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Su tono, lleno de sarcasmo y veneno, resonó en todo el salón. Era una frase simple, pero el peso de esas palabras cargadas de ironía dejó a Eduardo y Glinda sin palabras.Las expresiones de los invitados se llenaron de desconcierto, mirándose unos a otros, sin comprender del todo la tensión que flotaba en el ambiente.Eduardo intentó ocultar su rabia, sus manos se apretaron en puños a los costados mientras su mandíbula se tensaba.Sabía que no podía perder la compostura frente a todos los invitados, pero la presencia de Marella, su desafiante postura y esa m*****a sonrisa lo quemaban por dentro.Glinda, incapaz de soportar la humillación, extendió su mano hacia él, como si buscara sostén, pero Eduardo, en su enojo, la apartó, sutilmente, una grieta en su perfecta fachada.En el fondo del salón, Dylan observaba la escena con una sonrisa apenas perceptible, satisfecho de ver cómo Marella reclamaba su justicia, cómo dejaba claro que no había sido vencida, a pesar de los golpes que le habí
Allí, parado en la entrada, con su porte firme y mirada llena de determinación, estaba Dylan, quien no apartaba la mirada del hombre que intentaba intimidar a su esposa.Eduardo retrocedió involuntariamente al ver a Dylan, sintiendo cómo la rabia se transformaba en una mezcla de humillación y temor. La presencia de Dylan imponía respeto y autoridad; su sola llegada había desmantelado la seguridad que Eduardo había mostrado segundos antes. Mientras tanto, Marella lo miraba con orgullo, sintiendo que por primera vez tenía un verdadero aliado a su lado.Dylan avanzó hasta Marella, y sin soltar su mirada intimidante sobre Eduardo, tomó la mano de su esposa, entrelazando sus dedos con los de ella en un gesto protector.—Marella es mi esposa —declaró, con voz firme y resonante—. Y si alguien intenta hacerle daño, estará enfrentándose a mí. —Su tono era frío y mortal, y nadie en el salón dudó que cumpliría con su advertencia.El silencio que siguió fue opresivo. Cada palabra de Dylan resonó e
Al llegar a casa, Santiago, el abuelo, dirigió a toda la familia hacia el salón principal, un espacio solemne cargado de historia familiar, donde cada retrato parecía observar atentamente, juzgando cada acción que ocurría bajo su mirada.Santiago se detuvo en el centro del salón y esperó a que todos tomaran asiento, con su mirada fija y severa sobre cada uno de ellos.Finalmente, sus ojos se posaron en Dylan y Marella, quienes permanecían de pie, tomados de la mano con firmeza.Al verlos así, Santiago frunció el ceño, su expresión era una mezcla de confusión e incredulidad.—¡¿Qué significa esto, Dylan?! ¿Es una especie de broma? —Su voz tronó en el silencio, cargada de reproche y sorpresa.Dylan intercambió una mirada con Marella, y en sus ojos percibió el miedo que ella intentaba ocultar.Tomando una bocanada de aire, Dylan devolvió su mirada al abuelo, con la misma determinación con la que había entrado.—No es ninguna broma, abuelo. Me casé ayer. Marella es ahora mi esposa.El sile
—¡¿Lo escuchas, abuelo?! ¿Así que solo buscas la herencia de los Aragón, bastardo? —exclamó Eduardo, con una furia incontrolable que parecía incendiar sus palabras.Los ojos de Dylan se encontraron con los de su hermano, llenos de desprecio y rencor.Pero su mirada, oscura y contenida, no era menos intensa.—¡Basta, Eduardo! ¡No vuelvas a llamar así a tu hermano! —intervino Santiago, su voz imponente resonando en el salón. Luego miró a Dylan con una mezcla de duda y desilusión—. Responde, Dylan, ¿es cierto? ¿Solo buscas eso?Dylan sintió cómo la rabia se apoderaba de su cuerpo, cada palabra de su abuelo era una daga, un recordatorio de una vida llena de desprecio y promesas rotas. Que el mismo Santiago dudara de él... Era casi insoportable.—¡¿Sabes qué?! ¡No quiero nada de ti! —espetó, la voz cargada de resentimiento—. Prometiste tantas veces, abuelo... ¿Dónde queda tu palabra? Siempre esperé algo que nunca llegó. ¿Eso es lo que entiendes por ser un hombre?Marella, sin soltar su mano
