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Dylan se quedó paralizado, con la mejilla aun ardiendo por el golpe de su padre. Marella se acercó a él, sus ojos reflejaban compasión y un toque de tristeza al verlo así. Sin decir nada, alzó la mano y acarició con delicadeza la mejilla enrojecida de Dylan, como queriendo aliviar el dolor que él intentaba ocultar.Dylan cerró los ojos, entregándose por un instante al consuelo de su toque, dejándose envolver por esa cercanía que no esperaba.—Lo siento mucho, Dylan… —susurró Marella, su voz cargada de sinceridad.Dylan abrió los ojos y la miró fijamente. En un impulso, tomó su cintura y acercó sus labios a los de ella, fundiéndose en un beso lento y profundo. Marella le respondió, sin reservas, pero en medio de su pasión, su vestido resbaló hasta caer al suelo, dejando sus hombros y pecho expuestos. Marella soltó un pequeño grito de sorpresa y cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de cubrirse, su rostro encendido de vergüenza.La mirada de Dylan se tornó más oscura al verla así, y
Marella no podía creer lo que estaba sucediendo. Su mirada se fijó en el vino derramándose sobre su vestido, las manchas carmesí se extendían como un cruel recordatorio de la humillación que estaba sufriendo. Sus ojos, enrojecidos y llorosos, se elevaron hacia Eduardo, y un profundo dolor la atravesó. «¿Cómo pude amar a un hombre tan cruel como tú, Eduardo? ¡Eres malo!», pensó, sintiendo que su corazón se rompía en pedazos.No pudo soportarlo más. La risa cínica de Eduardo resonó en sus oídos, como un eco hiriente.—Ups, pequeña, fue un accidente… —se burló él, su tono despectivo solo alimentaba su rabia.Sin pensarlo, Marella levantó la mano y le abofeteó el rostro con una fuerza que dejó a todos en el salón en un profundo silencio. El impacto resonó en la habitación como un trueno, y el tiempo pareció detenerse por un momento.Dylan, quien había estado observando con creciente preocupación, se levantó de su asiento, temiendo que Eduardo pudiera reaccionar violentamente. Pero Marella,
Santiago irrumpió con una intensidad casi palpable.—¡Son unas descaradas! —dijo, su voz cortante mientras dirigía una mirada helada hacia Yolanda—. ¿Cómo pudieron hacerle algo tan bajo a Marella? Yolanda, ¡me das vergüenza!Yolanda abrió la boca para responder, pero las palabras se le quedaron atascadas. Era raro verla temblar, y más raro aún verla tan vulnerable frente a alguien como Santiago, quien nunca se mostró tan duro con ella.—Suegro, yo… —comenzó, pero no encontró cómo continuar.Entonces, Santiago se volvió hacia Eduardo, con una mirada que mezclaba desprecio y decepción. Sin dudar, lo tomó por el cuello de la camisa, acercándolo a su rostro.—¿Y tú? ¡Cobarde! —escupió con asco—. ¿Atacar a una mujer? Actúas como un niño, Eduardo.Lo soltó de golpe y dio un paso atrás, evaluándolo como quien mira algo defectuoso—Me pregunto si eres digno de ser presidente de la empresa.Eduardo intentó aferrarse a las palabras, desesperado.—¡Abuelo! —le llamó, su tono teñido de miedo, pero
Marella sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo al oír las palabras de Dylan, como si cada letra hubiera sido cuidadosamente escogida para dejarla en vilo.—Eso es lo que quieres tú también, ¿verdad? —le preguntó, su voz temblando de una mezcla de confusión y algo más, algo que no quería admitir.Dylan sonrió con esa expresión enigmática que parecía ocultar mil secretos. Sus ojos brillaban de una manera que no lograba descifrar, y eso la hacía sentir vulnerable, como si él pudiera leer sus pensamientos más profundos.—Tal vez sí, tal vez no —respondió, dejando que el misterio de sus palabras flotara en el aire, cargando el ambiente de una tensión tan palpable que Marella sintió que podía tocarla—. Por cierto, mi madre quiere que vengas a cenar mañana. Ella no entiende sobre la venganza, así que, por favor, debemos fingir ante ella que estamos… enamorados.La palabra "enamorados" cayó como una piedra en el pecho de Marella. ¿Podría realmente hacerle creer a alguien, y a sí misma,
