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Cuando llegaron a la casa, Miranda y Agustín los esperaban, la angustia y el nerviosismo marcados en sus rostros. Al verlos entrar, Miranda abrazó a Marella con un alivio frenético, luego envolvió a su hijo en un abrazo igual de desesperado.—¡¿Qué fue lo que pasó?! —preguntó, su voz temblando.Dylan lanzó un suspiro profundo, casi agotado por la intensidad de la noche.—El abuelo ha cumplido su promesa, pero con ciertas condiciones —respondió, mirando a su madre con una mezcla de determinación y resignación.Miranda negó al escuchar esas condiciones, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y frustración.—¡No, Dylan! No puedo permitir que vayas a esa mansión. ¡Es la guarida de los lobos! Sé que esa mujer trama algo, ¡y si quiere hacerte daño…!Dylan esbozó una sonrisa ante los temores de su madre, aunque en el fondo algo en sus propias entrañas se tensaba también.—No soy un niño, madre. Soy un hombre, y no tengo miedo ni de zorras, ni de brujas.Miranda acarició su rostro con ternura
Dylan se detuvo, sus labios aún rozaban los de Marella mientras ambos respiraban profundamente. Al notar cómo ella quedaba sin aliento, se apartó apenas un instante para mirarla a los ojos, esos ojos que parecían desarmarlo sin remedio.—¿Qué pasa? —preguntó Marella, sin ocultar la chispa juguetona que se encendía en su mirada mientras una sonrisa peligrosa se dibujaba en sus labios—. ¿Acaso tienes miedo?Él negó con la cabeza, pero una sombra de vulnerabilidad cruzó su expresión, apenas perceptible.—No es miedo… —murmuró, su voz apenas un susurro cargado de intensidad—. Es solo que no quiero que mañana te arrepientas de ser mía.Marella sintió un estremecimiento ante sus palabras, y la sorpresa la dejó sin aliento. No sabía qué responder; había algo tan profundo y solemne en su tono, como si estuviera abriendo su corazón por primera vez en años, con una mezcla de esperanza y temor. Pero antes de que pudiera decir algo, él colocó un dedo sobre sus labios, impidiendo cualquier respuest
Cuando Suzy se negó a seguir sus órdenes, sintió cómo las manos de su esposo, que alguna vez le habían dado consuelo y amor, ahora se tensaban y apretaban contra ella con una fuerza que no reconocía.Su corazón latía desbocado mientras su garganta se cerraba por el pánico. Alzó la voz en un grito desesperado, intentando liberarse, sus uñas arañaron el aire en un esfuerzo por apartarlo. Pero él no cedía.Carlos se acercó aún más, y cuando sus labios rozaron su piel, Suzy sintió una ola de repulsión tan intensa que tuvo que contener el impulso de gritar.¿Cuándo había llegado a temerle de esta manera? El hombre que una vez adoró ahora le provocaba un asco que le quemaba el alma.Con una fuerza que no sabía de dónde provenía, lo empujó con todas sus fuerzas y le abofeteó la cara, el impacto resonando en la habitación y paralizándolo en el acto.Carlos se quedó quieto, la sorpresa y el dolor reflejándose en sus ojos. Sus labios temblaban, y lanzó un sollozo desgarrador.—¿Es eso lo que qui
Marella sintió que un estremecimiento recorría su cuerpo, como si el suelo se desvaneciera bajo sus pies.Sus manos temblaban sin control y, por un momento, las palabras se desvanecieron en su mente. Con un suspiro roto, soltó el teléfono, como si la comunicación con el pasado, esa sombra de dolor que la perseguía, estuviera más allá de sus fuerzas para sostenerla.Sin mirarlo, le entregó el teléfono a Dylan, sus dedos, casi rozándose con los suyos en un gesto tan vacío como el abismo que se formaba entre ella y todo lo que había conocido.La voz de Eduardo, en el otro extremo de la línea, era tan dulce, tan llena de una falsedad que desgarró el aire tenso que los rodeaba.—¿Marella? ¿Te olvidaste de mí? —preguntó con esa suavidad que solo él sabía fingir, tocando el ego de Dylan como un golpe afilado.Dylan apretó los dientes, su rabia emergió como una oleada oscura. En ese momento, cada palabra de Eduardo era como una daga, apuntando directamente a su orgullo.—¿No eres demasiado cín
