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Glinda contuvo el aliento, mordiendo sus labios con fuerza mientras sus ojos temblaban al encontrarse con los de Yolanda, que la miraba como si fuera una presa en sus manos. Sin previo aviso, Yolanda levantó la mano y le propinó una bofetada que resonó en la habitación, tirándola al suelo. Glinda soltó un gemido, su mejilla ardiendo bajo el impacto.—¡Tú! —escupió Yolanda, con los ojos encendidos de ira—. ¡Maldita mujerzuela! ¿Te atreves a jugar con mi familia? ¡Ese bastardo que llevas en el vientre no es un Aragón!Glinda se quedó paralizada, el miedo congelado en su rostro. Apenas podía procesar lo que escuchaba, y su mente giraba en espiral, llena de preguntas y temores. Con manos temblorosas, tomó el sobre que Yolanda le extendió y, al abrirlo, leyó las palabras que cambiaban su destino. Los resultados confirmaban lo que temía: su hijo no era de Eduardo. Su hijo era de su difunto esposo, lo que lo dejaba sin el derecho al legado de los Aragón.—¡Esto no puede ser! —susurró, la dese
—¡Eso nunca pasará! Es mi esposa... —Carlos intentó mantener su voz firme, pero su desesperación era evidente.Franco perdió la paciencia. Sin dudarlo, se acercó y le tomó del cuello, apretando con tanta fuerza que el aire se le escapó a Carlos. La expresión de Claudia se contrajo en un sollozo, sus manos temblorosas cubriéndose el rostro mientras observaba la escena.—Bien, entonces enviaré el video a tu jefe, a tu esposa y a todos tus conocidos —amenazó Franco, sin soltarle—. Vamos a ver si, cuando termines sin nada y Claudia quede libre, podrán vivir su tórrido romance en la miseria.Finalmente, lo soltó, dejando a Carlos sin aliento, con el rostro enrojecido por la presión. Llamó a su empleada con un tono autoritario.—Llama al chofer, dile que me ayude a sacar a un sujeto que ya no es bienvenido en mi casa.La empleada obedeció de inmediato. Carlos bajó la mirada, notando con horror cómo se desmoronaba su vida en cuestión de segundos. «¡Suzy me ama, pero…! ¿Me perdonará esta traic
—¡¿Qué has dicho?! ¿Es una broma? Dime, ¿es una m*****a broma, Carlos? —la voz de Suzette temblaba entre el desconcierto y la furia.Carlos evitó su mirada, sus ojos rojos por la tensión acumulada. Negó lentamente.—Lo siento, pero no, Suzette. Ya no me satisfaces, ya no me haces feliz —su voz era casi un susurro, pero cada palabra perforaba como una herida abierta.Suzette cayó de rodillas, sus lágrimas corrían en silencio, desmoronándose al ver cómo el matrimonio que consideraba perfecto se deshacía ante sus ojos.Buscó desesperadamente algún indicio de lo que pudo fallar, alguna señal que le advirtiera de la tragedia que ahora enfrentaba. Ayer, él había regresado de un viaje, y había sido tan atento con ella… Y ahora, ¿esto? ¿Cómo podía su mundo desmoronarse tan rápidamente?Carlos intentó alejarse, pero Suzette se aferró a su abrigo con desesperación.—Por favor, Carlos, ¡no me dejes así! Necesito que me expliques… ¿En qué te fallé? Llevamos cuatro años juntos, dos de casados. Dime
—¡Tendremos una boda! Ay, ¡qué felicidad! —exclamó Miranda con una sonrisa resplandeciente.Dylan rodó los ojos, suspirando.—Madre, déjame explicarte —dijo con voz seria—. Esto solo es una boda por contrato, por venganza. Es un trato, no un matrimonio normal.Miranda entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con una expresión que dejaba ver su descontento.—¿Crees que puedes jugar con el matrimonio de esa forma, Dylan?Franco, al notar la tensión en el ambiente, carraspeó discretamente.—Creo que es momento de retirarme. Buenas noches, señora Bauer, Dylan —dijo antes de alejarse, dejando a madre e hijo a solas.—No es así como se juega con el matrimonio, Dylan —insistió Miranda, sus palabras cargadas de reproche.Dylan frunció el ceño, claramente exasperado.—¿No entiendes, madre? Necesitamos hacer justicia. Máximo, Eduardo, Yolanda… todos ellos nos han humillado. No pienso permitir que se salgan con la suya.Miranda lo observó con escepticismo, como si intentara descifrar sus verdade
