carcomía. La rutina la había vuelto insípida, sin brillo.Luego de su aventura en el extranjero, donde gastó hasta el último centavo en fiestas, amantes y placeres fugaces, se había dado cuenta de algo muy claro: no podía sostener ese estilo de vida por sí misma.Su belleza seguía intacta, pero la idea de envejecer al lado de un hombre viejo y acaudalado no le resultaba tan emocionante como había imaginado.—Darrel… —susurró su nombre con un brillo en los ojos—. Siempre serás mío.Él, el único hombre que había considerado su seguro de vida. La única persona que, incluso con el desprecio pintado en el rostro, había estado ahí.Ahora, sin nada que perder ni ganar, decidió que era el momento de recuperar lo que consideraba suyo: a Darrel.De repente, el sonido del timbre la sobresaltó. Frunció el ceño y miró hacia la pantalla de seguridad. Cuando vio a Darrel parado al otro lado de la puerta, sintió un vuelco e
Darrel bajó a la cocina para preparar la cena. A esas horas, el silencio se extendía como un manto pesado en la mansión; los empleados ya se habían retirado, dejando atrás solo la soledad de las paredes vacías.Mientras cortaba los ingredientes y sentía el calor del fogón, su mente no dejaba de pensar en Mora: en lo distante que estaba, en cómo la había herido.El repiquetear de los cubiertos sobre los platos era el único sonido que lo acompañaba, pero incluso ese ruido parecía acusarlo de sus pecados.Cuando terminó, subió las escaleras con pasos firmes y un corazón lleno de intenciones inciertas.***Mora estaba sumergida en un baño caliente. El vapor había convertido el cuarto en una neblina espesa que la envolvía como una cortina, sofocándola, y, aun así, no podía desprenderse del frío que le pesaba en el pecho.Cerraba los ojos, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel, lavando las lágrimas que se mezclaban con las gotas.No quería pensar. No quería recordar.Pero los r
Al día siguienteDarrel despertó con la luz del amanecer filtrándose por la ventana, pero la calidez del cuerpo de Mora a su lado ya no estaba.Frunció el ceño y se incorporó con rapidez. La ausencia de su esposa en la cama le produjo una punzada de ansiedad en el pecho.La buscó con la mirada y, al no encontrarla, se levantó enseguida.Bajó las escaleras a paso firme. Pronto la encontró en la cocina.El olor a café recién hecho se mezclaba con el sonido suave de las sartenes. Allí estaba Mora, de espaldas, concentrada en preparar el desayuno. Era una imagen cotidiana, pero para Darrel, esa mañana, verla así lo perturbó más de lo que esperaba.—Mora, no tienes por qué hacer esto. Debes descansar —su voz sonó grave, pero se esforzó en suavizarla.Ella se giró lentamente, mirándolo con un dejo de frialdad en sus ojos oscuros.—Tenemos que hablar —respondió ella, dejando la sartén a un lado—. Vístete, se te hace tarde.Darrel frunció el ceño, desconcertado.—¿Tarde?—¿Y el trabajo? ¿No v
Mora abofeteó el rostro de Bernardo con una furia que llevaba tiempo acumulada. El sonido de la bofetada resonó como un eco en el salón. Él no se inmutó, pero la intensidad de su mirada la estremeció.—¡No vuelvas a hablarme de amor! —espetó Mora, temblando de rabia—. ¡Menos aún cuando tienes a una mujer que te ama y está a punto de ser tu esposa! Yo estoy casada, ¡respétame! Respétame a mí y respeta a Alma. No quiero nada contigo, no me interesas, y te prohíbo que vuelvas a hablarme de este tema.Bernardo intentó detenerla cuando ella dio media vuelta, pero Mora, firme en su decisión, se zafó de su agarre y se alejó con paso decidido, dejando tras de sí una estela de emociones encontradas.Alma, que había estado escuchando a escondidas, no pudo más. Su corazón roto no soportaba más mentiras ni traiciones. Con pasos rápidos y temblorosos, se acercó a él.—¿Es cierto lo que dijiste? —preguntó con la voz rota, como si aún albergara la esperanza de que todo fuera un malentendido.Bernardo
Franco irrumpió en la habitación con pasos firmes, su expresión era severa.Bernardo se estremeció al verlo entrar, sabiendo que esta vez no tendría escapatoria.—¡Contesta, Bernardo! —gritó Franco, su voz cargada de furia—. ¿Es cierto lo que dice Darrel?Bernardo tragó saliva, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él. Esta vez no se sentía tan valiente como cuando enfrentaba a Alma.—Franco… ¡Es mentira! —respondió, intentando sonar convincente, pero su tono lo traicionó—. Yo solo amo a Alma. Hemos discutido por sus celos absurdos. Todo esto es culpa de Darrel, ¡él lo está inventando!Darrel, que permanecía en el fondo de la habitación, lo miró con un odio contenido.Antes de que pudiera hablar, Dylan intervino, tomando a Darrel por el brazo.—Vamos, Darrel. Hablaremos en mi despacho.Ya en el despacho, Dylan cerró la puerta con un golpe seco. Sus ojos reflejaban una mezcla de enojo y decepción.—¿Qué significa esto, Darrel? —preguntó con tono grave.Darrel se cruzó de brazos, visib
En el hospital, Salvador despertó y vio a Alma de pie junto a su cama.—¿Quién eres? —preguntó con desconfianza.—Soy alguien que solo quiere ayudar —respondió Alma, con una serenidad que desconcertó a Salvador.—Nadie hace nada gratis, ¿Qué quieres de mí?Antes de que pudiera responder, tres hombres irrumpieron en la habitación con documentos en la mano.—Señor Ochoa, sabemos de su situación. Firme estos papeles y entregue la custodia de su hermana a sus parientes. Deje de hacerla sufrir.Salvador miró a Florecita, su corazón estaba destrozado, pero tenía miedo de hacerla sufrir màs.Con manos temblorosas, tomó los papeles.Alma, conmovida, intervino.—¡Esperen! Nadie va a firmar nada. Yo me encargaré de todo.La trabajadora social la miró con desconfianza.—¿Y usted quién es?Salvador levantó la mirada, perplejo, mientras Alma vacilaba por un instante.Sin embargo, algo en su interior la impulsó a actuar. Tomó la mano de Salvador con determinación.—Soy su… prometida. Vamos a casarno