Suzy y Carlos llegaron al muelle, estacionaron en silencio, sus miradas apenas cruzándose mientras descendían del auto. Cada paso hacia adelante hacía crecer una inquietud en el pecho de Suzy. El sonido de sus pisadas sobre la madera húmeda, el olor salado del mar, todo parecía teñirse de una opresión inexplicable, como si la misma brisa estuviera intentando advertirle de algo oscuro e inevitable.Franco los observaba desde la distancia, con los ojos fijos en Suzy, su expresión impenetrable, pero su mente un torbellino de dudas y resentimientos. A su lado, Claudia le tomó la mano, su rostro denotando una mezcla de angustia y desesperación.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le susurró, con una voz cargada de súplica, sus dedos, aferrándose a los de él como si aún pudiera detener el curso de los acontecimientos—. Por favor, aún estamos a tiempo… haré lo que quieras.Franco esbozó una sonrisa fría, casi cruel, que le heló la sangre.—¿No fuiste tú quien me dijo que incluso podría
Suzy sintió cómo sus labios comenzaban a temblar, deseaba gritar que no, salir corriendo, alejarse de esa locura. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, Carlos la tomó de la mano con fuerza, mirándola con un brillo amenazante.—No hay nada que decir, ¿verdad, cariño? —insistió, su tono firme, pero cargado de un miedo que trataba de disimular. Suzy notó el nerviosismo en su voz y se dio cuenta de que él estaba desesperado, tal vez incluso más que ella. Su corazón se hundió. Bajó la mirada, sintiendo un nudo de impotencia que le desgarraba el alma.Franco y Claudia se apartaron un momento, dejando que el silencio incómodo se extendiera entre Carlos y Suzy. Ella aprovechó la distancia para enfrentar a su esposo, tratando de reunir el valor que aún le quedaba.—Dime, ¿si me niego a hacer esto, me dejarás? —susurró, intentando ocultar el temblor en su voz.Carlos la miró fijo, con una expresión dura que jamás le había visto antes. Había algo en él que era como un extraño, como si ese
—¡No es cierto! —exclamó Suzy con voz quebrada, mientras las lágrimas le quemaban las mejillas. La traición de Franco era como un puñal hincado en su pecho, retorciéndose cada vez que respiraba. ¿Cómo había podido el hombre al que amaba ser tan cruel, tan implacable?Franco la miró con una frialdad que le heló el alma. Era como si el hombre con el que se había casado se hubiera transformado en un extraño despiadado, un traidor oculto detrás de un rostro que una vez le fue familiar.—Tengo el video —dijo Franco, impasible—. ¿Crees que no siento lo mismo que tú? —agregó, su voz impregnada de veneno.Suzy lo observó, incrédula, como si no reconociera a ese hombre que ahora le lanzaba miradas de desprecio.—¿Con quién demonios me casé? La mujer que llevé al altar no era esa… esa… —Franco dudó, y su voz tembló un instante antes de endurecerse—. Esa zorra. Y, sin embargo, ahí está, en el video, haciendo trizas lo que fuimos.Franco se desplomó en una silla, agotado, como si el peso de la tra
—¿Vengarnos? ¿Cómo? —preguntó Suzette con un hilo de voz, como si la idea misma le resultara inverosímil.Franco esbozó una sonrisa llena de malicia, sus ojos destilaban una determinación feroz.—Confía en mí. Por ahora, solo tenemos que fingir que somos amantes. Hazle sentir a ese imbécil que, si él se divirtió con la mujerzuela de mi esposa, tú también disfrutaste de algo mucho mejor. Que sienta el miedo, la humillación... Y mientras tanto, yo me encargaré de dejar a Claudia sin nada. Si me ayudas, Suzette, el dinero que debería ser de ella será tuyo.Él tomó su mano con firmeza, y el contacto le transmitió un calor inesperado, aunque Suzy rápidamente apartó la mano, negando con la cabeza.—¡No quiero nada de eso! —murmuró, su voz temblorosa pero decidida—. Pero sí quiero vengarme. Quiero que paguen, que no se salgan con la suya y que no disfruten de su romance. Te ayudaré.Franco asintió, satisfecho, y la miró con una mezcla de respeto y tristeza.—Duerme en la cama; yo estaré en el