Carlos sintió que le faltaban las palabras, mientras Suzy lo miraba con tristeza desde el otro lado del asiento. Ambos guardaron silencio al iniciar el desfile, pero el ambiente pesado entre ellos era innegable. Suzy tragó el nudo en su garganta, intentando disimular el dolor que le atravesaba el corazón. A lo lejos, sintió una mirada que la hacía estremecer, una presencia inconfundible: los ojos oscuros de Franco Nassin estaban clavados en ella, con una intensidad que le helaba la sangre.«¿Qué clase de hombre permite compartir a su esposa?», pensó, sintiéndose atrapada en una pesadilla. «Mi esposo lo hace… como si nada, como si yo fuera un trofeo en un juego del que no puedo escapar». Suzy cerró los ojos un momento, luchando contra sus emociones, mientras el desfile continuaba.***En el camerino, Marella observó el vestido que le entregaban, y su respiración se cortó. Era un vestido de novia, deslumbrante, con un velo cubierto de brillantes y detalles que hablaban de una riqueza ina
En la pasarelaDylan fue el primero en levantarse, su rostro sereno y confiado al recibir los aplausos de la audiencia. Sin embargo, casi de inmediato, Eduardo también se puso de pie, con la mirada oscura y una expresión de enojo contenida. Parecía que cada aplauso que resonaba en el salón alimentaba aún más su furia.Sin prestarle atención, Dylan subió a la pasarela y tomó la mano de Marella, que lo esperaba con una sonrisa ligera pero nerviosa. Ambos caminaron con seguridad hasta el podio, donde estaban las modelos formando una fila elegante.La gente murmuraba, algunos admiraban la presencia de ambos juntos, y otros no podían ignorar la tensión en el aire.Dylan tomó el micrófono y, con voz firme, comenzó su discurso.—Gracias a todos por sus elogios y aplausos —dijo, proyectando su voz en el salón—. Esta pasarela es importante para mí porque busca fusionar la elegancia con la modernidad. Queremos ofrecer una experiencia memorable y única para nuestros clientes. Sean bienvenidos a n
Dylan se quedó paralizado, con la mejilla aun ardiendo por el golpe de su padre. Marella se acercó a él, sus ojos reflejaban compasión y un toque de tristeza al verlo así. Sin decir nada, alzó la mano y acarició con delicadeza la mejilla enrojecida de Dylan, como queriendo aliviar el dolor que él intentaba ocultar.Dylan cerró los ojos, entregándose por un instante al consuelo de su toque, dejándose envolver por esa cercanía que no esperaba.—Lo siento mucho, Dylan… —susurró Marella, su voz cargada de sinceridad.Dylan abrió los ojos y la miró fijamente. En un impulso, tomó su cintura y acercó sus labios a los de ella, fundiéndose en un beso lento y profundo. Marella le respondió, sin reservas, pero en medio de su pasión, su vestido resbaló hasta caer al suelo, dejando sus hombros y pecho expuestos. Marella soltó un pequeño grito de sorpresa y cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de cubrirse, su rostro encendido de vergüenza.La mirada de Dylan se tornó más oscura al verla así, y
Marella no podía creer lo que estaba sucediendo. Su mirada se fijó en el vino derramándose sobre su vestido, las manchas carmesí se extendían como un cruel recordatorio de la humillación que estaba sufriendo. Sus ojos, enrojecidos y llorosos, se elevaron hacia Eduardo, y un profundo dolor la atravesó. «¿Cómo pude amar a un hombre tan cruel como tú, Eduardo? ¡Eres malo!», pensó, sintiendo que su corazón se rompía en pedazos.No pudo soportarlo más. La risa cínica de Eduardo resonó en sus oídos, como un eco hiriente.—Ups, pequeña, fue un accidente… —se burló él, su tono despectivo solo alimentaba su rabia.Sin pensarlo, Marella levantó la mano y le abofeteó el rostro con una fuerza que dejó a todos en el salón en un profundo silencio. El impacto resonó en la habitación como un trueno, y el tiempo pareció detenerse por un momento.Dylan, quien había estado observando con creciente preocupación, se levantó de su asiento, temiendo que Eduardo pudiera reaccionar violentamente. Pero Marella,