—Franco… ¡No sé qué decir, yo…!Suzy no pudo responder, cuando sintió sus labios besándola con ternura.***En la mansión Aragón, Miranda estaba sentada frente a Santiago, el ambiente cargado de tensión y promesas no pronunciadas.Las luces suaves del salón caían sobre ellos, pero era como si una sombra flotara en el aire.—Entonces, hagamos la fiesta de compromiso en dos días. La boda religiosa será una semana después. No tengo límite en el presupuesto, Miranda. Quiero lo mejor para mi primer nieto —dijo Santiago, su voz grave, casi autoritaria.Miranda sonrió, pero algo en sus ojos delataba el dolor que se escondía tras esa fachada.—Gracias por devolverle a mi hijo el puesto que merece, Santiago. Lo he visto sufrir por los desaires de su padre —respondió, su voz suave, casi triste.Santiago la miró, convencido de que quería recompensar a su nieto, pero no pudo evitar ver la angustia que se reflejaba en los ojos de Miranda.Ella se levantó para irse, pero antes de dar un paso, Yoland
Eduardo lanzó un quejido de dolor al sentir el golpe, y Marella aprovechó para retroceder, temblando, pero decidida a no ceder ante él. Eduardo miró su herida con rabia, tocando la sangre que le escurría por el rostro. Sus ojos, llenos de odio, se fijaron en ella, cargados de amenazas no pronunciadas. Marella, sintiendo el peligro, dio otro paso hacia atrás, preparándose para defenderse si él intentaba algo más, pero justo en ese momento, el sacerdote de la iglesia apareció entre ellos, interponiéndose.—¿Qué está pasando aquí? —exclamó el sacerdote, observando la tensión entre ambos—. Este lugar es sagrado, no es para que alguien lastime a una mujer. —Su tono era firme, sus ojos claros y severos se posaron en Eduardo—. Márchese ahora, o llamaré a la policía.Eduardo soltó una carcajada amarga, pero el desprecio en su mirada era evidente. Sabía que no podía continuar sin enfrentar consecuencias. Así que, sin decir una palabra más, salió rápidamente de la iglesia, lanzando una última mi
Dylan y Marella llegaron juntos a la mansión Aragón, sus pasos resonando en el pavimento mientras el aire se cargaba de tensión.Al bajar del auto, Dylan percibió el ligero temblor en la mano de Marella y la sostuvo con firmeza, transmitiéndole seguridad.—Estaré aquí, no tengas miedo —le susurró, mirándola a los ojos con una promesa silenciosa de apoyo.Cuando entraron al salón, apenas tuvieron tiempo de orientarse antes de que un grito desgarrador los alcanzara. Yolanda avanzó hacia Marella como una tormenta furiosa, con los ojos encendidos de rabia.—¡Eres una mujerzuela! —bramó Yolanda, intentando abofetearla—. ¡Seduciendo a Eduardo mientras estás casada con su hermano!Pero Marella no era la misma mujer sumisa de antes. En un movimiento rápido, tomó la mano de Yolanda y la empujó, lanzándola un par de pasos hacia atrás. La sorpresa en los ojos de Yolanda fue palpable, al igual que su furia.—¡Yo no soy como tú, Yolanda! —replicó Marella con voz temblorosa, pero decidida—. Aquí la
Al llegar al hospital, Eduardo corrió hacia Glinda, cuya piel estaba pálida y cubierta de sudor. Su expresión de angustia hizo que todos los presentes contuvieran el aliento. Él se arrodilló junto a ella, tomando su mano temblorosa con una desesperación que nunca antes había mostrado.—¡Glinda! —exclamó, sus palabras llenas de pánico—. ¿Estás bien? Por favor, dime que estás bien.Glinda entreabrió los ojos y lanzó una mirada de dolor y reproche hacia Eduardo. Sus labios temblaban, y sus ojos, llenos de lágrimas, parecían pedir consuelo.—Eduardo… —su voz era apenas un susurro—, ¿por qué me haces esto? ¡¿Por qué la besaste?! ¿Es que acaso sientes algo por Marella?Eduardo sintió como si cada palabra fuera una daga que se hundía en su pecho. No supo qué responder. Bajó la mirada, incapaz de enfrentar la pregunta. Glinda soltó un sollozo ahogado.—¿Te arrepientes de estar conmigo? —insistió ella, la angustia volviendo su voz frágil—. ¿Te duele verla con tu hermano? ¿Te das cuenta ahora de