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La fiesta avanzaba en un ambiente cargado de emociones. Todos felicitaron a los recién casados, y entre risas y abrazos, Dylan envolvió a su madre en un cálido abrazo, mientras Miranda abrazaba a Marella con la misma calidez.—Marella, escúchame —dijo Miranda, con un brillo especial en la mirada—. Tengo un buen presentimiento sobre ti… Siento que eres la mujer perfecta para mi hijo.Marella no pudo evitar ruborizarse, su corazón latía más rápido. La espontaneidad y el cariño en las palabras de Miranda la hacían sentir casi en casa.Miranda les pidió entonces que compartieran el primer vals como pareja. Dylan y Marella intercambiaron una mirada de duda, pero ante la insistencia, se dirigieron a la pista, permitiendo que la música los envolviera. Al principio, sus movimientos eran torpes, tímidos, pero poco a poco, sintieron la magia de bailar frente a todos, conectando de una forma inesperada.Mientras ellos giraban, Miranda le susurró a Agustín mientras bailaban:—Agustín, no quiero qu
Franco y Suzy permanecían en aquel bar, observando la pista de baile con miradas frías y desafiantes.La música resonaba en el aire, y las risas de Claudia y Carlos parecían burlarse de ellos, como si los desprecios de esos dos fueran inagotables. Cada risa y cada mirada cómplice entre sus cónyuges encendía en Suzy y Franco una llama de rabia y decepción.Suzy giró la cabeza hacia Franco, quien mantenía una expresión endurecida, los ojos afilados como navajas. Sentía cómo la tensión en su pecho era compartida entre los dos, y, sin embargo, no podía evitar notar la profunda conexión que surgía de ese dolor compartido.—Es hora —dijo él, en un murmullo que parecía cortar el silencio.—¿Hora? —preguntó Suzy, con una mezcla de curiosidad y confusión.Franco se volvió hacia ella y le ofreció una mirada decidida.—Hora de ponerle fin a toda esta basura —respondió, y en su voz se sentía la fuerza de una convicción que no admitía dudas—. Nos vamos de aquí.Sin mirar atrás, ambos se levantaron
Claudia vomitó al costado del camino. Franco y Suzy bajaron del auto rápidamente, pero no con el gesto de preocupación. Más bien, la repulsión se dibujaba en sus rostros, lo que incrementó la tristeza y la vergüenza que ya sentía.—¡Me siento fatal! —gimió Claudia—. Llévame a casa, amor…Franco solo la miró con frialdad, como si el amor que alguna vez le había profesado hubiera desaparecido.—No, que te lleve Carlos. —Su voz sonó casi como un susurro que cortaba el aire—. No vamos a desperdiciar un fin de semana solo porque tú no puedes soportarlo, Claudia.El rostro de Claudia se llenó de asombro y dolor, pero antes de que pudiera articular una respuesta, lo vio subir al auto junto a Suzy, y ambos se marcharon sin más.Claudia quedó paralizada en la carretera, con Carlos mirándola, la furia en sus ojos reflejaba la humillación compartida.—¡¿Qué les pasa?! —gritó Claudia***Franco y Suzy llegaron a un pequeño hotel de paso. Bajaron del auto, y entraron en la recepción.—¿Una habitaci
Su tono, lleno de sarcasmo y veneno, resonó en todo el salón. Era una frase simple, pero el peso de esas palabras cargadas de ironía dejó a Eduardo y Glinda sin palabras.Las expresiones de los invitados se llenaron de desconcierto, mirándose unos a otros, sin comprender del todo la tensión que flotaba en el ambiente.Eduardo intentó ocultar su rabia, sus manos se apretaron en puños a los costados mientras su mandíbula se tensaba.Sabía que no podía perder la compostura frente a todos los invitados, pero la presencia de Marella, su desafiante postura y esa m*****a sonrisa lo quemaban por dentro.Glinda, incapaz de soportar la humillación, extendió su mano hacia él, como si buscara sostén, pero Eduardo, en su enojo, la apartó, sutilmente, una grieta en su perfecta fachada.En el fondo del salón, Dylan observaba la escena con una sonrisa apenas perceptible, satisfecho de ver cómo Marella reclamaba su justicia, cómo dejaba claro que no había sido vencida, a pesar de los golpes que le habí