Dylan miró a Marella, sus ojos oscuros, llenos de un conflicto interno que intentaba ocultar bajo una máscara de serenidad.—Por favor, mi amor, espera un momento afuera. Déjame hablar con mi abuelo a solas.Marella lo miró con sorpresa y luego asintió, aunque el peso de la incertidumbre parecía aumentar con cada paso que daba hacia la salida.Al cruzar la puerta, sintió que se internaba en un silencio abrumador; el corredor estaba desierto, como si todo en esa mansión aguardara el resultado de aquella conversación.Se quedó quieta, entrelazando sus manos en un intento de calmar los nervios que subían por su pecho.Dentro de la habitación, Dylan y su abuelo, Santiago, se enfrentaban en un duelo silencioso de miradas. El viejo parecía cansado, pero su voluntad no se había quebrado.—¿Y bien? —Dylan rompió el silencio, su voz cargada de desconfianza—. ¿Cuáles son esas condiciones, abuelo?Santiago tragó saliva, desviando la mirada por un instante antes de responder.—Quiero que me dejes
Cuando llegaron a la casa, Miranda y Agustín los esperaban, la angustia y el nerviosismo marcados en sus rostros. Al verlos entrar, Miranda abrazó a Marella con un alivio frenético, luego envolvió a su hijo en un abrazo igual de desesperado.—¡¿Qué fue lo que pasó?! —preguntó, su voz temblando.Dylan lanzó un suspiro profundo, casi agotado por la intensidad de la noche.—El abuelo ha cumplido su promesa, pero con ciertas condiciones —respondió, mirando a su madre con una mezcla de determinación y resignación.Miranda negó al escuchar esas condiciones, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y frustración.—¡No, Dylan! No puedo permitir que vayas a esa mansión. ¡Es la guarida de los lobos! Sé que esa mujer trama algo, ¡y si quiere hacerte daño…!Dylan esbozó una sonrisa ante los temores de su madre, aunque en el fondo algo en sus propias entrañas se tensaba también.—No soy un niño, madre. Soy un hombre, y no tengo miedo ni de zorras, ni de brujas.Miranda acarició su rostro con ternura
Dylan se detuvo, sus labios aún rozaban los de Marella mientras ambos respiraban profundamente. Al notar cómo ella quedaba sin aliento, se apartó apenas un instante para mirarla a los ojos, esos ojos que parecían desarmarlo sin remedio.—¿Qué pasa? —preguntó Marella, sin ocultar la chispa juguetona que se encendía en su mirada mientras una sonrisa peligrosa se dibujaba en sus labios—. ¿Acaso tienes miedo?Él negó con la cabeza, pero una sombra de vulnerabilidad cruzó su expresión, apenas perceptible.—No es miedo… —murmuró, su voz apenas un susurro cargado de intensidad—. Es solo que no quiero que mañana te arrepientas de ser mía.Marella sintió un estremecimiento ante sus palabras, y la sorpresa la dejó sin aliento. No sabía qué responder; había algo tan profundo y solemne en su tono, como si estuviera abriendo su corazón por primera vez en años, con una mezcla de esperanza y temor. Pero antes de que pudiera decir algo, él colocó un dedo sobre sus labios, impidiendo cualquier respuest
Cuando Suzy se negó a seguir sus órdenes, sintió cómo las manos de su esposo, que alguna vez le habían dado consuelo y amor, ahora se tensaban y apretaban contra ella con una fuerza que no reconocía.Su corazón latía desbocado mientras su garganta se cerraba por el pánico. Alzó la voz en un grito desesperado, intentando liberarse, sus uñas arañaron el aire en un esfuerzo por apartarlo. Pero él no cedía.Carlos se acercó aún más, y cuando sus labios rozaron su piel, Suzy sintió una ola de repulsión tan intensa que tuvo que contener el impulso de gritar.¿Cuándo había llegado a temerle de esta manera? El hombre que una vez adoró ahora le provocaba un asco que le quemaba el alma.Con una fuerza que no sabía de dónde provenía, lo empujó con todas sus fuerzas y le abofeteó la cara, el impacto resonando en la habitación y paralizándolo en el acto.Carlos se quedó quieto, la sorpresa y el dolor reflejándose en sus ojos. Sus labios temblaban, y lanzó un sollozo desgarrador.—¿Es eso lo que qui