HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
Dylan y Franco conversaban mientras caminaban por los pasillos del hotel, intentando digerir todo lo ocurrido. La tensión en el aire era palpable, como si un huracán acabara de arrasar con la tranquilidad de sus vidas.—¿Qué crees que haya pasado para que Glinda llegara y armara semejante escándalo? —preguntó Franco con el ceño fruncido.Dylan suspiró, frustrado.—No tengo idea, pero lo que sea que quieran ya no me importa.Sin embargo, antes de llegar a su habitación, un grito desesperado les cortó el paso.Giraron y se encontraron con Máximo, quien avanzaba hacia Dylan con los ojos desorbitados, casi fuera de sí.Sin previo aviso, Máximo lo sujetó violentamente por el cuello de la camisa, sacudiéndolo como si intentara exprimirle respuestas.—¡¿Dónde está tu hermano?! —gritó, la voz rota por la angustia—. ¡Dime dónde lo tienes! ¡Lo has secuestrado!El impacto de aquellas palabras golpeó a Dylan como un balde de agua helada.La náusea se apoderó de él, y el asco por las acusaciones de
Marella, Miranda y Suzy esperaban en silencio.El ambiente estaba cargado de tensión.Las tres mujeres permanecían sentadas en un rincón del hospital, con las miradas perdidas en un vacío que se llenaba de incertidumbre.Marella apenas podía contener su ansiedad, no quería que la bebé sufriera, quería que naciera sana y salva, su corazón palpitaba con fuerza mientras acariciaba instintivamente su vientre, buscando consuelo en la vida que crecía dentro de ella.Miranda, por su parte, miraba con desdén a Yolanda, quien, lejos de mostrar algún atisbo de emoción, mantenía una expresión gélida, inmersa en sus propios pensamientos.—¿Qué sabes de Eduardo? —preguntó Yolanda por enésima vez, rompiendo el incómodo silencio.Miranda suspiró, exasperada.—Ya te lo dijimos, no sabemos nada más.Yolanda apretó los labios y apartó la vista, claramente frustrada.Horas después, apareció el doctor. Su rostro mostraba una mezcla de cansancio y satisfacción profesional.—La bebé ha nacido —anunció—. Pe
—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Dylan, su voz quebrándose mientras presionaba con fuerza la herida de su padre para intentar detener el flujo de sangre.Máximo yacía inconsciente, su rostro pálido como si ya hubiera sido reclamado por la muerte. Eduardo, herido y cubierto de moretones, temblaba mientras trataba de mantener la calma, aunque sus ojos estaban desbordados de lágrimas.—¡Padre, por favor, no nos dejes! —exclamó Eduardo con desesperación, su voz ronca, casi irreconocible.La ambulancia llegó en cuestión de minutos, pero para ellos el tiempo parecía haberse detenido en una angustiosa eternidad.Dylan ayudó a los paramédicos a levantar a su padre, mientras Eduardo, sin importar sus propios golpes y heridas, subía a la ambulancia.El vehículo se dirigió al hospital a toda velocidad, el sonido de la sirena perforando la noche. Eduardo apretaba los puños mientras trataba de contener el dolor físico y emocional que lo asfixiaba.***En el hospitalCuando Yolanda vio a su esposo
Dylan aceptó verlo, pero sus piernas se sentían como si fueran de plomo mientras avanzaba hacia la puerta de la habitación.Cada paso que daba parecía arrastrarlo más al abismo emocional que lo había consumido durante las últimas horas.Marella, a su lado, tomó su mano y la apretó con fuerza, como un ancla que lo mantenía a flote.—Estoy contigo —le susurró, su mirada, reflejando un amor profundo, mezclado con una preocupación que no podía ocultar.Dylan asintió, intentando reunir fuerzas.El pasillo del hospital estaba impregnado de un silencio pesado, roto únicamente por el murmullo de las máquinas y pasos lejanos.Detrás de ellos, Eduardo los observaba desde una distancia prudente. Su rostro reflejaba un torbellino de emociones: culpa, rabia y la amarga realización de que sus errores lo estaban alcanzando, uno por uno.Cuando Dylan soltó la mano de Marella para entrar, sintió que dejaba atrás un refugio seguro.Al cruzar la puerta, el aire en la habitación se tornó más denso.Máximo