Allí, parado en la entrada, con su porte firme y mirada llena de determinación, estaba Dylan, quien no apartaba la mirada del hombre que intentaba intimidar a su esposa.Eduardo retrocedió involuntariamente al ver a Dylan, sintiendo cómo la rabia se transformaba en una mezcla de humillación y temor. La presencia de Dylan imponía respeto y autoridad; su sola llegada había desmantelado la seguridad que Eduardo había mostrado segundos antes. Mientras tanto, Marella lo miraba con orgullo, sintiendo que por primera vez tenía un verdadero aliado a su lado.Dylan avanzó hasta Marella, y sin soltar su mirada intimidante sobre Eduardo, tomó la mano de su esposa, entrelazando sus dedos con los de ella en un gesto protector.—Marella es mi esposa —declaró, con voz firme y resonante—. Y si alguien intenta hacerle daño, estará enfrentándose a mí. —Su tono era frío y mortal, y nadie en el salón dudó que cumpliría con su advertencia.El silencio que siguió fue opresivo. Cada palabra de Dylan resonó e
Al llegar a casa, Santiago, el abuelo, dirigió a toda la familia hacia el salón principal, un espacio solemne cargado de historia familiar, donde cada retrato parecía observar atentamente, juzgando cada acción que ocurría bajo su mirada.Santiago se detuvo en el centro del salón y esperó a que todos tomaran asiento, con su mirada fija y severa sobre cada uno de ellos.Finalmente, sus ojos se posaron en Dylan y Marella, quienes permanecían de pie, tomados de la mano con firmeza.Al verlos así, Santiago frunció el ceño, su expresión era una mezcla de confusión e incredulidad.—¡¿Qué significa esto, Dylan?! ¿Es una especie de broma? —Su voz tronó en el silencio, cargada de reproche y sorpresa.Dylan intercambió una mirada con Marella, y en sus ojos percibió el miedo que ella intentaba ocultar.Tomando una bocanada de aire, Dylan devolvió su mirada al abuelo, con la misma determinación con la que había entrado.—No es ninguna broma, abuelo. Me casé ayer. Marella es ahora mi esposa.El sile
—¡¿Lo escuchas, abuelo?! ¿Así que solo buscas la herencia de los Aragón, bastardo? —exclamó Eduardo, con una furia incontrolable que parecía incendiar sus palabras.Los ojos de Dylan se encontraron con los de su hermano, llenos de desprecio y rencor.Pero su mirada, oscura y contenida, no era menos intensa.—¡Basta, Eduardo! ¡No vuelvas a llamar así a tu hermano! —intervino Santiago, su voz imponente resonando en el salón. Luego miró a Dylan con una mezcla de duda y desilusión—. Responde, Dylan, ¿es cierto? ¿Solo buscas eso?Dylan sintió cómo la rabia se apoderaba de su cuerpo, cada palabra de su abuelo era una daga, un recordatorio de una vida llena de desprecio y promesas rotas. Que el mismo Santiago dudara de él... Era casi insoportable.—¡¿Sabes qué?! ¡No quiero nada de ti! —espetó, la voz cargada de resentimiento—. Prometiste tantas veces, abuelo... ¿Dónde queda tu palabra? Siempre esperé algo que nunca llegó. ¿Eso es lo que entiendes por ser un hombre?Marella, sin soltar su mano
Dylan miró a Marella, sus ojos oscuros, llenos de un conflicto interno que intentaba ocultar bajo una máscara de serenidad.—Por favor, mi amor, espera un momento afuera. Déjame hablar con mi abuelo a solas.Marella lo miró con sorpresa y luego asintió, aunque el peso de la incertidumbre parecía aumentar con cada paso que daba hacia la salida.Al cruzar la puerta, sintió que se internaba en un silencio abrumador; el corredor estaba desierto, como si todo en esa mansión aguardara el resultado de aquella conversación.Se quedó quieta, entrelazando sus manos en un intento de calmar los nervios que subían por su pecho.Dentro de la habitación, Dylan y su abuelo, Santiago, se enfrentaban en un duelo silencioso de miradas. El viejo parecía cansado, pero su voluntad no se había quebrado.—¿Y bien? —Dylan rompió el silencio, su voz cargada de desconfianza—. ¿Cuáles son esas condiciones, abuelo?Santiago tragó saliva, desviando la mirada por un instante antes de responder.—Quiero que me dejes