Eduardo observaba la cuenta del hospital con una mezcla de frustración y alivio. Aunque no quería depender del dinero de su padre, saber que alguien más había pagado la deuda le quitaba un gran peso de encima. Intuía que Dylan estaba detrás de aquello.«¿Cómo es que tienes tanta suerte, Dylan?», pensó, apretando los dientes con rabia. Cada gesto de superioridad de Dylan era como una daga en su orgullo. «Debe haber una manera de destruirte. No puedes tener todo lo que yo siempre merecí».Su mirada se oscureció, mientras un nuevo plan comenzaba a formarse en su mente.***Tres meses después.Marella y Suzy se sentaron en una pequeña cafetería, rodeadas de papeles y listas para planificar la boda de Suzy. Esta, por fin, había obtenido el divorcio de Carlos después de meses de enfrentamientos legales. Aunque él intentó detenerlo, la justicia prevaleció.—Quiero algo íntimo, Marella. No necesito una boda grande, pero sí quiero que sea hermosa y especial —dijo Suzy con una sonrisa que irradi
Agustín conducía el auto con el ceño fruncido, acelerando con cada queja que Marella dejaba escapar.Miranda, sentada a su lado, le lanzaba miradas de preocupación, sin atreverse a hablar para no alterar aún más la tensa atmósfera.En el asiento trasero, Dylan sostenía la mano de Marella con tanta fuerza que sus propios dedos comenzaban a entumecerse. No le importaba.Su mirada estaba fija en ella, en su rostro pálido, perlado de sudor, en cómo mordía su labio, intentando contener los gemidos de dolor. Cada quejido la hacía parecer más frágil, y eso lo destrozaba.—Respira, mi amor… estoy aquí —susurraba, su voz quebrada mientras acariciaba su frente húmeda—. Todo estará bien, te lo prometo.Pero Marella no podía escucharlo del todo.El dolor la invadía como una tormenta implacable, y junto con él, el miedo: miedo de no ser lo suficientemente fuerte, de que algo pudiera salir mal, de lo desconocido que estaba por enfrentar.Un auto con guardias los seguía de cerca, como una sombra prot
Al día siguienteEduardo se levantó temprano. Apenas había logrado dormir durante la noche.Las dudas que lo atormentaban parecían haber encontrado eco en el llanto inconsolable de la bebé, que llenaba la habitación con su pequeña pero insistente voz.Miró hacia el lado de la cama donde Glinda seguía durmiendo profundamente, ajena al ruido y al caos que causaba su hija.—La niña tiene hambre —dijo Eduardo, tratando de mantener la calma mientras la sacudía ligeramente para despertarla.Glinda abrió un ojo con desdén, estirándose como si el esfuerzo de atender a la bebé no fuera su responsabilidad.—Dale de comer tú. Hay biberones listos en la cocina.Su voz era seca, indiferente, y señaló con pereza hacia el refrigerador antes de darse la vuelta y taparse con las mantas.Eduardo apretó la mandíbula, luchando contra el impulso de gritarle. ¿Cómo podía ser tan egoísta?Sin decir más, se levantó de la cama, fue a buscar un biberón y, tras calentarlo, tomó a la bebé en brazos.Mientras la a
Marella y Dylan llegaron a casa, con la ayuda de Miranda y Agustín.El pequeño bebé descansaba en los brazos de su madre.La guardería estaba lista, decorada en tonos suaves de azul y blanco.Marella lo colocó con cuidado en la cuna. Sus ojos brillaban de agotamiento, pero también de un amor inmenso y protector.—Debes dormir, amor —dijo en voz baja, caminando hacia la habitación principal.Ella negó con la cabeza, aunque el cansancio era evidente en su rostro.—No, Dylan. Quiero estar con mi bebé. No puedo dejarlo solo.Él sonrió con ternura, besando su frente mientras la acomodaba en la cama.—Nuestro hijo está en buenas manos, cariño. Mi madre lo cuidará por ahora, y yo estaré pendiente. Pero tú necesitas descansar. Fuiste increíblemente valiente hoy, Marella. Te admiro tanto… Te amo más de lo que las palabras pueden explicar.Marella sintió cómo su corazón latía más rápido ante esas palabras.—¿De verdad aún me amas? —preguntó en un susurro—. Me veo tan gorda y fea…Dylan tomó su